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Invitado


Domingo 05 de julio de 2015

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Cultural El Duende

Gustavo Adolfo Becerra

05 jul 2015

Gustavo Adolfo Becerra. Chile, Carahue - 1954. Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile. Autor de Los cifrados del agua. Coge los dolores de su pueblo y crea una escritura rizomática donde las cosas y los seres humanos conversan y se redescubren en una retahíla de múltiples relaciones. Es deslumbrante belleza, como la luz al final de un túnel: la luz de la eterna poesía, que en este poeta se renueva de forma inusitada.

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Últimos cantos de las aguas

Fragmento

Las flores y los renacuajos

participan de la luz.

La sombra se enreda a los árboles

con su Octubre de paracaídas y el viento

perfectamente verde

aborda la única nave hacia

el infinito.

Aves sin nombre sobrevuelan

vastas comarcas, llanuras femeninas.

El silbo de nuestros antepasados

moja las paredes de piedras.

El Marañón nutre de sol al Amazonas.

Bosteza el Río de la Plata

y su boca de 230 km

se traga la playa y las gaviotas.

El Guayas habla con los peces

con tanta dulzura

que los peces desovan en su garganta.

Despeñaderos y águilas

extremadamente perfectas,

montes preñados, mugidos

de animales que no querían nacer, rotos

volcanes por la parte de abajo,

velocidades de pastos, bosques

lamentándose de sus rodillas que se curvan:

pétalos que en el rocío dejan su escritura.

Espina dorsal, cordón:

nuestra propia piel se levanta

Aconcagua arriba (7000 m)

Huascarán arriba (6721 m),

Chimborazo arriba (6253 m)

Más arriba como si fuésemos a parir,

diosito de los indios,

las montañas "Rocallosas",

los Andes amados.

La lucha siempre fue

contra las potencias terrestres,

intolerante de amo.

Desde la Patagonia hacia Australia,

vienen o van, Ameghino?

Aquí crecerán los sarcoboros primeros.

Ocho molares de reemplazamiento

(que ya no serán útiles)

¡Oh, Quetzacoatl!

Perdónales su amor por el otro

y el desprecio

que sintieron por sí mismos.

Estos son los glifos mayas,

los quipus quechuas,

los wampun iroqueses.

Dispuestos rosarios,

colores y posición del habla.

Nudos de cuerda,

volcanes que el humo atemoriza.

Por el Camino del Inca corre el chasqui

La noticia que lleva

no tiene impresiones digitales.

Estas son las pictografías y los petroglifos

como las de Dighton Rock.

Si en la humildad del dolor, en la formación

canina del sudor, creciesen árboles:

¡Aleluya! -diríamos.

Azules riberas del Magdalena,

piedras de Pandi:

¿Quién dibujó en su rostro

los sueños de los panches?

Cortantes las aves música,

riñen al cielo

desoyen otros cantos,

lanzan hacia el hemisferio

visibles cuerpos y hermosuras,

olas que en estado de celo

empinan parte de su voz y ahí su vuelo.

Deja, hermosa mía,

esa contradanza sin luz,

esa pastorela agotada en tus movimientos.

Abrázate a este corazón trágico

con bambucos que saben a corojal,

con rumbas

y milongas que nadie ha palpado

bajo tus accidentes.

Cántale a la luna

esa pavana que se llenará de pañuelos

y bajo su luz baila el candombé y la chacona.

Zúmbanos esa zarabanda de indio taíno.

Mudos están los huesos.

Si bailas la morisca

la humanidad no cederá a la muerte.

y deja en mí la duda

de haber ido contigo danzando

o de no haber salido nunca del espejo.

Dibújame, Rivera,

en la comiza de los panos,

en los sueños del sabio Raimondi,

camino de Sayán a Oyón.

Sea este el latido de las anilinas

de Huiñaque, Yonán y Caldera.

Madre tierra, este atardecer

moriremos con los ojos abiertos.

Las piedras no hablarán.

Los manuscritos

en hojas de maguey se ríen

del abate francés

Brasseur de Bourbourg

y su hipótesis lingüística fantástica.

Estos, mis códices,

escrituras calculiformes:

mitad agua, mitad tierra,

mitad fonética-olvido,

mitad ideografía-memoria.

Cuando fue inaugurada

por los conquistadores

en el vientre de aquella ciudad

escondieron una campana de oro.

Al verla los pájaros cambiaron su idioma.

El río Imperial

trece segundos más tarde supo de la invasión.

Nuestra escuela era como todas escuelas rurales:

con ojos y sin vidrios.

El viento hacía resplandecer el oro

para que la campana sonara.

El barro dejaba sin bostezo al túnel

y cinco siglos habían acumulado

vasijas, serpientes y polen.

En medio de aquella oscuridad

juro haber visto la campana:

una especie de planeta-madre

junto al cual giraban las estrellas

que habían muerto.

Frente a la máquina de escribir Canon S-60

(que me regaló un compañero del PC):

no hay más literatura que la ambigüedad,

el hábito ha de convertir

lo hermético en evidente, lo oscuro en

diáfano.

(La sátira data del inicio de los tiempos)

Imágenes insensatas, arbitrarias,

descalibradas,

contradicciones puras,

cerradas como ostras para las

hermenéuticas.

El espíritu que no es religioso

es profano -me dices,

misterioso don impuesto

a todo lo que es en el Universo.

La secreta virtud de expiarnos,

la rebelde mansedumbre de no

entregar las orejas.

Lo que es pulcro y

refinadísimo es también

hosco y empeñosamente estéril.

La Belleza, según Platón,

es metafísica.

Realidad moldeada

y esculpida por el espíritu fuera de la

conciencia -según Kant.

Preceptistas neoclásicos,

nosotros aprendimos a navegar en

balsas y almadías.

Cánones grecolatinos,

era la Época del Cuaternario: el hermoso

retroceso de los glaciales.

Épica, lírica, ode-canto,

ninguno de nosotros

imaginaba como tal la escritura.

Nuestros cráneos

eran reducidos por los "chucos"

Cantos de Píndaro,

reflexivos hexámetros de Horacio:

no tengo qué comer esta noche.

Para tus amigos: