Gustavo Adolfo Becerra. Chile, Carahue - 1954. Miembro de la Sociedad de Escritores de Chile. Autor de Los cifrados del agua. Coge los dolores de su pueblo y crea una escritura rizomática donde las cosas y los seres humanos conversan y se redescubren en una retahíla de múltiples relaciones. Es deslumbrante belleza, como la luz al final de un túnel: la luz de la eterna poesía, que en este poeta se renueva de forma inusitada.
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Últimos cantos de las aguas
Fragmento
Las flores y los renacuajos
participan de la luz.
La sombra se enreda a los árboles
con su Octubre de paracaídas y el viento
perfectamente verde
aborda la única nave hacia
el infinito.
Aves sin nombre sobrevuelan
vastas comarcas, llanuras femeninas.
El silbo de nuestros antepasados
moja las paredes de piedras.
El Marañón nutre de sol al Amazonas.
Bosteza el Río de la Plata
y su boca de 230 km
se traga la playa y las gaviotas.
El Guayas habla con los peces
con tanta dulzura
que los peces desovan en su garganta.
Despeñaderos y águilas
extremadamente perfectas,
montes preñados, mugidos
de animales que no querían nacer, rotos
volcanes por la parte de abajo,
velocidades de pastos, bosques
lamentándose de sus rodillas que se curvan:
pétalos que en el rocío dejan su escritura.
Espina dorsal, cordón:
nuestra propia piel se levanta
Aconcagua arriba (7000 m)
Huascarán arriba (6721 m),
Chimborazo arriba (6253 m)
Más arriba como si fuésemos a parir,
diosito de los indios,
las montañas "Rocallosas",
los Andes amados.
La lucha siempre fue
contra las potencias terrestres,
intolerante de amo.
Desde la Patagonia hacia Australia,
vienen o van, Ameghino?
Aquí crecerán los sarcoboros primeros.
Ocho molares de reemplazamiento
(que ya no serán útiles)
¡Oh, Quetzacoatl!
Perdónales su amor por el otro
y el desprecio
que sintieron por sí mismos.
Estos son los glifos mayas,
los quipus quechuas,
los wampun iroqueses.
Dispuestos rosarios,
colores y posición del habla.
Nudos de cuerda,
volcanes que el humo atemoriza.
Por el Camino del Inca corre el chasqui
La noticia que lleva
no tiene impresiones digitales.
Estas son las pictografías y los petroglifos
como las de Dighton Rock.
Si en la humildad del dolor, en la formación
canina del sudor, creciesen árboles:
¡Aleluya! -diríamos.
Azules riberas del Magdalena,
piedras de Pandi:
¿Quién dibujó en su rostro
los sueños de los panches?
Cortantes las aves música,
riñen al cielo
desoyen otros cantos,
lanzan hacia el hemisferio
visibles cuerpos y hermosuras,
olas que en estado de celo
empinan parte de su voz y ahí su vuelo.
Deja, hermosa mía,
esa contradanza sin luz,
esa pastorela agotada en tus movimientos.
Abrázate a este corazón trágico
con bambucos que saben a corojal,
con rumbas
y milongas que nadie ha palpado
bajo tus accidentes.
Cántale a la luna
esa pavana que se llenará de pañuelos
y bajo su luz baila el candombé y la chacona.
Zúmbanos esa zarabanda de indio taíno.
Mudos están los huesos.
Si bailas la morisca
la humanidad no cederá a la muerte.
y deja en mí la duda
de haber ido contigo danzando
o de no haber salido nunca del espejo.
Dibújame, Rivera,
en la comiza de los panos,
en los sueños del sabio Raimondi,
camino de Sayán a Oyón.
Sea este el latido de las anilinas
de Huiñaque, Yonán y Caldera.
Madre tierra, este atardecer
moriremos con los ojos abiertos.
Las piedras no hablarán.
Los manuscritos
en hojas de maguey se ríen
del abate francés
Brasseur de Bourbourg
y su hipótesis lingüística fantástica.
Estos, mis códices,
escrituras calculiformes:
mitad agua, mitad tierra,
mitad fonética-olvido,
mitad ideografía-memoria.
Cuando fue inaugurada
por los conquistadores
en el vientre de aquella ciudad
escondieron una campana de oro.
Al verla los pájaros cambiaron su idioma.
El río Imperial
trece segundos más tarde supo de la invasión.
Nuestra escuela era como todas escuelas rurales:
con ojos y sin vidrios.
El viento hacía resplandecer el oro
para que la campana sonara.
El barro dejaba sin bostezo al túnel
y cinco siglos habían acumulado
vasijas, serpientes y polen.
En medio de aquella oscuridad
juro haber visto la campana:
una especie de planeta-madre
junto al cual giraban las estrellas
que habían muerto.
Frente a la máquina de escribir Canon S-60
(que me regaló un compañero del PC):
no hay más literatura que la ambigüedad,
el hábito ha de convertir
lo hermético en evidente, lo oscuro en
diáfano.
(La sátira data del inicio de los tiempos)
Imágenes insensatas, arbitrarias,
descalibradas,
contradicciones puras,
cerradas como ostras para las
hermenéuticas.
El espíritu que no es religioso
es profano -me dices,
misterioso don impuesto
a todo lo que es en el Universo.
La secreta virtud de expiarnos,
la rebelde mansedumbre de no
entregar las orejas.
Lo que es pulcro y
refinadísimo es también
hosco y empeñosamente estéril.
La Belleza, según Platón,
es metafísica.
Realidad moldeada
y esculpida por el espíritu fuera de la
conciencia -según Kant.
Preceptistas neoclásicos,
nosotros aprendimos a navegar en
balsas y almadías.
Cánones grecolatinos,
era la Época del Cuaternario: el hermoso
retroceso de los glaciales.
Épica, lírica, ode-canto,
ninguno de nosotros
imaginaba como tal la escritura.
Nuestros cráneos
eran reducidos por los "chucos"
Cantos de Píndaro,
reflexivos hexámetros de Horacio:
no tengo qué comer esta noche.
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