Salieron a relucir algunos datos que no halagan. Por el contrario, causan decepción. Una entidad pública en lugar de ser un paradigma ejemplar, demuestra estar infestada de politiquería (mal uso del poder) que reduce sus atributos ideales a casi nada. En todo caso, lo que podría hacer ahora es mucho menos de lo que debería ser capaz. No es un consuelo, pero es probable que la contaminación haya llegado a todo el sistema.
Tiene una misión demasiado importante para verla con indiferencia. No vale igual el tiempo en cualquier edad. Por razones obvias, mucho más valioso es el de los jóvenes. Si es sagrado dedicarles el mejor esfuerzo a su formación, es trágico hacer malgastar su tiempo en asuntos de trastienda. Los que luchan contra ellos por imponer un abuso, ¿no tienen hijos? Cuando se piensa en quién debe transigir, bajo estas premisas, no hay duda posible.
Por si acaso, la Universidad es una institución de servicio a la que el Estado le asigna la tarea más importante; allí van los jóvenes a desarrollar sus potencialidades según su inclinación natural y aptitud, relacionadas con la profesión escogida. (Perogrullo, pero vale). Por lo que la actividad académica es pues la que define su carácter y su condición. En torno a ella giran las demás, de cualquier índole que sean. Es también aquí donde se mide - y no en otra parte - la calidad y la eficiencia.
Se ha mencionado como de pasada la reforma académica. La Universidad tiene muchos problemas no resueltos en este campo. No se dirá nunca que ya no los tiene; es una institución que marcha con la dinámica del tiempo y la vida. Esto le obliga a mantenerse activa sin tregua, con las antenas desplegadas a todo viento. Para eso necesita fuerza, talento y dedicación, lo cual no puede ser sino la virtud de quienes la conducen. Así como se gobierna se educa, decía Franz Tamayo. Salvando diferencias, puede aplicarse a la Universidad.
Sin embargo, no es académico el problema que hoy le paraliza. Es una burda disputa entre roscas de poder enquistados en ambos estamentos del cogobierno. La Universidad está invadida de partidismo político, es la maleza que desfigura su imagen. En los últimos años se hizo tabla rasa de la institucionalidad. La anomia social, la exaltación irracional de la masa y el desprecio al talento individual, marcan la huella del régimen en todo lo que toca. Como una enfermedad se ha expandido también hacia los claustros universitarios del país.
En las actuales circunstancias, si aún hay un poco de conciencia y de sensatez, los acusados de manipular la situación con fines electorales en la UMSS, deben deponer en forma clara y explícita esa actitud. Por compromiso ético, nadie que esté bajo esa sospecha debe postularse como candidato en las próximas elecciones para la rectoría o la FUL. Para salir del laberinto, puede ser éste el paso inicial. Si no lo hicieran, la acusación estaría probada.
(*) Pedagogo y escritor
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