Cuando tenía 10 años, mi mamá, haciendo un sacrificio enorme pero apostando por mi futuro, me inscribió en las tardes al CBA para que aprenda inglés, una inversión que le agradezco día a día, pues realmente disfruto de ese idioma y me ha abierto muchísimas puertas a lo largo de mi vida.
Cada día a la salida del CBA, a las cinco de la tarde, caminaba rumbo a casa soñando las cosas que se alojan en la cabeza fantasiosa de un niño de esa edad, y por lo menos una vez a la semana enfilaba mis pasos rumbo a la antigua Galería Luz en la calle Mercado de la ciudad de La Paz, y pasando de largo a las demás tiendas mi objetivo estaba centrado en el tercer piso. Se trataba de un negocio que ofrecía artículos electrónicos pero que para mí fundamentalmente mostraba en su vidriera principal una consola Atari 2600.
Seguramente mis ojos se abrían como platos por el deseo de tenerlo, aún sabiendo que nunca podría, pues para la economía familiar de aquel momento, este artículo era más que un lujo innecesario, me tenía que contentar con verlo y pensar en cómo pasaría mis días enteros jugando en mi pequeño televisor en blanco y negro con ese mágico artilugio de diversión, deleitándome con esas imágenes toscas y pixeladas de aquellos primitivos juegos de 16 bits y 160 x 192 pixeles (no por pulgada sino en todo el televisor).
Hace unos tres años, en Navidad, me tocó regalarle a mi hijo, en aquel momento de 14 años, un Wii, que los sábados por la noche instalábamos en el televisor de plasma Full HD para jugar el disco que había comprado en esa semana, y la verdad, sólo para ver cómo lo hacía él pues yo soy bastante malo para estas nuevas diversiones.
Hasta hoy sólo le pido que por favor veamos completos los videos introductorios que hay en el de FIFA o de la WWE, que es uno de sus favoritos pues al igual que yo en mi infancia, mi hijo es fanático del Catch as Can, aunque él nunca conoció al Matemático, la Sombra Vengadora, el Ángel Azul, el Conde de Villa Victoria o el tristemente célebre Mr. Atlas, que me llenaban los ojos de piruetas y trompadas y la garganta de gritos, en cambio, yo sí gracias a él conozco al Undertaker, Sting, Rey Misterio y otros, que con mucho más tamaño y esteroirdes que los míos hacen exactamente lo mismo sobre el cuadrilátero, hacernos pasar un buen momento creyendo que esos porrazos duelen. Pero lo que realmente me gusta de estos juegos, son esas imágenes tridimensionales generadas por computadora, que son tan realistas.
Cuando veo estas secuencias llenando la pantalla de unos colores impresionantes, de efectos y sonidos tan vanguardistas, vienen a mí las que hubiera reproducido en mi televisor aquel Atari, y seguramente sin que me dé cuenta se dibuja en mi rostro una sonrisa. La misma sonrisa que el otro día dibujé en la peluquería cuando un niño de unos 2 años le enseñaba a su papá cómo actualizar las aplicaciones en su celular, tal como lee, dos años, lo sé porque tuve que preguntar para dar crédito a lo que veía.
Lo que no vi en mi hijo pero sí vi con más detalle en este niño, pues había dejado pasar de largo con mi vástago, fue la facilidad que tienen las nuevas generaciones para entrar en contacto con la tecnología, pero sobre todo lo económico que se ha puesto todo para que cualquiera de ellos acceda a medios de información o entretenimiento tan fácilmente.
La forma en que la tecnología es acompañada por las nuevas generaciones es realmente sorprendente, seguramente si hubiera tenido la oportunidad de jugar con mi padre en aquel Atari le hubiera costado mucho adaptarse, prueba de ello es que aquel hombre que era un ajedrecista de primera línea no quería ni saber de sentarse a retar a la computadora en el Chess Master, en cambio mi hijo, aprendió a jugar el deporte ciencia en una computadora.
Los niños y adolescentes de hoy dan la impresión de estar emergiendo a la vida como si fueran versiones de software. Están a la altura del progreso y nada está más allá de su entendimiento o su comprensión y como acompaña el acceso económico de sus padres a la tecnología, sus límites casi no existen. No necesitas explicarles nada, es más, si algo no entiendes de tu Smartphone o tu tablet, acude a uno de ellos y verás como te resuelve cualquier duda casi inmediatamente.
Esta química, esta interconexión natural y maravillosa de las nuevas generaciones con la tecnología dan grandes esperanzas de que cada vez estaremos más cerca del primer mundo, pues las barreras son cada vez menores, sin embargo no todo es tan bueno. Un niño o un muchacho con celular es una persona conectada al mundo, con un océano de información a su alcance y capaz de conocer con inmediatez cosas que los de mi generación no llegábamos a veces ni a imaginar, sin embargo también es un ser aislado de su realidad y hasta de su entorno inmediato. Cada vez están mas alejados de sus padres, de sus amigos, muchas veces hay que quitarles el celular para poder sacarles con tirabuzón unas palabras, no socializan y son en muchos casos víctimas de nuevas adicciones enfermizas como las peores, que se deben medir y cuidar también.
Mi madre sólo tenía que preocuparse por consolarme y prometerme que más adelante tendría seguramente algo mejor, y no se equivocó, hoy los padres deben preocuparse por tratar de convencer a sus hijos de que si exploran la realidad, es posible que se animen a encontrar cosas mucho mejores que la tecnología, que simplemente se llama realidad y no está frente a una pantalla.
(*) Es paceño, estronguista y liberal
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