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Domingo 10 de mayo de 2015

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Cultural El Duende

Una obra de amor

10 may 2015

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Mi último recuerdo, mi último roce con Líber Forti, fue una escena de amor en una tarde luminosa alrededor de la mesa de comedor de su casa en Cochabamba.

Lo visité consciente de que sería la despedida postrera. Él me recibió con el beso cálido y como casi siempre en estos 40 años de amistad se acordó de mi madre Beatriz, la mujer de crespos y negros cabellos. En realidad, fue por ella que Líber se me acercó en la vereda del Lechingrado, para contarme sobre su compañera de cabina en sus primeros programas culturales en una radio paceña.

Beatriz y su amiga Graciela –Chela– Pando le ayudaban en sus comentarios sobre libros, autores, exposiciones, veladas literarias. Yo no conocía aquella herencia, quizá porque ella calló o porque murió muy joven y no alcanzó a relatarme su recorrido como locutora junto a ese joven anarquista o como periodista en “Última Hora”, vespertino donde yo también me estrenaba como reportera en aquellos ya lejanos años.

Desde entonces, en cada encuentro, Líber me hablaba de ella y cuando comentaba de mí a otras personas sé que nombraba a Beatriz. Igual en esta última jornada, ya no con la elocuencia de antaño, apenas con susurros. Estaba en el sillón cerca al ventanal y después pasamos a la mesa para tomar té con cauquitas.

Estábamos ella, Gisela, él, Líber, Carlos Hugo, Lalo y yo. Comentábamos sobre noticias coyunturales cuando cambié de tema para conocer de viva voz la historia de su amor tardío. Ella relató las circunstancias del destino que la arrastró a esos brazos; él complementaba con frases cortas, a ratos inaudibles, atento, dejando enfriar la leche que ella le preparó.

Mientras, se oscurecía el cielo y el clímax del romance llegaba al momento más sublime: la decisión de esa mujer bella, fuerte y sana de compartir los últimos días del nonagenario de salud quebrantada. Las lágrimas invadieron indiscretas la faz de mi amiga potosina.

Entonces sucedió el misterio, el sollozo sofocado de Líber, su cabeza inclinada para moverla como signo de reafirmación de lo que ella contaba con la voz estremecida. Quiso resumir su alegría por aquel enamoramiento que cerraba su paso por esta tierra, estrechando la mano amada a través de la ancha mesa y con la mirada más apasionada que puedo recordar.

También yo, de pocas lágrimas, quise llorar, agradecida por ese momento único que me daba la vida: testimoniar cuando el amor es solo amor y nada más que amor.

Entendí entonces porque solo ella, Gisela, Gisela Derpic enamorada –apassionada como dicen las brasileñas– podía escribir sobre el hombre que siempre se negó a la fama y a la pose.

Y me encantó que la opción escogida fuese la fuente oral, la charla, la palabra, porque ese es el mejor homenaje para el gran conversador que fue Líber. Qué importa la certificación de una fecha, de un dato –como se aconseja en otras biografías– acá lo esencial es el Verbo, el verbo que nos distingue de los animales y que nos hace libres.

Por eso Gisela, no quiero comentar tal o cual detalle de tus largas citas con tu amado, sean personales o políticas, sino agradecerte por todo lo que nos das, antes como compañera y cómplice de Líber y ahora. Te quiero dar estas cartas que un día me regaló Líber, son sobre su madre Carmen, cocinera y analfabeta, generadora de seres libres más que cualquier revolucionaria letrada. Mejor en tus manos que en las mías o que en cualquier oficina y los restos de su libreta de apuntes que le regalaron sus compañeros linotipistas en la dorada época del proletariado ilustrado

* Lupe Cajías de la Vega. Periodista.

Movida Ciudadana Anticorrupción

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