Según el connotado teólogo dominico Yves Congar, fallecido en 1995, "en la devoción católica moderna, la función maternal del Espíritu Santo ha sido suplantada frecuentemente por la Virgen María. Tenemos ahí un valor quizá ambiguo pero que forma parte de las profundidades del misterio cristiano" (El Espíritu Santo. Barcelona, 1983, p. 598).
De aquí la crítica de algunos cristianos, en ocasiones justificada, a la devoción mariana católica por atribuir a la Virgen María los títulos de madre, consoladora, abogada y defensora, con los que el mismo Jesús anunció el envío de la Rúaj (nombre hebreo del Espíritu) a sus apóstoles en la última cena, al ver el desamparo en que quedaban: "Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito (Abogado) para que esté siempre con vosotros: la Rúaj de la Verdad? No os dejaré huérfanos? Ella os enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 16.18.26).
Jesús cumplió esta promesa en la tarde del mismo día de la resurrección cuando se les apareció a los apóstoles y les insufló su propia espiración con estas palabras: "Recibid Rúaj Santa", otorgándoles, como primer fruto de la redención, la paz con el perdón de Dios y con el poder de perdonar pecados (Jn 20, 22s).
Sin embargo, los discípulos no estaban todavía preparados para vivir una fe plena en la realidad de la resurrección de Jesús. Necesitaban todavía un tiempo de preparación para renacer de agua y de Rúaj Santa (Jn 3, 5) y poder proclamar el Evangelio de Jesús con valentía.
Por eso el divino Maestro les ordenó permanecer en Jerusalén, unidos en la oración, juntamente con algunas mujeres, con la Madre y los hermanos de Jesús. Cuando llegó el día de Pentecostés vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso y aparecieron unas lenguas como de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos. Se llenaron de la Rúaj Santa y empezaron a proclamar en diversas lenguas las maravillas de Dios (Hch 2, 1-11).
Esta transformación de los apóstoles, hasta ese momento miedosos, explica la rápida propagación del Evangelio de Jesús entre los propios judíos y también entre otros pueblos. Sin embargo la fe en la Rúaj Santa no fue del todo aceptada. Incluso con el paso del tiempo se fue debilitando (Hch 19, 1-7). Tal es así que el primer Concilio Ecuménico en Nicea en el año 325 al aprobar el Credo únicamente menciona al Espíritu ("Pneuma" en lengua griega) al hablar de encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María.
Esta omisión fue corregida en el siguiente Concilio en Constantinopla (381). Aunque algunos obispos no creían en la divinidad del Espíritu Santo, finalmente se incluyó en el Credo: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas".
La devoción a la Virgen fue creciendo en la primitiva Iglesia. El Concilio de Éfeso (431) otorgó a María el título de "Deipara", literalmente "la que parió a Dios", para dar a entender que Jesús era al mismo tiempo Dios y hombre. Con el tiempo la advocación mariana pasó a ser la "Madre de Dios", que se hizo muy común en la oración popular a la Virgen María, representándola en imágenes artísticas de gran belleza.
En cambio en la Iglesia Católica se ordenó que para representar al Dios Espíritu Santo se acudiese únicamente a la figura de la paloma. La devoción al Espíritu Santo quedó más limitada a grupos selectos, aunque en el último siglo ha adquirido mayor popularidad gracias a los movimientos carismáticos.
A primera vista esta veneración a la Virgen María como Madre de Dios podría ser interpretada como una suplantación de la adoración debida a la Rúaj Santa. Pero, sin embargo, creemos que ha sido una providencia divina para subrayar la relación entre la Rúaj Santa y la Virgen María, la llena de gracia (Lc 1, 28). Entre ambas madres de Jesús, la divina y la humana, hay una plena unión mística, de modo que cuando rezamos a la Virgen María, también oramos a la Rúaj Santa, incluso aún sin ser conscientes de ello.
No son dos devociones contrapuestas a María y la Rúaj Santa, sino pedagógicamente entrelazadas que nos deben llevar a la adoración de Jesús, su Hijo y el Hijo de Dios Padre. Este gran misterio de la Santísima Trinidad como Familia Divina, fue revelado parcialmente en su imagen humana de la Sagrada Familia de Nazaret con José, María y Jesús.
Cabe también profundizar ese gran misterio parafraseando las palabras de Jesús, "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 8) y aplicarlas a la Virgen María: "Quien me ve a mí, ve también a la Rúaj Santa". De esta manera se visualiza plan de de Dios de incorporar a la Virgen María a la Familia Trinitaria, misterio que se hace visible en la unión esponsal de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Esta devoción popular muy extendida nos abre al Dios que es Amor (1 Jn 4, 8), tema que esperamos abordar próximamente.
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