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Sucedió un Domingo de Resurrección que, mientras Bolivia demandaba en La Haya la restitución del mar y Mayte intentaba "seducir" a Chile en sus estadios, en negociaciones secretas en Washington tú le rendÃas al usurpador mi más preciado jirón patrio: tus costas y tus cumbres.
Supe, como Bolivia antes de Antofagasta, que los estipendios y falacias de la diplomacia chilena habÃan comprado el desenlace de aquella y de esta contienda. La traición es, al fin y al cabo, una certeza que se confirma con la última derrota, pero que empieza mucho antes de la primera batalla, con una dolorosa premonición.
Sucedió aquel Domingo de Resurrección, que te hallamos ya embarcada rumbo a territorio enemigo, ebria de cantos de sirena, olvidando que eras madre y esposa, digna y soberana. Igual que esa "miss" que se entregó toda a la avidez de las multitudes, a cambio de la "promesa" de ser la "Novia de Chile".
Porque nuestra peor derrota jamás nos fue infligida en la violencia de la guerra, sino en los decenios anteriores y posteriores al vejamen de la usurpación territorial, en que Bolivia aceptó la penetración "pacÃfica" de capitales chilenos y su "adjudicación legal" del derecho a agotar el patrimonio nacional.
Charaña, Patillos, Cruz Blanca y Pacific LNG. Cuántas veces habrá cedido Bolivia sus virtudes, con cargo a esas promesas incumplidas que hoy reivindica ante la Corte Internacional con justa indignación de mujer burlada, pero sin posibilidad de restitución de lo perdido.
Siempre dije que la reacción alteña al frustrado negociado del "Gas por mar" fue brutal, pero sincera. Quemar su bandera y su mercaderÃa pudo no ser muy civilizado, pero expresó elocuentemente la indignación, ante la impostura del que una y otra vez nos despoja, y a nuestros hijos, del mayor bien de los hombres libres: la honra y la integridad del hogar.
Por eso, igual que Bolivia acudió, casi sin chances pero con la verdad histórica, a la justicia internacional, tras hallarte entregada de tus cimas a tus playas, no quedó sino mostrar a nuestra descendencia que no serÃa otro cómplice mudo del artero arrebato de ese último pedazo de patria que se nos encomendó cuidar.
Avidez ruin que aún la crÃa parida más lejos del cubil mapocho se atreva a tentar la virtud, la memoria y el patriotismo, de nuestras madres y esposas y desilusión descubrir que aún a miles de millas de la patria, la virtud de nuestras mujeres es vulnerable a su labia de burgueses tentando plebeyas, con convites y promesas de sentimientos imperecederos que no sobreviven un par de coitos.
Esa es la geopolÃtica del carroñaje de una estirpe que ha hecho de su diplomacia el camuflaje para una depredación salvaje de la riqueza del vecino; es su convicción histórica en su derecho de pernada sobre nuestra patria, que de polÃtica de estado ha pasado a ser actitud cultural.
Tiempo habrá, siempre lo hay, para los arrepentimientos. Pero lo que el usurpador trasandino te arrebata nadie jamás, nadie se lo devuelve a los tuyos. Bolivia y sus hijas, debieran ya haber aprendido que para Chile nunca serán nada más que un capricho; ese ingenuo objeto del deseo al que se seduce con la misma retórica y las mismas mentiras desde hacen dos siglos.
Y sucedió de nuevo, un Domingo de Resurrección, mientras Bolivia peleaba en La Haya, Mayte mostraba cada curva posible en Pudahuel y yo te perdÃa en Washington.
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