Las ilusiones no son malas, pero la realidad manda
30 may 2015
Adhemar Ávalos Ortiz
El tema del enclaustramiento marítimo de Bolivia, posterior a la invasión chilena del Litoral en 1879, tiene una importancia significativa para las bolivianas y bolivianos y sus connotaciones rebasan los límites puramente históricos para centrarse en sentimientos arraigados por más de un siglo en la mentalidad de nuestro pueblo. Fue un despojo tan descarado e implacable que lo único que podrá redimir a Chile es la devolución de los territorios regalados por Melgarejo antes de la guerra fatídica y los usurpados posteriormente. Los tratados que consolidaron el robo no son más que producto de la astucia y la amenaza militar, además de los intereses de casta de liberales y conservadores que en Bolivia solamente pensaban en sus rentas de la explotación minera. La Patria les importaba un comino.
Pero hay gente que todavía cree en la magnanimidad de la clase dominante chilena. Después de más de un siglo de propuestas, oficiales y oficiosas, por parte de autoridades chilenas de compensar a Bolivia con una salida soberana al océano Pacífico por territorio que hasta la guerra perteneció al Perú, el gobierno de Bolivia decidió, en un arranque de supuesta lucidez política, recurrir al procedimiento de la demanda ante La Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya para obligar a Chile a una negociación de buena fe por haber generado "derechos expectaticios" en sus reiteradas ofertas, de las cuales existen pruebas documentales muy sólidas.
Independientemente de las motivaciones del actual gobierno boliviano, las que podrían ser muy interesadas políticamente, lo importante ahora es analizar no la racionalidad o la justicia de la demanda, de por sí absolutamente coherentes y plausibles, sino las posibilidades reales de que Bolivia pueda acceder de aquí a una década, en el mejor de los casos, a un territorio soberano que nos vincule con el mundo por la vía marítima.
En primer lugar, en lo urgente de todo el entramado jurídico que deben analizar los jueces de la Corte de La Haya, se encuentra el alegato chileno de la falta de competencia del ente internacional para tratar el tema porque supuestamente el Tratado de 1904 ya habría zanjado el tema de fronteras y las disposiciones del Pacto de Bogotá de 1948 impedirían volver a abrir el asunto.
A principios de mes ya fueron presentados los argumentos de ambas partes y deberá existir un pronunciamiento del tribunal internacional máximo hasta diciembre de este año. La respuesta de la Corte de La Haya a la posición chilena podría decantarse por tres vías: la primera pasa por aceptar su incompetencia para tratar el caso, la segunda por declarar su competencia, rechazando los argumentos chilenos, y la tercera pronunciarse por dejar el tema de la competencia para el final y revisarlo junto con el asunto de fondo.
En este difícil entuerto jurídico, y conociendo sobremanera la calidad de los fallos de la Corte en el pasado, lo más probable es que se llegue a la tercera vía de fallo preliminar, o sea dejar todo para el final. Aunque no se quiera creerlo, los fallos históricos de los jueces de la alta instancia de las Naciones Unidas no son estrictamente jurídicos, ya que también implican elementos políticos, aunque muy mimetizados, para tratar de que ninguna de las partes se sienta absolutamente vulnerada en sus derechos. Así ocurrió en los fallos de los casos de Nicaragua y Colombia y Perú y Chile en años pasados.
El tratamiento final de la demanda, en caso de darse la solución jurídica por la segunda y tercera vías, tardará entre tres y cinco años por lo menos y en el mejor de los casos, si Bolivia recibe un fallo favorable a sus intereses, llegará el momento en tenga que sentarse a negociar con Chile, pero conociendo la conducta histórica de la diplomacia mapochina, su falsa defensa del derecho internacional y su reiterada soberbia con sus vecinos, entonces poco se podrá esperar de positivo para nuestro país. Se podrá tener una victoria jurídica parcial y también un triunfo moral, pero el tema de fondo seguirá pendiente. Ilusionarse no es malo de por sí, pero la cruda realidad debe hacernos ver que el tema de la mediterraneidad está lejos de solucionarse a corto y mediano plazo, pero sí se puede seguir utilizando con fines políticos "non sanctos" por ambos gobiernos.
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