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Domingo 10 de mayo de 2015

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Cultural El Duende

Nora Zapata-Prill en la poesía boliviana

10 may 2015

Raúl Rivadeneira

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La presencia poética de la mujer en las letras bolivianas –la de vigorosa lira– comienza con Adela Zamudio, sin duda, la mayor representante del tardío romanticismo cultivado en Bolivia cuando en Europa y otras latitudes se apagaban los fulgores de la exaltación sentimental. Algunos historiadores de la literatura boliviana mencionan también a María Josefa Mujía y Mercedes Belzu de Dorado, antecesoras der la Zamudio. En la etapa del Modernismo, no se dejan oír importantes voces femeninas; el imperio es de Jaimes Freyre, Reynolds y Tamayo.

Entre los poetas del Centenario de la República o integrantes de la llamada por Oscar Cerruto “Generación puente”, la usencia femenina es escasa e intrascendente, hasta que poco después emerge, dentro de la corriente encabezada por el propio Cerruto el pulido verso de Yolanda Bedregal, nítidamente postmodernista. La etapa inmediatamente posterior a la Guerra del Chaco y la de los comienzos del nacionalismo revolucionario preparan el ambiente social, cargado de justa rebeldía, principalmente el ámbito minero. En ese entorno propicio levanta raudo vuelo la poesía militante de Alcira Cardona Torrico con su célebre “Carcajada de estaño”, contemporánea del canto refulgente de Beatriz Schulze Arana, con notas repartidas entre bellos poemas infantiles, comentados por Gabriela Mistral y reflexiones de vida atadas al desaliento, no pocas veces convertidas en pesimismo.

En la dorada década de los sesenta, renace el soneto preciosista con Mery Flores Saavedra: verso introspectivo y a la vez de resignada protesta e interpelación a Dios o al Destino; verso brotado desde el fondo de una irrestañable herida abierta en el alma por el tiempo que le ha negado espacio a la alegría.

De una o varias maneras, las más notables poetisas bolivianas tienen obra inscripta en alguna o algunas corrientes literarias. A esta regla escapa la poesía de Norah Zapata-Prill, como lo testimonia la Antología bilingüe español-alemán, publicada por la Editorial LiterAturForum, Austria, 2008.

Hace treinta y cinco años, la joven poetisa Norah Zapata, nacida en Cochabamba, obtenía el Premio de Poesía “Franz Tamayo”, 1968, otorgado por la Alcaldía de La Paz, con el libro De las estrellas y el silencio. Un lustro después, publicó Géminis en invierno (1978) conjunto de poemas de trazo más firme y revelador de su irrefrenable impulso a la búsqueda e inmersión en mundos luminosos. Luego, vino una decena de producciones sin desfallecimiento ni mengua de calidad. Por sus sobrados méritos, la poetisa ingresó en la Academia Boliviana de la Lengua como miembro correspondiente, con residencia en Suiza. Yolanda Bedregal prologó Géminis en invierno. Destaca en el texto el “mundo particular del poema” y agrega.: “Este mundo mágico tiene sus propias leyes y su propia lógica, muy diferentes a las del mundo cuotidiano”.

En verdad, el mundo o los mundos que ocupa Norah Zapata-Pril, como en los que habita todo espíritu sensible, es algo propio, íntimo e intransferible; mas en el universo de esta poetisa no hay pugnacidad ni contradicciones cruciales; está ausente la derrota, y muy distante todo asomo de lamento; al contrario, expresa plena consciencia de la vida, abiertamente, aunque no está libre de la inquietud existencial que aguijonea el alma de todo poeta:

¿Qué amor no se ha teñido de sagrado

de un dolor preso

entre el ser y la nada?

El hábitat de esta poetisa es una mansión que alberga a un ave de ternura, casi siempre hermanada a la nostalgia, tejida de ausencias y temores, ¡cierto!, sin encallar, empero, en la pavura. Vive en una mansión de donde el alma está siempre dispuesta a partir, y, de ese modo, afianzar la libertad, su libertad, como el supremo valor proclamado por los racionalistas; no solo un disfrute sino algo más que eso: un ejercicio, una experiencia continua en la que puede germinar la esencia de la vida.

Partir, levantar vuelo, es –dice su verso–: Vestir el silencio/soñar…

Partir, emprender viaje, no solo en el traslado físico del cuerpo, más en el vuelo del espíritu, en el sueño, en la ilusión, sin dubitaciones, porque esto es liberarse o al menos tratar de liberarse de incertidumbres y develar incógnitas: Partir diciendo adiós y dejando a Dios como suplente. Para esto, ha menester un mágico artificio de sumisión del tiempo, retrasando el reloj para volver a tiempo. Someter el tiempo a la voluntad es eterna quimera de los mortales, y más de los artistas, poetas, magos y hechiceros. Pero, ¡ay!, el tiempo es indomeñable, tiene sus propios planes, su invariable ruta, llega y pasa, se va inexorablemente. De esto, la poetisa tiene absoluta convicción, un convencimiento al que exhibe, a momentos de manera abierta, y a momentos de manera encubierta, un dócil acatamiento al determinismo, a la omnipotencia del destino, al designio divino: Lo que está escrito es dado y no es azar el destino que al azar predestina. Se agrega a esta visión la del carácter fugaz de la vida, la idea heideggeriana de la mortalidad, de la provisionalidad, frecuente en los grandes poetas: ¿Qué flecha no es pasajera para el cielo? Y, ¿es consciente la vida que reclama derechos a lo efímero?

Norah Zapata se mueve en un ámbito místico, fragua de su profunda vocación de fe y fuente de no pocas interrogaciones, como revelan varios poemas de su libro Diálogo en el acuario y, en la Antología, la bella composición En la catedral de Estrasburgo

El poema Pronto, la confesión, enuncia desde el título un estado de ánimo abierto al mundo, sin reservas: el deseo de la autora de poner en descubierto su alma, como diciendo: esta soy yo, véanme, nada tengo que ocultar, propósito que se revela también en varios poemas, a modo de confirmación del juicio que emitiera el gran maestro y amigo de los escritores contemporáneos de Norah, el crítico Juan Quirós, con estas palabras: “Llevan (sus versos) mucha sustancia íntima y muchos retazos de su existencia”.

La poetisa –añado yo– quiere mostrarse tal cual vive, y siente, sin asomos casuales u ocasionales, sin poses estudiadas, espontánea, a plena luz; por lo tanto clara y completa; tierna, pero no ingenua; críticamente firme, pero jamás altisonante; a veces atribulada por las vicisitudes de sí misma, de los suyos, de la humanidad, de las ausencias y dolores, mas desesperada ni pesimista, al contrario, Norah Zapata-Prill ha derribado murallas y eliminado obstáculos para poder volar en cada verso; resurgir, renacer en cada sueño.

Esa libertad, para compartir con toda criatura humana, está en su poesía –no podía ser de otra manera– libre de sujeciones métricas, distante de escuelas, modas y corrientes, con un lenguaje de escogido repertorio: viaje, vuelo, sueño, ala, pájaro, gaviota, zorzal, jilguero, colibrí… para transportarse a varios destinos, cada destino un mundo libre: Dios, aire, estrella, cielo, luz, mar, nieve, fuego, sexo, brote, libro. En los versos de esta notable poetisa boliviana está a su esencia vital, ella misma es un mensaje completo; ella, en un solo canto al milagro de la vida, canto que puede prescindir de toda melodía, porque está colmado de ternura.

Raúl Rivadeneira Prada. Sucre, 1940. Académico de la lengua.

De su libro “Escritores en su tinta”, 2009

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