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Domingo 24 de mayo de 2015

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Cultural El Duende

Paisajes literarios

24 may 2015

Texto del polígrafo e historiador Gabriel René Moreno (Santa Cruz, 1834 - Valparaíso, 1908) correspondiente a "Últimos días coloniales en el Alto Perú. Santiago, 1886 y publicado en "Kollasuyo", Revista de Estudios Bolivianos

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Bellísimo, aún más que ahora, era el sitio por las selvas que poblaban sus contornos cuando, en 1539 llegó allí Pedro de Anzúrez a fundar villa por orden del marqués Pizarro. Su plano está atravesado por el divortia aquarum del Alto Perú; línea admirable adonde, cuando llueve, dos gotas que venían juntas suelen separarse, una rodando a las cabeceras del más poderoso río del continente, y otra yendo a los tributarios del mayor caudal de aguas que corre en el globo. Dos cerros cónicos del pórfido, a manera de esfinges misteriosas, uno junto a otro se empinan con aspecto singular tras los arrabales del sud y del sudeste. La línea del divortia aquarum divide sus bases con tal exactitud, que los arroyos que bajan del uno son vertientes del Amazonas, y los que bajan del otro cabeceras del Río de la Plata.

Enclavada en uno de esos contrafuertes apacibles y abrigados al bajar la gran altiplanicie de los Andes, como para hacer servir su plaza de natural escala de comercio, entre las altas provincias de Bolivia y las bajas de la Argentina, Sucre es un punto céntrico de término entre dos grandes vías fluviales; pues dista doce leguas del Pilcomayo y catorce del Guanay.

Pero, a pesar de estas y otras circunstancias aún más notables o ventajosas, la verdad es que la naturaleza fue aquí avara de ciertos dones permanentes o inagotables, necesarios siempre para la economía vital de una gran población: ¡tan medidas son sus aguas cristalinas, tan a trasmano el río, tan áridos hoy los alrededores, tan apartados los bosques de maderas y las tierras de cultivo y crianza!

Y aunque no tan exigua como lo afirman otros, es con todo indudable que era la calidad, no la cantidad, lo digno de notarse en la antigua población de La Plata. Todo induce a creer que entre Lima y Buenos Aires dicha villa llegó a ser, en el hemisferio meridional, el agrupamiento más considerable de criollos ilustrados, magnates españoles y familias ricas o acomodadas.

La vastísima jurisdicción de su Real Audiencia, la fama de su Universidad en todo el virreinato y la alta primacía de su curia metropolitana, mantenían de asiento o de paso en su vecindario un número muy crecido de abogados, litigantes, ministriles, estudiantes, maestros, clérigos y empleados de diversas categorías, que con la variedad simultánea de sus ocupaciones y quehaceres, comunicaban no poco movimiento y animación a la ciudad?

Atalaya de la administración pública en el Alto Perú, metrópoli eclesiástica del virreinato, aula consagrada de una juventud inmensa de climas apartados, palestra forense y tumultuaria de los intereses y pasiones de la sociedad civil, no en vano ciertamente la investidura oficial acumuló durante siglos, en la cabeza de la modesta villa, las preeminencias todas de una verdadera señora de las provincias. Sus anales forman una página luminosa y colorida de la era hispana en los dos virreinatos meridionales de que fue sucesivamente segunda capital.

En otras partes, por ejemplo, la pujanza dominante del elemento español, como que se diluía en la enorme desproporción del elemento indígena, presentando del sistema espectáculos confusos, dispersos, o tan sólo las batallas de la intrepidez o de la fuerza. Dentro de estos muros la vida colonial se agitó por completo, desplegando en sus diversas esferas la intensidad más enérgica de su espíritu. Aquí estaba la médula de aquella vasta y poderosa organización; este pueblo era el cerebro de la sociedad entera en las altas y bajas provincias interiores del virreinato.

Pocos moradores ciertamente, pero, ¡qué moradores! Lo indígena y lo mestizo, lo europeo y lo criollo, lo pechero y lo hidalgo, lo secular y lo clerical, lo viejo y lo joven concentraron en La Plata la quinta esencia pura de su actividad para combinarse como en una redoma selecta. Estrecho era el recinto; pero en cambio era muy militante, primordial, trascendente o supremo el oficio de las gentes que allí trabajaban la obra del régimen establecido.

Por lo mismo que era estrecho el recinto y tanto y tan esenciales los agentes allí agrupados para cooperar y entrechocar, el aspecto histórico de esta ciudad semeja al de una enorme fábrica, en cuyas oficinas y dependencias las regias potestades, el populacho altanero, los magnates adinerados, las gentes de iglesia y la juventud nativa, codo con codo y cabeza con cabeza, labraron de realce la tela colonial, tan poco conocido aún y tan digna de examen en las diversas secciones del Nuevo Mundo.

Como a tantas otras, el rey concedió a la vieja capital de los Charcas el uso de un escudo? Pero su verdadero y nunca deslustrado blasón está en su gloria, y su gloria es aquel famoso grito de libertad, cuando en Mayo 25 de 1809 América dormía el sueño profundo de la servidumbre; grito al que, días después, respondió temerariamente La Paz con la guerra y los martirios primeros de la emancipación continental.

Desde principios del siglo la idea redentora hervía como en un caldero en los cerebros juveniles de la Academia Carolina, al fuego de las disputas, con el pábulo de libros revolucionarios. De ese foco partieron como centellas a las eminentes extremidades del norte y del sur, Monteagudo llevando a la metrópoli del Perú los planes del nuevo pensamiento; y a la capital de Buenos Aires, corazón del Virreinato, Moreno, Castelli y López, llevando la consigna y el clarín de la revolución.

Durante los quince años mortales de la guerra magna, los españoles defendieron los muros de Chuquisaca con una pertinacia y arrojo dignos tan sólo de una plaza fuerte de primer orden. No era tanto lo que la temían como lo que la amaban, a pesar de la negra ingratitud de sus letrados. Cuando sonó la última hora de la dominación española en América, Tacón Maroto y Espartero volaron de allí a buscar en el viejo mundo una celebridad por mil títulos ruidosa en los anales contemporáneos.

Privilegiada durante la colonia, sigue siéndolo después de la independencia como capital de la República. ¡Qué sucesos tan memorables los de aquellos días críticos de la nueva era! Su vecindario fue entonces un cenáculo que concibió, debatió y formuló resoluciones fundamentales y perpetuas. Bolívar, que era estadista y poeta, pugnó contra mil obstáculos por visitarla y la visitó. Entró enemigo de la autonomía y salió jurándola. Cuatro años preciosos de su vida, sus cuatro años de gabinete, consagró allí Sucre en seguida a organizar la existencia futura del Alto Perú.

Ahí se está sin dar un paso. Envejeciendo, algo de noble se cierne y se posa sobre ella. Parece que cierta vislumbre de lo pasado se levanta como una aureola sobre la masa vetusta de sus edificios. Cesó la bulla de sus aulas, pero queda la vocinglería de las campanas. Bóvedas, torres, cúpulas y obeliscos bizantinos; puertas, ventanas, balcones y aleros como de celdas trapenses. Todavía algunas pompas majestuosas en el rito metropolitano. Ociosidad en las calles. Aquí y allá vestigios de otra grandeza señorial. Por donde quiera cierto sello característico, el sello de la antigua corte del Alto Perú, que mantiene indeleble su timbre, timbre de cultura y refinamiento en el trato y costumbres de todos sus habitantes.

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