Domingo 03 de mayo de 2015

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El riesgo es el ingrediente básico de la felicidad y, si se sabe aprovechar, puede ser un potente catalizador del crecimiento personal. Sin embargo, la tendencia del ser humano a la seguridad y a permanecer en su “zona de confort” hace que, muchas veces, no se asuman los riesgos, y que sea el miedo el que establezca nuestros límites.
El riesgo siempre implica tomar una decisión, acertada o no. Y en una cultura donde el éxito es un punto de llegada y no un camino, es lógico que muchas personas supediten sus decisiones al miedo a fracasar. Esto lleva a una vida pasiva e inmóvil, donde no hay preocupaciones pero tampoco ilusiones, y donde las personas solo buscan el abrigo de lo concreto y seguro.
Además, correr riesgos es algo inevitable, y un ejemplo de ello es nuestra vida cotidiana. En ella sólo una fina línea separa la seguridad del riesgo, e incluso actividades tan inofensivas como no cerrar la puerta con llave o cruzar un paso de peatones pueden tornarse peligrosas en determinadas circunstancias.