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En uno de mis viajes a la Villa Imperial de PotosÃ, el artista Edwin Callapino me entregó la estatuilla de la China Supay, la amante celosa y seductora del TÃo de la mina. Me la traje en el autobús hasta la ciudad de El Alto, empaquetada en un cartón cuyo rótulo advertÃa: "Contenido frágil".
En los Carnavales, ella luce una máscara de mujer coqueta, una tentadora sonrisa y dos pequeños cuernos en la frente; sus ojos grandes y celestes tienen una expresión pÃcara, sus pestañas son largas y revueltas, sus labios de granate, carnosos, seductores y entreabiertos, dejan entrever una dentadura tan perfecta como el arco de cupido. AsÃ, flanqueada por Lucifer y Satanás, avanza dando brincos en zigzag, como si dibujara una serpiente reptando hacia el mismÃsimo infierno. En la danza es vigilada por el Arcángel San Miguel y acompañada por osos, cóndores y diablos que encarnan los siete pecados capitales.
La China Supay no baila sólo por devoción a la Virgen del Socavón, sino para conquistar el amor del Arcángel San Miguel, quien, a pesar de ser su rival y el rival del TÃo, es su amor platónico, el amor de sus amores, pero un amor imposible al fin y al cabo, porque si ella, lejos de hechizar a los hombres con el movimiento provocativo de sus nalgas y senos, encarna los atributos de un ser infernal, el Arcángel San Miguel es dueño de una apariencia atractiva, corazón incorruptible y espÃritu tranquilo, atributos preferidos por Dios.
Sin embargo, la China Supay, con su blonda cabellera flotando al aire, no deja de enseñarle las tetas ni las piernas en el recorrido por las calles de la ciudad, como si quisiera hacerle caer en la tentación, pero el Arcángel San Miguel, consciente de que es el guerrero de Dios y guardián de los reinos celestiales, la esquiva una y otra vez, como un santo enfundado en traje inmaculado; máscara de ángel celestial, casco invulnerable, coraza azul, blusa de seda blanca, falda corta, botines de media caña, escudo plateado y espada en ristre.
Todos saben que la China Supay, como no encuentra ninguna razón para que una mujer se consagre a la virtud de la castidad, atenta contra las buenas costumbres sexuales y pone en jaque a los hombres que la acosan en los Carnavales, intentando manosearla donde no deben y probar el elixir que ella guarda celosamente para el TÃo de la Mina, el único macho capaz de hacerla navegar en las estrellas y el único ser incapaz de renunciar a los placeres de la carne.
La China Supay no soporta la hipocresÃa ni la doble moral. Es la que mejor simboliza el secreto que cada mujer guarda en el fondo de su alma, en el oscuro pozo del subconsciente. Si la mujer calla, la China Supay habla como bruja deslenguada; si la mujer llora, la China Supay rÃe a mandÃbula batiente; si la mujer sufre, la China Supay se regocija con el dolor de los hombres; si la mujer goza de la vida y el amor, la China Supay goza junto con ella, por ser el fiel reflejo del yo profundo de una mujer que se mira en el espejo.
La China Supay, que simboliza la lujuria y el pecado, tiene el cuerpo esculpido de carne ideal en el que todo es bueno y bello, tan bello que perturba la razón y levanta el animal en reposo de cualquiera que la mire por adelante o por atrás. No hay hombre sobre la faz de la tierra que no se enamore del fulgor de su belleza; digo fulgor, porque todo su cuerpo es luminoso como una lámpara; más todavÃa, puedo aseverar que su enigmática belleza, hecha de miel y de fuego, puede abrirle incluso las puertas del ParaÃso.
Me imagino que su traje estará compuesto por diadema de oro y gemas preciosas, blusa escotada, corpiño brocado, minipollera decorada con dragones bordados con hilo Milán, medias nylon, bombacha con encajes, cetro de mando y pañoleta al cuello; sus botas de taco alto, caladas en la parte trasera y hasta la pantorrilla, llevarán aplicaciones de realce, como un chorizo que simboliza el órgano genital masculino, para que todos sepan que la sexualidad de la China Supay es voraz como las llamas del infierno. Y, como es natural, para engalanar su aspecto de diablesa, llevará alhajas con engastes de pedrerÃa en las orejas, el cuello y los dedos.
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