Jueves 25 de junio de 2015
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Hace tiempo escuché decir que el justo medio, que debe ser visto como signo de moderación y sensatez en muchos órdenes de la vida, cada vez se reduce más; y que, en la política, la extrema polarización de la ciudadanía es un mal que no ofrece opciones viables para la paz y que son los extremismos, los que prevalecen. Más aún, que la polarización política tiene un rasgo preocupante: el sectarismo que frecuentemente contribuye a que se entronice un gobierno autoritario y ciego a las iniciativas que no provengan de sus cuadros partidarios y que, para sus adherentes, todo lo que nace de su sector es bueno, mientras que lo que proviene de sus adversarios es malo, indigno, perjudicial y, a veces, producto de la supuesta connivencia con intereses extranjeros.
Hay factores que incentivan la polarización; puede ser una medida o decisión de un gobierno que causa preocupación en la ciudadanía y que, a veces, es compartida en sectores del propio oficialismo. Esto sucede con las señales de que se pretendería reformar la actual Constitución Política del Estado, y suprimir la prohibición de la tercera elección consecutiva del presidente y el vicepresidente que, como se teme, podría ser el camino a la reelección indefinida, al estilo de lo que prevalece en los gobiernos de los países del ALBA.