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Domingo 05 de julio de 2015

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Cultural El Duende

Elogio de Ernst Jünger

05 jul 2015

Pablo Soler

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El bosque de los hongos

El gran misterio de los hongos sagrados en México no ha sido develado en su totalidad, ni lo será nunca, sino hasta la consumación de los tiempos. Lo mismo podría decirse, y más en estos tiempos en que muchos andan buscando los poderes sin saber a qué se enfrentan, de las otras plantas de poder, sean o no mexicanas. Hay muchos velos en este enigma encerrado dentro de un acertijo vegetal. Como toda adivinanza, se ha de recordar hoy ese desfiladero en Beocia, que guarda consigo una amenaza para aquel que ha de descifrarla. Adivina o te devoro.

México, como otras pocas naciones, es una entidad espiritual profunda. Es un tiefpunkt de la enramada superficie espiritual del orbe. Así dice Jünger en sus Annäherungen (1978): "A estos pertenece México cuyo suelo da frutos tan inauditos, que debe ser entendido más como una entidad espiritual que como una unidad geográfica". Porque los frutos de México son frutos de poder y, como escribió el conde Tolstoi, "el vínculo más fuerte, más indisoluble, es aquel que designamos con la palabra poder"; y, como escribe Jünger en Heliópolis, "las palabras son el supremo blanco del arquero".

Es en fray Bernardino de Sahagún en donde por primera vez uno, como occidental, encuentra los hongos mencionados explícitamente, y si bien lo que el magnífico nahuatlato escribe puede estar teñido de cierta prudencia, sin duda entendió qué eran y qué gran poder guardaban estas plantas. El ololiuhqui y los hongos, usados de distinta manera por los diversos grados de las jerarquías precortesianas en varias ceremonias y rituales, o el peyote, usado por todos los pueblos nómadas de la tierra árida de América para darse valor en el combate y para resistir las largas expediciones, no menos que para mantener vivo su corpus de tradiciones, son parte de ese caudal inmenso que América aportaría al mundo. "Allende de estas riquezas tan grandes, nos envían nuestras Indias Occidentales muchos árboles, plantas, yerbas, raíces, zumos, gomas, frutos, simientes, licores, piedras, que tienen grandes virtudes... Y así como se han descubierto nuevas regiones, nuevos reinos y nuevas provincias por nuestros españoles, ellos nos han traído nuevas medicinas y nuevos remedios con que se curan y sanan muchas enfermedades, que, si careciéramos de ellas, fueran incurables y sin ningún remedio", escribió el médico don Nicolás Monardes cuando, luego de la catástrofe y fundación que significó la Conquista, hazaña y expolio semejantes al asedio y saqueo de Constantinopla por una cruzada desviada, llegaron a Europa tales maravillas. Entre estas no estaban los frutos de poder, por ser para los frailes frutos diabólicos. Aun así, en secreto, se continuaron usando estos frutos de poder, proveyendo de un hilo conductor de sus tradiciones a las destruidas naciones indígenas. El otro hilo, mucho más fuerte, que garantizó su supervivencia, fue, naturalmente, la religión católica, que, como se dice por ejemplo en la indígena Relación del Señor Santiago, "nunca será destruida, ni por roda la eternidad".

Los efectos de la Conquista, que apenas comienzan a entenderse, tuvieron entre otras manifestaciones el hecho de que por fuerza hubo de perderse mucho del conocimiento almacenado en las almas de tantos que murieron, y aunque los nahuas por medio de los frailes cronistas nos legaron mucha de su sabiduría referente a los enteógenos, la condición de tierra de fractura que posee México sigue siendo evidente. Escribe Jünger en La tijera: "Hay terrenos donde, contempladas geológicamente las cosas, se ha conservado una cierta inquietud sísmica? Algo similar ocurre, vistas las cosas geománticamente, en las regiones donde el mito no se ha enfriado todavía, donde aún no se ha convertido en historia pasada. Si buscásemos en esas regiones con un aparato parecido a un contador geiger se producirían en él oscilaciones particularmente intensas. Proclives a eso son los terrenos en que dominaron pueblos que desde luego han desaparecido políticamente, como los celtas, los etruscos, los aztecas, pero que se hallan presentes en forma de suelo natal".

El peyote (Lophophora williamsii), las variedades del género Psylocibe, la Datura estramonium o toloache, el ololiuqhi, son investigados por Jünger, fiel a su llamado naturalista, de la única forma en que estas plantas pueden ser estudiadas: buceando en ellas. Sus impresiones más sutiles están densamente concentradas en su novela Visita a Godenholm, un libro en cifra, que narra varios estupores y viajes. Hay, además, un ensayo dedicado a los frutos de poder, que son sus Annäherungen. Allí, como una pieza de análisis muy importante destaca la diferencia que hace Jünger entre lo Verdadero (das Echte) y lo que suplanta (lo surrogate), diferencia establecida a partir de sus experiencias con los enteógenos. Jünger sabe que lo esencial es inencontrable, plantas o no plantas, sin la Gracia. Justamente por haberse abierto en este siglo puertas que habían permanecido cerradas, otras, franqueables, se han cerrado. Esto ya lo presentía María Sabina.

Una pléyade de escritores extranjeros han escrito acerca de la relación entre México y estas puertas a la percepción: Huxley, Gordon Wasson, Graves, Castaneda, Hoffmann. Ernst Jünger, por la peculiaridad de su mirada, no podía dejar de entrever las inapreciables consecuencias del descubrimiento de una de las "raíces del cielo" en la figura de estas plantas y hongos mexicanos. Jünger no fue nunca un populizador del uso de los enteógenos, sino un historiador y un botánico interesado en las fronteras naturales del hombre y del saber, aun cuando ya sepamos quién hay detrás de la cortina de las estrellas. Ha sido siempre un hombre en busca de los principios del orden. Los enteólogos son tan solo un caso de elementos que emergen en la periferia del dominio mundial y se dirigen con gran fuerza y con gran velocidad hacia el núcleo. "En momentos especiales pueden contemplarse cosas que de ordinario escapan a la percepción, bien por el secretismo propio de lo demoníaco, o bien por su terrible velocidad." La planta como un poder autónomo.

De sus experiencias, vividas junto a Albert Hoffmann, el descubridor del ácido lisérgico, escribe: "La paulonia ha ganado un contorno mexicano; las luces que brillan abajo, en los bloques de viviendas, toman, por momentos, la magia de una nevada cósmica. Podría ser que en una calle o en una estación de tren estuviera, inopinadamente, México".

La pertenencia del LSD a México es, al mismo tiempo, una llave y una filigrana. Lo verdadero no es siempre mágico, pero lo mágico es real. Visita a Godenholm propone y resuelve estos enigmas. El cuerpo es el espacio del que disponemos para saber qué es el dolor, pero, en última instancia, uno solo ve lo que trae dentro. Y muy adentro hay más cosas que uno mismo, como escribió Guardini en su libro sobre Dante. Un último apunte, también tomado de la Alcazaba del Cóndor. Jünger supone que, en un futuro no muy lejano, "las élites inactivas descubrieron la herencia de los pueblos nahuas", en un encuentro recíproco, un movimiento ascensional que tal vez esté ya comenzando.

Pablo Soler Frost. México, 1965. Licenciado en relaciones

internacionales.

Tomado de "(paréntesis)"-11

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