Ayuda a la Iglesia Necesitada es actualmente una fundación pontificia, creada por el Padre Werenfried van Straaten, en Holanda en 1947 con el objetivo de “estar Donde Dios llora”, una de sus actividades es la elaboración de un informe bianual sobre libertad religiosa en el mundo. El más reciente fue presentado a finales de 2014, en el que denunciaba que en ese momento 200 millones de cristianos eran perseguidos en el mundo por razones religiosas.
Ayuda a la Iglesia Necesitada “ha detectado que el derecho a la libertad religiosa se vulnera de forma significativa (vulneración “alta” o “media”) en 82 de los 196 países del mundo (el 42%) o que se está deteriorando”. Como casos ilustrativos el informe señala a Corea, país de corte marxista en el que últimamente un misionero protestante surcoreano ha sido condenado a trabajos forzados a perpetuidad. Nigeria donde las atrocidades del grupo terrorista Boko Haram son extraordinariamente crueles.
En los meses recientes, hemos conocido de nuevas atrocidades, inimaginables en estos tiempos de tantas libertades en Kenia, y también de parte de “Estado Islámico”, organización afiliada a Al Qaeda, que estableció un califato, “una forma de Estado dirigido por un líder político y religioso de acuerdo con la ley islámica o sharia, que controla un territorio entre los Estados de Siria e Irak y que pretende recibir el apoyo total del mundo musulmán”.
Y muchos olvidan que durante el siglo XX el comunismo eliminó a 100 millones de personas, de las que 45 millones eran cristianos, como lo afirman los diversos especialistas que volcaron el resultado de sus estudios e investigaciones en las casi mil páginas de “El Libro Negro del Comunismo”.
Saulo –luego convertido en el apóstol San Pablo, judío tradicional, aferrado a las tradiciones antiguas, cierra los ojos a la predicación de Cristo, desprecia a sus seguidores, los odia como traidores a punto de buscarlos en todo lugar a fin de detenerlos y ajusticiarlos. Puede afirmar que sólo persigue a hombres y mujeres que han abandonado la senda de los antiguos patriarcas; por ello, en la misma proporción de su celo por la causa divina es su antipatía y deseo de destrucción.
Pero, a la fuerza, va a entender el misterio de Cristo. A punto de llegar a Damasco, le ciega una misteriosa luz que le derriba de su caballo. Lo interesante es que escucha una voz arrebatadora que se dirige a él en exclusiva, y que le dice escuetamente: «Yo soy Jesús a quien tú persigues» (Hechos 26, 15-17). Una frase escalofriante.
Podría contestar Saulo que él no se preocupaba de la persona de Jesús, que sólo perseguía a paisanos suyos que eran traidores a la fe que habían heredado de sus padres. Pero la voz le da otra interpretación radicalmente diversa, ya que quien habla le afirma que es el mismísimo Jesús, y que Saulo se dedica a perseguir y maltratar al mismo Jesús.
Sólo entonces comprenderá la unión inseparable que existe entre Jesús y los miembros de Su Cuerpo místico, la Iglesia. Cuando se persigue a uno de sus miembros, esa persecución la considera Cristo como realizada en contra su misma Persona.
Una verdad básica en el Cristianismo, y que el mismo Jesús la desarrollará gráficamente en su descripción del Juicio Final: todas las buenas obras, las ayudas, las colaboraciones, las donaciones que hice y hago a cualquier mortal, aunque sea un desconocido, es obra que practico a favor de Jesús; y, al contrario, cuanta injuria, desprecio, robo, maltrato o negación de ayuda a cualquiera, Jesús lo considera como verificada a su misma persona.
Hay asimismo otra forma sutil de persecución, pero no menos efectiva, es la de los Estados que legislan leyes anticristianas, como son las leyes anti vida y anti familia. También abunda la especie de personas que tiene como deporte despellejar al prójimo, despreciar al pobre y al insignificante, poner zancadillas al triunfo de los demás, apoderarse injustamente de sus bienes. En fin, hacer todo el mal posible al desgraciado que no se puede defender.
Consecuentemente Jesús ha de sentir repugnancia de los cristianos viscosos que como víboras tratan de dañar con su lengua o con su brazo a una persona cualquiera; no los puede tolerar, ni perdonar, porque están cometiendo pecado contra Dios, contra su Espíritu, al no querer admitir la indignidad de sus actos.
El perseguidor no se percata de que todo ello lo está realizando con la persona misma de Jesús, quien recibe esos insultos, esas amenazas, esos robos y esas canalladas. Al contrario, aunque sean débiles y pecadores, Dios ha de mirar con simpatía, con benignidad, con gozo, a quienes en su vida pretenden hacer todo el bien posible a todos, y alejan de sí toda acción dañosa al prójimo.
A mí o a Usted, cuando trato mal de pensamiento, palabra u obra a cualquier prójimo o le trata con letal indiferencia, nos dirá Jesús: «Dime, por qué me persigues a Mí, a Jesús, tu Maestro y Redentor».
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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