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Domingo 24 de mayo de 2015

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Cultural El Duende

José Martí

24 may 2015

José Julián Martí Pérez. La Habana, 1853 - Dos Ríos, Cuba, 1895. Político y escritor, destacado precursor del Modernismo literario hispanoamericano y uno de los principales líderes de la independencia de su país. Las siguientes misivas, fueron escritas por Martí a su madre, Leonor Pérez y están recopiladas en Epistolario General de sus Obras Completas.

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[Todavía no me siento con

fuerzas para escribir]

1892

Madre mía:

Todavía no me siento con fuerzas para escribir. No es nada, no es ninguna enfermedad; no es ningún peligro de muerte, -la muerte no me mata-. Caí unos días cuando la infamia fue muy grande; pero me levanté. La gente me quiere y me ha ayudado a vivir. Mucho la necesito: mucho pienso en Ud.: nunca he pensado tanto en Ud.: nunca he deseado tanto tenerla aquí. No puede ser. Pobreza. Miedo al frío. Pena del encierro en que la habría de tener. Pena de tenerla y no poderla ver, con este trabajo que no acaba hasta las diez y media de la noche. Bueno: los tiempos son malos, pero su hijo es bueno.

Nada más ahora: Ud. lo sabe todo: esta palabra de hijo me quema. Lea ese libro de versos: empiece a leerlo por la página 51*. Es pequeño, es mi vida. Pero no crea que se afloja: ni que corre riesgo ninguno, ni que está en salud peor de lo que estaba este hijo que nunca la ha querido tanto como ahora.

* Se refiere a sus Versos Sencillos y en particular a los que recuerdan los sucesos del Teatro Villanueva.

[Un hombre entero no

tiene derecho a reposar]

Mayo 15 de 1894

Madre querida:

Ud. no está aún buena de sus ojos, y yo no me curo de este silencio mío, que es el pudor de mis afectos grandes y mi modo de queja contra la fortuna que me los roba y como venganza de esta fatal necesidad de hablar y escribir tanto en las cosas públicas, contra esta pasión mía del recogimiento, cada vez más terca y ansiosa.

Pero mientras haya obra que hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar. Preste cada hombre, sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí. ¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quien pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?

Ahora voy al Cayo, por unos cuantos días y de allí sigo mi labor, más pura, madre mía, que un niño recién nacido, limpia como una estrella, sin una mancha de ambición, de intriga o de odio. Y vea -¿cuántas veces no se lo he dicho?- por qué no puedo escribirle.

A otros puedo hablar de otras cosas. Con Ud. se me escapa el alma, aunque Ud. no pruebe con el cariño que yo quisiera, sus oficios; y a esa tierra infeliz donde Ud. vive no le puedo escribir sin imprudencia, o sin mentira. Mi pluma corre de mi verdad: o digo lo que está en mí, o no lo digo. Luego, este hablar de sí mismo tan feo y tan enojoso. Déjeme emplear sereno, en bien de los demás, toda la piedad y orden que hay en mí. Y crea, porque es lo cierto, que en nada pudiera su hijo estar empleado. Ni nada, aun en lo egoísta, hubiera podido adormecer mejor mi bárbara, mi inacabable pena. Muerde, muerde, no me la puedo arrancar del costado.

De ustedes sé sin cesar, más de lo que quiero yo que sepan de mí porque no les llegarían más que angustias. Esa Carmen no escarmienta: o es que es muy buena y por eso padece tanto. ¿Llegaré a tiempo para alegrarles un poco la casa?

Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis luchas. El hombre íntimo está muerto y fuera de toda resurrección, que sería el hogar franco y para mi imposible, adonde esta la única dicha humana, o la raíz de todas las dichas. Pero el hombre vigilante y compasivo está aún vivo en mí, como un esqueleto que se hubiese salido de su sepultura; y sé que no le esperan más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que es preciso entrar para consolarlos y mejorarlos. Sólo los infelices que llegan pocas veces al poder y suelen llegar con demasiada ira, tendrán paces conmigo. La muerte o el aislamiento serán mi premio único: y si vivo, la autoridad de mi conciencia, en los rincones de la gente buena y el trabajo, de que podré sacar siempre un migajón para mi hermana Carmen.

Allí dejo a Carmita*, en Central Valley, que es un cesto de colinas, donde, en verano al menos, se puede vivir en pobreza alegre. Pasé allá unos días, con el hijo de Gómez, que me va sirviendo de hijo; y no volveré por allá en algún tiempo. Solas llegaron la madre y las hijas, en una fiera nevada; pero ya les ha salido flor a los manzanos y a los cerezos; y tienen su cría de pollos y su acre de hortalizas. No he conocido humildad y honradez como la de Carmita. Ahora le veré a Manuel; que volvió de sus paseos por el aire y aprende a tabaquero; para que se ejercite en la hermandad del hombre y en el decoro del trabajo. ¿Y ese gentil Oscar, que quisiera yo tener junto a mí, y ese Mario fundador, que ha de ayudarme a hacer un lindo pueblo de campo, y ese Alfredo paciente, leal y administrativo? Si empiezo a recordar, se me acongoja el alma, y llega turbia y ensangrentada al trabajo que tiene que hacer esta misma noche. Callo.

Sí, quisiera que me escribiesen todos, por el vapor de vuelta a Tampa, donde estaré, bajo sobre, a Ramón Rivera y Rivera, Ibor Factory, Tampa.

Y que me escribiesen sin pena, como si me estuviesen viendo todos los días. Yo las estoy viendo siempre, a mi Chata romántica, a mi Carmen digna, a mi dolorosa Amelia, a mi sagaz Antonia: yo no ceso de verlas un instante. Un rayo dejó una vez mudo a un hombre; ¿y no quieren que haya enmudecido yo?

A usted, madre mía, ni una palabra. La quiero y la sufro demasiado para eso. Toda la verdad y la tristeza de su hijo.

* Carmen Miyares

[No son inútiles la verdad

y la ternura]

Montecristi, 25 marzo, 1895

Madre mía:*

Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Vd. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.

Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojala pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Vd. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.

Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Vd. pudiera imaginarse. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.

Para tus amigos: