El Presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma, tiene una personalidad compleja y muchas veces contradictoria que le hace desear fervientemente que todo le salga a las mil maravillas en su delicada, y a frecuente tormentosa gestión gubernamental. Lamentablemente, para él, no siempre las cosas salen a gusto y sabor del caudillo boliviano del Siglo XXI, representante puro del populismo de una nueva época, encarnación de muchas de las cualidades seductoras ante las masas de Mussolini y Hitler, los constructores de la barbarie. Estas personas llevan al extremo su personalidad y comenten crímenes en nombre de la Humanidad.
Hace 70 años acabó una guerra y empieza otra, cuando murieron 20 y 70 millones de seres humanos. Las cifras son frías, pero cuentan en la historia. Si empezamos por describir lo que pasó en la Guerra de la Independencia, donde las aymaras se creen posesos de la historia, a pesar de que no fueron protagonistas. En procesos dialécticos eres lo que contribuiste a hacer a pesar de que después de arrepientas: "los indios crearon mestizaje indisoluble y el capitalismo lo ratificará".
El Presidente ha pasado por penurias: lo han insultado, lo han maltratado y tiene derecho a defenderse, pero en su calidad de Autoridad debería mantener una cordura necesaria. Ahora tiene una cordura necesaria. No tiembla, tiene un carácter común a un líder autoritario, caracterizado por su ego que reprime las ideas, el pensamiento propio, la convicción.
Lo que ahora preocupa al Presidente son tres asuntos: fundamentales que no resuelven debidamente: la marraqueta, el fracaso del Tribunal Supremo Electoral y el caso de la extradición del ciudadano Belaúnde.
La marraqueta es vital para las personas bolivianas. Se constituye en su esencia de comida diaria sustituyendo a proteínas y grasas en su base alimentaria. Y además es un tema cultural: ¿Qué orureño o paceño desayuna sin ese pan? Con un decreto, o ley, se pueden solucionar cosas. Pero cuando no se razona suficientemente surgen dificultades. Son las primeras razones de matar a un pueblo.
El Presidente definió la elección de los miembros del Tribunal Supremo Electoral por bases no meritocráticas. Y le fallaron. Sus incompetencias salieron a la luz pública: bailes con "masistas declarados por su vestimenta", "presentaciones partidarias", "militancia no declarada", entre más aberraciones morales que obligaron a decidir políticamente que "no servían para el fututo".
El caso Belaúnde terminó de definir, sacó a la luz, exteriorizó los traumas del Presidente, dio a conocer sus limitaciones, las que radican en el poder. No se puede ser impunemente poderoso. Al final el abuso te lleva a confrontarte con la servilidad de sus ayudantes. Y acabas comprendiendo que te traicionan vilmente. Así pasa y transcurre en la historia.
Un líder, para ser reconocido, necesita pasar a un momento egregio, de oportunidad humana que no trasciende el oportunismo, que batalla contra el egoísmo y la soberbia. Marx, al que él cita frecuentemente, se dedicó a construir un futuro, y lo hizo bien, dedicó su vida a la estructuración de un bien: el comunismo.
Finalmente. El Presidente no es Marx.
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