Sábado 13 de junio de 2015
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Los resultados de las elecciones subnacionales evidenciaron, entre otros asuntos, los límites del clientelismo. Ni las amenazas de las máximas autoridades nacionales (el palo), ni las ofertas de nuevas obras fantásticas (la zanahoria) guiaron el voto del elector boliviano, quien suele ser mucho más reflexivo que sus pares en el continente.
El caso más notable fue el de El Alto, una compleja urbe con estadísticas de megaciudad y con prácticas aún pueblerinas, como los bailes improvisados a cualquier hora en cualquier avenida principal; con slogans de pobreza y de lamento pero con creciente imagen de ciudad productiva e inventiva.
Una joven migrante de segunda generación, aymara sin trenzas, con maquillaje sobrio pero moderno (muy al estilo de las Eva Liz), profesional y entradora, Soledad Chapetón, ganó la pulseta con un amplio margen contra el candidato apoyado indiscretamente por el Poder Ejecutivo y por un enorme aparato que aprovechó bienes y medios de comunicación estatales.
Soledad sabía de antemano que le esperaba una jauría, aquella que se alimentó de discursos falsos, de socialismo neoliberal, de descolonización estalinista, y de ejercer un poder oscuro sin rendir cuentas ni a la Contraloría ni al electorado. Los dirigentes de los llamados "movimientos sociales" parecen gozar de privilegios que no acompañan a los otros habitantes de este territorio y están libres de auditorías.