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Domingo 21 de junio de 2015

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Cultural El Duende

Juan Felipe Robledo

21 jun 2015

Juan Felipe Robledo. Medellín, Colombia, 1968. Poeta y catedrático universitario. Ha escrito: De mañana (2000); La música de las horas (2002); Luz en lo alto (2007) y Dibujando un mapa de la noche (2009), entre otros. Publicó antologías de la obra de poetas españoles del Siglo de Oro, el Romancero español y Rubén Darío. Fue condecorado con el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (1999) y el Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de Colombia (2003). Los poemas que aparecen a continuación están incluidos en Poesía de América Latina para el Mundo, compilado por Roberto Arizmendi.

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Pasto recién cortado

Y el día se hunde en el fulgor del día,

el infinito

desea abrazar este instante,

las primeras lluvias

han bendecido

el verde airoso de este prado

y la mañana ha reinado

-altiva doncella-

para no ser olvidada.

El quieto dormir

de las cuatro de la tarde

es una tela basta

que debemos recorrer

con dedos torpes,

pero el lejano son

que acompañó

a los cosacos y filibusteros,

coraceros y cuestores

no nos dejará perder el rumbo.

A pesar de los pesares,

un gusanito tierno

que pasea por los dedos

nos ha escogido

entre todas las almas del mundo,

y celebra

sin dudar el alto vuelo del sol.

Nubes

Formaron cabezas de caballos,

fueron ijares y escudos,

una piedra que nos mira

desde el fondo de un pozo.

Siguieron un camino

trazado mucho antes,

en una época

en la que todo

se decidía en un billar.

La iglesia gris que vio pasar

estudiantes confusos sigue vacía,

nunca sonó la campana en ella.

El atento salmodiar

de los vendedores de pizza

no ha molestado

el lejano rumbo de las nubes.

Pero nuestro corazón no cede.

El curso de la eternidad

se dirimió en esta oscura barraca,

y así como arriba,

abajo el día

es de los navegantes

que el cielo respetan,

y, de vez en cuando,

miran otra cosa,

una lejana.

Acción de gracias

A mamá

Las mujeres nos salvan

de tedio inmenso

y plateado mundo,

llenándonos de fortaleza

y, en las estancias de la infancia,

oscuras y vibrantes y plenas,

donde hay lámparas

por mantas cubiertas,

hacen que detengamos el paso

y nuestro pensamiento vuela

o, mejor, se detiene y fractura

para empezar a vivir en el plexo,

la piel y las uñas.

Nos fijamos en las uñas,

¡aleluya!

y contemplamos el azul sin pausa,

el océano es nuestro alimento

-cuna del tiempo-.

Presentimos distantes lugares

donde la historia es la misma

y no hay moraleja.

En cafés y calles y plazas y teatros

descubrimos el sonido de la risa y,

dichosos,

nada aguardamos

y somos plácidos

y la fuerza nos habita.

Para tus amigos: