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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 En fojas cero el amargo mar - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Estamos ante un nuevo aniversario de la usurpación chilena. Aparte de “celebrar” el estreno de la arenga guerrillera, ¿qué más habrá en el día del mar? Los discursos gastados, la misma historia, el ignoto mar irrenunciable, en fin, ¿se volverán a repetir? Si fuéramos consecuentes con lo que nos pasa, no tendríamos que celebrar nada. Deberíamos izar nuestra enseña tricolor a media asta, en señal de duelo y de protesta. Razones no nos faltan.
Chile no ha dejado de despojarnos. A la costa marítima se sumó el desvío unilateral del río Lauca (1962) y ahora último, con fina astucia, ha logrado incorporar a la agenda de cuestiones pendientes el Silala. Y no aprendemos la lección: hoy como ayer, continúa la frontera desguarnecida y abandonada. El desafío es convertir a Quetana y sus alrededores en polo de desarrollo productivo; pero nada de esto ha existido nunca en los planes de Bolivia. La soberanía sigue siendo apenas una palabra.
A esa sempiterna dejadez abúlica, sigue la incapacidad para definir una política marítima que sea racional, plausible y realista. ¡Quién creyera! Más de un siglo no fue suficiente para estudiarla. A falta de ella, jugamos a la veleta que cambia de dirección según el soplo del viento interno. Cada gobierno fija su propia política. Unas veces suena el reclamo en los foros internacionales; otras, es sólo asunto bilateral.
De la firmeza chilena se desprende una lección. Allí no importa de qué signo sea el gobierno de La Moneda. Con Pinochet o con Allende la respuesta es la misma: “los tratados son intangibles; todo, menos soberanía”. Sólo en países de poca consistencia institucional, como Bolivia, la ideología política se sobrepone al interés nacional. Después de casi dos siglos, nada indica que estos “otros” harán mejor las cosas. Así no se va a ninguna parte, menos hacia la reconquista del mar.
Si dejamos de lado las ambigüedades discursivas, no hay muchas vueltas que dar. Chile no nos devolverá jamás ni un pedazo del Litoral cautivo. La razón es simple: se escindiría su territorio. Además, su Constitución no lo permite. La otra opción, tan difícil como ésta, es una guerra victoriosa contra Chile, para devolverle después el brutal justificativo de Abraham König: “Nuestros derechos nacen de la victoria; la ley suprema de las naciones.” Pero eso, y la cara de Dios…
Por eso se piensa en un corredor por Arica, no sólo por pragmatismo sino porque es la única posibilidad real. Chile saldría ganando por doble partida. Liquidaría el viejo problema con Bolivia y se cubriría las espaldas con el Perú. Pero sucede que en virtud de una cláusula en el protocolo complementario del Tratado de 1929, Chile no puede disponer de Arica sin consultar al Perú, el legítimo dueño. Sólo Bolivia cometió la gran chambonada de entregárselo todo en bandeja, asustada. El fracaso de Charaña, en 1974, es un testimonio de esa situación.
Ahora lloramos sobre la leche derramada. Cantamos que “Antofagasta es tierra hermosa”, después de abandonarla y perderla. Esa teoría del candado y la llave nos amarga la vida. Pero en 1999, después de 70 años, Chile y Perú consolidaron el tratado de 1929 mediante un Acta de Ejecución. Allí se establece que no se puede ceder Arica a otro país sin consentimiento peruano. ¿Y qué hizo Bolivia? Felicitó a los dos países por haber dado fin a un largo litigio; es decir, celebró que le pusieran con más seguridad el fatídico candado.
El Perú ha manifestado más de una vez que no será un obstáculo en la eventualidad de una solución. Pero es evidente que no está dispuesto a renunciar su derecho sobre Arica. También en Charaña se vio esa realidad. En todo caso, si por esa vía se lograra el acceso al mar, obviamente ya no se trataría de una “reivindicación” sino de una transacción negociada, con canje territorial, como la que se proyectó entre Pinochet y Banzer. Con o sin soberanía, se debilitaría la aspiración marítima boliviana. Chile daría por zanjada la cuestión.
Seguramente como nunca, en los últimos años se trató el asunto -por parte de Chile- con sutil y elegante astucia; así como con candorosa ingenuidad por la de Bolivia. Se presentó la hipotética solución en un celofán de atractiva apariencia. Ahí están los 13 puntos de la famosa agenda sin”exclusiones”. El presidente Morales creyó que ahí dentro estaba el tema del mar. Estaba, pero sin la referencia de soberanía. Su colega Bachelet personalmente se lo aclaró. Y no obstante, a la hora de los balances, se afirmó que las relaciones con Chile jamás estuvieron mejor que ahora. A la luz de los resultados, el rotundo fracaso es innegable.
A diferencia de lo que el gobierno cree, con la “diplomacia de los pueblos” y “la confianza mutua” el único ganador efectivo fue Chile. Silenció a Bolivia con su reclamo marítimo en todos los foros internacionales; impuso la visión de que el problema es bilateral. Con el Silala está a punto de conseguir todas las ventajas. La relación diplomática continúa interrumpida, pero en la práctica se ha visto que ni hace falta. Con el Perú, nunca estuvo tan malograda y distante. Total: en este 23 de marzo, el mar amargo de nuestra esperanza está en fojas cero.
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