Miercoles 27 de mayo de 2015

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A la distancia, lo que sucede en "la casona de mis mayores", Potosí, llama la atención o conmueve. A 103 años el último excombatiente sucumbió. Cuando tenía alrededor de 20 se internó al "infierno verde" con la trágica consigna de matar y morir. Cincuenta mil almas no volvieron nunca. Los demás, se han ido acabando poco a poco; unos padecieron más tiempo que otros la agonía. Más suerte tuvo el que se fue sin añadirse la soledad y el abandono.
Hubo vencidos y vencedores. Es demagógico afirmar lo contrario. Al comenzar la "guerra estúpida" se aseguró que Bolivia la ganaría; los políticos con sus arengas patrioteras inflamaron el civismo colectivo, y el país - que no estaba en su mejor momento - se entregó a ciegas al holocausto. Nunca se pudo "pisar fuerte" en el Chaco, ni se llegó a Asunción para enarbolar allí la bandera del triunfo. ¡Ah, los políticos! A casi un siglo, los que tenemos hoy no son diferentes.
Un mundo de cosas oscuras y feas alrededor de esa contienda. La Real Audiencia de Charcas nos dejó fronteras difusas, fuente potencial de conflictos con los vecinos; uno de ellos fue el Paraguay. Tras una larga y engorrosa disputa limítrofe, llegaron a la guerra dizque empujados por las transnacionales del petróleo. Argentina y Chile actuaron, de forma subterránea, como aliados del enemigo contra Bolivia. Pero la más catastrófica derrota fue ante sí misma con el "corralito de Villamontes", el único exitoso de la campaña. Por desgracia, contra su propio presidente. "No tengo siquiera el consuelo de morir frente al enemigo". (Salamanca).