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Sábado 18 de julio de 2015

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Equilibrio interior

18 jul 2015

El Alquimista

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El equilibrio interior en nuestros procesos: volitivos, mentales y emocionales, es decir el perfecto equilibrio del alma, es el resultado del fecundo y constante trabajo sobre nosotros mismos; trabajo consciente que debemos realizar, de momento en momento, para no dejarnos llevar por la influencia de los estados equivocados que constituyen la manifestación del ego plural, de los defectos de tipo psicológico que cargamos en nuestro interior.

Cada instante, o nos dejamos llevar por la inconsciencia, que son las tinieblas interiores, los mercaderes del templo interior, o desarrollamos luz conscientemente, expresando la virtud, el amor y la sabiduría, que son los aspectos opuestos de esas tinieblas interiores. Se trata de tomar conciencia, que nuestro mundo interior es un verdadero universo energético en miniatura y que nosotros somos los regentes creadores y administradores de esas energías de tipo volitivo, mental y emocional. De nosotros depende la calidad de energía que se está manifestando cada instante en nuestro templo corporal interior.

Al descubrir una energía densa personificada por algún defecto de tipo psicológico, debemos transmutarla alquímicamente en una energía superior que dará como resultado la manifestación de la virtud, opuesta al defecto. Ese es el verdadero nacimiento espiritual, el nacimiento segundo del que nos habla el Cristo. Es el nacimiento de las siete virtudes opuestas a los siete defectos.

A medida que vamos desintegrando conscientemente los siete defectos, vamos dando nacimiento a las siete virtudes. La lujuria se transmuta en castidad, que es amor, pureza, elevación espiritual. El Orgullo, la soberbia se transmutan en humildad, que es comprensión, sabiduría, iluminación. La ira se transmuta en serenidad, que es paciencia, tolerancia, mansedumbre, empatía. La envidia se transmuta en altruismo, que es alegría por el bien ajeno, servicio al prójimo. La codicia se transmuta en filantropía, que es caridad, desprendimiento, amor al prójimo, ayuda desinteresada. La pereza se transmuta en diligencia, que es recto esfuerzo, laboriosidad, acción inmediata. La gula se transmuta en templanza, que es moderación, sobriedad, equilibrio.

El maestro Jesús desarrolló alquímicamente las siete virtudes, transmutando todo vestigio de defecto en luz, echando a todos los mercaderes del templo interior. Su carácter era magníficamente equilibrado y consistentemente armónico. Su desbordante personalidad era de rasgos especiales y distinguidos, es por esto que todos sus apóstoles y discípulos reverenciaban, admiraban honraban y respetaban profundamente a su Maestro que era tan amorosamente misericordioso y al mismo tiempo tan inflexiblemente justo y equitativo; tan firme pero nunca obstinado; tan calmo, pero nunca indiferente; tan socorrido y tan compasivo, pero nunca entrometido ni dictatorial; tan fuerte y al mismo tiempo tan manso; tan positivo, pero nunca áspero ni rudo; tan tierno pero nunca vacilante; tan puro e inocente, pero al mismo tiempo tan viril, enérgico y fuerte; tan verdaderamente valiente, pero nunca temerario ni imprudente; tan amante de la naturaleza pero tan libre de toda tendencia de hacer un culto pagano de ella; tan lleno de humor y tan jovial, pero tan libre de ligereza y de frivolidad. Era esta inigualable simetría de la personalidad de Jesús, producto de su equilibrio interior, lo que tanto encantaba y atraía a todos los que lo conocían y tenían contacto energético con Él.

Propongámonos sinceramente aplicar el trabajo de transmutación alquímica de nuestra personalidad, en forma natural y amorosa, en nuestro diario caminar por la vida, transformando nuestras existencias en un verdadero viaje emocionante por los campos de la paz duradera, desarrollando las virtudes conscientes, que son el sumun del amor en acción y la viva expresión de la Sabiduría Universal, que va naciendo, creciendo y fluyendo espontáneamente en nosotros como fruto de nuestro sacrificio amoroso, que se constituye en un sacro-oficio en el altar de nuestro templo interior que conforman nuestros cuerpos con su gran sagrario, que es nuestro corazón.

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