El mecanismo parecía perfecto. 209 países o territorios integran la organización. La FIFA, se jactaban sus dirigentes, tiene más miembros que la ONU.
El click se produjo cuando la televisión -tecnología mediante- pudo transmitir vía satélite los partidos de las principales competiciones internacionales en directo. Fue a mediados de los años setenta del siglo pasado. El deporte-espectáculo cuyos límites se podían cuantificar en el marco de la racionalidad, pasó a convertirse en un gran negocio. Artífices o beneficiarios de ese salto fueron Joao Havelange-Joseph Blatter, una dupla de sagaces dirigentes-empresarios que muy pronto convirtieron a FIFA en una fábrica de dólares.
Se produjo entonces una transformación inconmensurable. Si en 1981 Maradona fue transferido por 10 millones de dólares en lo que parecía una cifra sideral, en 2013 Bale fue comprado en 130 millones. Ambos extremos muestran la lógica de la desmesura. Havelange (que confesó sus actos de corrupción) abrió el grifo para alimentar a los tiburones de los derechos de TV, merchandising y un largo etc.
Hace unas semanas lo que la gran mayoría del público intuía y lo que más de un dirigente internacional había denunciado, se convirtió en hecho tangible. La FIFA no sólo había desquiciado los goznes de la racionalidad, sino que se había convertido en una elegante pandilla de atracadores. Del mismo modo que las cifras de los contratos, las transferencias, la publicidad, los salarios y los premios hacían una danza de millones, los sobornos, las cooptaciones y los arreglos debajo de la mesa, eran equivalentes. Irregularidades de centenares de millones de dólares avaladas por un discurso de transparencia, solidaridad, sentido de equipo y otras frases bonitas que adornan los principios rectores de esta particular ONG.
Era tal su poder, que Blatter y sus amigos convirtieron al organismo en un arca blindada e intocable. Cualquier intervención del gobierno de un país en una federación local, implicaba la automática sanción o desafiliación de esa nación, lo que conllevaba la imposibilidad de clubes y selección de participar en competencias internacionales, una situación impensable para los hinchas de cualquier país futbolero (la inmensa mayoría de los hinchas del mundo). Ese nuevo superestado parecía intocable y de hecho lo fue durante décadas?hasta que apareció la Fiscal General de los Estados Unidos y terminó la fantochada. Las opiniones sobre lo que la Señora Lynch está haciendo tienen todos los colores, pero lo objetivo es que Herr Blatter dejó de ser el emperador con la discrecionalidad de un déspota ilustrado para convertirse en lo que debió ser siempre, el mandatario de una organización internacional obligado a rendir cuentas de sus actos.
No fue un detalle menor la intención de Blatter de seguir al frente de su club privado a pesar del escándalo desatado en vísperas de su reelección. Sin el menor sentido de la responsabilidad política, se mantuvo como candidato y fue reelegido. Si renunció a los pocos días fue porque se dio cuenta de que estaba atrapado sin salida. Su gesto no fue el de quien asume su responsabilidad, sino el de quien, acorralado por las investigaciones judiciales, no tiene otra opción.
Caso particularmente sensible es el de la Conmebol que, junto a la Concacaf, es la Confederación más tocada. Varios de sus altos dirigentes, empezando por Nicolás Leoz, o han sido detenidos o tienen mandamiento de extradición. Las tres principales federaciones de América del Sur: Argentina (Grondona), Brasil (Texeira) y Uruguay (Figueredo), tuvieron dirigentes que o fueron cazados o se libraron de serlo por haber fallecido. El lodo general que salpica los lujosos predios de Luque en Paraguay es muy alto y requiere de una limpieza. Sería saludable una renovación del 100% de su directiva, lo que implica un cambio en la estructura de la mayoría de las federaciones sudamericanas. Demasiado dinero dio lugar a una gran fiesta en la que había dólares para todos. Nadie decía nada porque todos recibían alguna parte del pastel, sea legal o ilegalmente. Bajo el brillante celofán de una infraestructura espectacular, unos salarios altísimos y unos premios nunca antes soñados por participaciones de clubes y selecciones en competencias internacionales, se dio el ´vale todo´.
El problema no es sólo la corrupción, es la locura general en la que está el fútbol. Mundiales comprados, requisitos con costos insultantes para ser país organizador, estadios que parecen palacios que no sirven para nada, dirigentes y jugadores envueltos en una burbuja millonaria, progresivo y demencial crecimiento de la violencia en las canchas, mafias dentro y alrededor del fútbol que tocan a muchos: a la FIFA, a sus afiliadas y a clubes de rango mundial.
Probablemente la Fiscal Loretta Lynch no sabe nada de fútbol pero ha sido, finalmente, la que le ha puesto el cascabel a este sucio gato.
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.