Mónica Siles Toro es delgada, bajita, de ojos vivaces, manos pequeñas y apariencia de niña de quince años. Su feminidad trasciende en su voz articulada, de tono suave y volumen agradable. Es de Sucre, hija de un médico potosino y una maestra chuquisaqueña. Tuvo una niñez de viajes temporales a casi todos los centros mineros, hasta que su papá ganó una beca de especialización en Santiago de Chile, y con cinco años tuvo que iniciar primaria en aquel país, donde fue la mejor alumna de su escuela y le tocó llevar la bandera, que se negó hacerlo por el reclamo seguro de que los chilenos le habían quitado el mar; cuando el director hizo llamar a sus padres todos comprendieron que esa idea no se la podían cambiar. A su regreso a Bolivia se instalaron en La Paz y le inscribieron en un colegio católico para estudiar hasta sus trece años, después viajaron a Sucre, donde recuperó su niñez jugando nuevamente a las muñecas, porque la gran ciudad le pareció muy acelerada.
Salió abanderada de su promoción y quería estudiar medicina siguiendo el modelo de su papá, pero recuerda que cuando le llevó a una cirugía se desmayó sorpresivamente que tuvieron que socorrerla a toda prisa suspendiendo peligrosamente la atención del paciente. La carrera de salud había sido desechada, porque además le rondaba la idea del diseño de ropa, ya que su mamá había iniciado un negocio en este rubro. El encanto de la moda se apropió de su corazón y decidió estudiarla profesionalmente, aunque la oportunidad le vino después de un intervalo en la carrera de economía, con la que ganó una beca en la ex Unión Soviética por su buen desempeño universitario. Después de tres años de estudiar idiomas se enamoró tempranamente y deseó casarse para quedarse en aquella nación. Regresó al país para pedir permiso y sus papás lógicamente le negaron su deseo. En los años de sus estudios en la ex URSS, viajó por Asia Central, Europa Oriental, el Polo Norte, la India, el norte de África y las quince repúblicas soviéticas, lugares exóticos donde conoció personas, vestimentas y culturas.
Ya en su patria trabajó como docente de idioma ruso en la universidad San Francisco Xavier, y convenció a sus padres para que a cambio de su obediencia le dejen estudiar diseño. Escogió Chile para realizar sus estudios y después de tres años intensos en el desarrollo de sus habilidades y perfeccionamiento de sus conocimientos, regresó nuevamente a Bolivia, para contraer nupcias en Sucre. Un tiempo después llegó a Oruro para trabajar en el negocio de la costura, pero su marido le abandonó con una de sus clientes y fracturó su matrimonio, para entonces ya era mamá. Sus padres le ordenaron retornar inmediatamente a Sucre y ella sentenció su destino en nuestra ciudad con una frase: "mi hijo y yo somos familia", y decidió pelearle a la vida, sin nada en la casa alquilada y peor en la cartera, sino con muchas mujeres buenas que le ayudaron siempre, y que ahora las recuerda como madrinas mágicas y ángeles de Dios.
Trabajó duro, días y noches, domingos y feriados, con horarios continuos y sin vacaciones, hasta que conoció a su actual esposo, una mañana que entró en la tienda con su niña para encargar una obra. Monika le dijo que necesitaba el criterio de la mamá y él le contestó que pertenecía al club de los divorciados, como ella. Desde entonces no dejan de ser felices, aunque él es diametralmente opuesto en su profesión: ingeniero mecánico especializado en equipo pesado.
Aprendió que para crear tendencia, proyectar estilo y hacer espectáculo digno de verse y compararse con pasarelas de Europa, Estados Unidos o Japón, se debe estudiar la vida, comprender las culturas y asimilar las sensaciones del carnaval, porque es una gran responsabilidad hacer folklore, principalmente si se trata del sábado de peregrinación, cuando baila en el corazón de las bailarinas que lucen sus trajes y llega a los pies de la Virgen del Socavón, a la que le tiene fe y admiración.
Piensa que existe una relación estrecha entre moda y folklore, porque los trajes son protagonistas iguales a la música y la danza, y no se puede concebir al carnaval sin este complemento. Dice que el diseño es complejo, porque en el instante creativo novedoso convergen los mitos, las tradiciones, las leyendas que se articulan en símbolos y signos en la vestimenta, por eso el carnaval es una magnífica expresión espiritual y oportunidad plena para que un diseñador pueda crear, diseñar y aplicar, sin transgredir normas ni desvirtuar conceptos.
Ha estado en diversos países, en México conoció el vestuario de Frida Kahlo. Lee y admira a la poetisa Adela Zamudio, a la guerrillera sandinista Gioconda Belli, a la escritora María Dueñas y venera mucho a su abuela. Es sencilla y amable, afirma que la mujer es sinónimo de amor y vida, y que la belleza es todo lo que hace sentir bien. Es fuerte como su nombre de marca y noble como su sello profesional, es actual y está vigente porque diariamente viste a la moda.
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