Loading...
Invitado


Domingo 21 de junio de 2015

Portada Principal
Revista Dominical

Demente de verdad

21 jun 2015

Erick Fajardo - Inédito del libro "Bitácora del destierro: Crónicas de migraciones, desarraigos y exilios"

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Enrique está loco, está demente de incertidumbre. Lo enloquecieron las deudas, los impuestos, las 14 horas que trabaja a diario desde que llegó a los EE.UU. y el haber estado desempleado los últimos tres meses.

Glaucia ha dejado de quererlo "por sus celos, sus dudas y sus inseguridades". Por su "poca ambición", su falta de fe en la virtud de su esposa de diez años y por haber cometido el peor pecado en América: hallarle unas apasionadas cartas "personales" de su jefe.

Con la moral impecable de madre, mellada por la desconfianza marital, y con las nuevas libertades que le concedió el primer mundo conculcadas por su tercermundista y retrógrada esposo, entre lágrimas Glaucia le dice a la familia de él y a la suya, que Enrique la cela producto de su demencia.

De periodista a obrero, de albañil a cocinero y de cocinero a driver-"raidero", Enrique ha hecho de todo, siempre a doble turno, para mantener una esposa y dos hijos que trajo consigo tras el sueño americano. De funcionario público en su país a padre a tiempo completo en USA, sus únicos amigos han sido sus hijos y su único hobby su familia. Después de eso, todo es trabajo, para pagar el apartamento, el carro y el Smartphone con que Glaucia explora y descubre el único credo de América: el intenso amor por sí misma.

"Estás loco", le dice Glaucia hasta la saciedad. Sólo porque el amigo de Glaucia le escribió "mi Blancanieves" en una foto, el pasado invierno, y sólo porque le envió unas selfies intimas meses después, la mente enferma de Enrique asume que entre ellos dos se teje un romance a un frenético ritmo de 3 gigabytes compartidos cada mes.

"Demente", le dice ella, mientras el enfermo Enrique trata de hacer que su enferma mente entienda que no existe traición en que tu esposa le pose semidesnuda en Instagram, o le ponga entusiastas "likes" a la foto en el baño del "musculoso" chaparro.

Los meses pasan. Enrique está separado de cuerpo hace un año. Es el merecido castigo por su "machismo" de no respetar que Glaucia "puede tener amigos", y no entender que esos amigos "no quieren sino amistad con ella", aun cuando le escriben ardorosas cartas de amor, con propuestas tan gráficas, que la mente confundida de Enrique entiende como acoso sexual.

Glaucia ha puesto de manifiesto que se marcha. Ya esta cansada de que Enrique le pregunte por fantasmas y que escuche rumores "infundados" y "de mala fe" que dicen que el supervisor de Glaucia presume en la fabrica de la "fluida" comunicación de ambos, por las redes sociales y el lenguaje de los cuerpos.

Su desconfianza y el oído que presta a los chismes le han hecho merecedor de que, en justicia, Glaucia quite de su estado en Facebook la condición de "Casada" y bloquee a Enrique de acceso a sus perfiles en Twitter e Instagram.

Al fin y al cabo, le dice ella: "Aquí, en este país, no estamos legalmente casados" y "una vez que has dejado de querer, de todos modos el matrimonio es sólo un papel". Dos dolorosos razonamientos que Enrique ya escuchó de niño a su padre, para aplacar a su madre tras sus indiscreciones extramaritales.

Su incapacidad de ser próspero y un supuesto "insulto" a la mamá de Glaucia, que los visitó en verano, han sido las razones para que ella abandone el lecho marital y se sumerja en el de ese adulterio inexistente, que la mente de Enrique inventa.

Un Viernes Santo, los rumores, las fotos filtradas por segundos y compartidas en red por terceros, hacen estallar el equilibrio mental de Enrique, que le pide a Glaucia "ándate y déjame a mis hijos o quédate, pero al menos se discreta".

El Domingo de Pascua Enrique lleva a sus hijos a la Iglesia y Glaucia, que es niñera, espeta un seco "salgo a trabajar". Una hora después, el niño de Glaucia pide libros; el niño de Glaucia insiste y el padre enfila a la biblioteca". Allá el niño de Enrique y Glaucia va a conocer la razón por la que su padre agonizará cada noche de los siguientes tres meses y la razón por la que finalmente habrá de marcharse.

Con la biblioteca cerrada en domingo feriado, en el desierto parqueo destaca un solitario suburbano verde, y en su interior su madre y el amante imaginario, ejercitando su fluida comunicación, en ruta a ese refugio de placer inexistente.

Ese fantasma creado por la mente enferma de Enrique es Osmar, supervisor y amigo platónico de Glaucia. Osmar y Glaucia increpan a Enrique por su enfermedad mental y se marchan, pese al clamor de sus niños, ofendidos ambos por la duda y la locura del esposo.

Tan ofendidos están, que ella tarda ocho horas en volver a casa, cerca de la media noche de esa "primera y única vez" que se cobijó el refugio de Osmar, en un suburbio latino de Maryland.

"Psicótico", le dice Glaucia a Enrique, mientras descubre que es ella, y no él, la realmente enojada, la sinceramente ofendida. Lo acusa de "perseguirla", de espiarla y de hackear su correo. Lo sindica de "haberle tendido una trampa" para ensuciar su pundonor y un inocente encuentro de dos amigos, bajo la duda del adulterio.

Eso, (no así las cartas sexuales explícitas de su jefe), "eso es acoso", grita Glaucia.

Le advierte que, "sensibilizado" por la tragedia de la amiga acosada por el marido, Osmar le ha ofrecido "refugio" a ella y a sus hijos en su casa. Explica que "el pobre y sufrido Osmar" se divorció, y que ahora los hijos de Enrique pueden ocupar las alcobas vacías de sus hijas y ella puede hallar refugio en el sofá-cama del filántropo.

Le duele al marido más que "loco" y todos los otros insultos; más que "flojo", "gordo", "hediondo" y todos esos defectos que Glaucia le ha descubierto desde que no duerme con él, o quizás para ya no dormir con él.

El feriado del Día del Memorial, Enrique viste y lleva a sus niños a una kermés de bolivianos cerca del puente que separa Virginia de Maryland. Le toca la comisión de reabastecimiento de bebidas, y lo envían a un mercado del gueto hispano de Oxon Hill.

"Estoy loco, estoy loco!!", se repite Enrique, mientras golpea su frente con el timón, para no ver la procesión de la traición trasponer la calle, apoyados uno en otro para ayudarse con el peso del placer y la culpa. "Estoy demente", se repite, mientras enciende el auto y lleva a sus hijos a casa.

Llanto de hambre todo el camino. Hambre de comida rápida en el asiento de pasajeros; hambre de respuestas que no llegarán en el asiento del conductor.

Nunca la frase "llegar con la leche y el pan" cobró tanto sentido para Enrique como cuando Glaucia cruza la puerta de calle, con un galón de leche de ese supermercado, a un costado de la cuarta salida de la carretera de la perdición, detrás de un discreto Comfort Inn y un motel Red Roof.

Más tarde su psicólogo le dirá al enfermo Enrique, que la leche con que Glaucia vuelve siempre, casi como inconciente coartada-pista de su expedición a la infidelidad, es un símbolo del afán inconciente del adúltero por blanquear con la esencia pura de la maternidad, los rastros de su pecado de esposa.

Para tus amigos: