Miercoles 13 de mayo de 2015
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El ser humano, desde que tiene uso de razón utiliza su libre albedrío para encaminar su vida por las sendas del bien o del mal. Vive en base a sus propias virtudes que se hicieron valores y principios y, soslaya lo que su conciencia le señala.
Muchas veces, quienes poseen poder político, económico, social o de cualquier índole, por no contar con el suficiente bagaje de virtudes y principios, casi indefectiblemente caen en las profundidades de la corrupción que destruye su vida y la de su entorno familiar.
Dios, al crear al hombre y a la mujer les otorgó el mayor bien que es la libertad para que ambos, conforme a su conciencia, actúen y puedan enfrentar la vida venciendo todas las dificultades y logren condiciones que sean dignas y acordes con principios y valores que están resumidos en los diez mandamientos de la Ley Divina.
Pero, el hombre, soberbio y petulante, pertinaz en su deseo de alcanzar poder de cualquier naturaleza, muchas veces hace abstracción de todo ello y, así, menoscaba los derechos y dignidad de los demás, consigue más poder que le permite disfrute ocasional de riquezas, hedonismos y menosprecio del derecho de los demás. Olvida que todo poder proviene del Creador y es para ser utilizado en servicio y amor de los demás; que es el bien por excelencia para superar los males que aquejan a la humanidad; que todo poder debe ser en bien del entorno en que se vive y que no puede ser utilizado solamente en beneficio propio.