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Domingo 26 de abril de 2015

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Revista Dominical

¡Ay! de los perros mudos

26 abr 2015

M.S.c. Lic. Boris Pozo Pérez - (Miembro de la Comunidad Científica Antropológica – U.T.O.)

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Patas mojadas

Acabo de ver un perro,

feo, mojado y mugriento.

Escarbaba con sus patas y

hocico los cestos de la basura.

Y entre una lata filosa y mal oliente

su trompa untada de sardina.

Sentí asco por su situación;

Hasta que al girar su cabeza

pude ver sus ojos tan profundos y a la vez

tan llenos de esperanza y humildad

Que sólo me limité a sonreírle y a decirle:

-“Hola perro, te pareces tanto a mí.”

(Jaime Carrasquilla)

¿Qué tanto el ser humano se parece al perro? Será tal vez, su condición de sumisión de obediencia, por aquella relación inseparable de amo-mascota o diríamos de amo-esclavo, tan considerada por Aristóteles en su búsqueda de la felicidad, quien pregona que la única forma de ser felices es la felicidad de uno sobre el otro. “La felicidad podría, entonces, consistir en la posesión del poder”. Tal vez entendamos que la lucha de aquel subordinado clientelar o del sentimiento abigarrado del conquistado, sean de aquellas voces calladas por su estado colonial o conquistado, sea nuestro parecido real con aquel callado amigo, el perro, que fue conquistado y manipulado para hacer felices a los hombres.

El asistencialismo sin recompensa ni queja y el asistencialismo impuesto, son las dos caras que deseamos ilustrar y comparar al hombre con el perro, desde una perspectiva etnohistórica de aquel perro nativo y aquel perro traído por los ibéricos con sus “ladridos” (que según el diccionario enciclopédico ladrar significa = amenazar o gritar de manera desagradable).

Tal noción comparativa, se nos llega a través de la novela de Juan Gil Blas “El valle de los perros mudos”, que es una ilustración de la llegada de los españoles a los valles interandinos, antes de su colonización. Su visión literaria hace recuento de nativos que habitaban estos valles, que a la llegada de los españoles, solo encuentran las aldeas pobladas por perros mudos, así es “perros mudos”, tan atinada descripción novelesca, que se corrobora con las crónicas etnohistóricas como las de Hernando Colón, que relata de los perros mudos o gozques, quien describe que eran de un tamaño reducido y domesticado que “complacen a quien les da de comer y tienen por señor” (Bueno 2011:119).

También Gonzalo Fernández de Oviedo, hace referencia a la existencia de la mudez de perros señalando que “eran todos estos perros, aquí en esta y las otras islas, mudos e aunque los apaleasen ni los matasen, no sabían ladrar; algunos gañen o gimen bajo cuando lo hacen mal” ” (Bueno 2011:30), otros cronistas como Bernabé Cobo, Fray Bernardino de Sahagún, describen a los perros americanos, como de diferentes tamaños, morenos, blancos castaños oscuros, pardos, manchados, de pelo lazne o de pelo largo. Haciendo alusión que estos animales están enraizados con los nativos, como compañía, alimento o destinado al sacrificio ritual, para las buenas cosechas.

Se sabe que los nativos de este tiempo realizaban ritos preparativos dedicados a sus huacas e ídolos, para vencer y contrastar la fuerza de los ídolos contrarios, haciendo referencia que el color del animal que era un elemento principal durante la selección de ejemplares para los ritos; el cronista Fray Martín Murua, al respecto describe que sacrificaban en el - Perú antiguo - a unos “perros negros, que en aquel tiempo había, llamado apuurcos, y matábanlos y echábanlos en una llanada y con ciertas ceremonias hacían comer aquella carne a una gente que se entiende ser uros”. (Piqueras: 2006:188). Como animal de sacrificio fue extensamente utilizado, tanto en actividades ceremoniales como fúnebres, el perro en este periodo fue importante para tales actos. A decir de Marvin Harris (1998), es la relación por utilidad de amo – mascota, cuya importancia radica en que los gozques, fueron utilizados en distintas formas para la subsistencia humana.

¿Cuál fue el desliz entre los perros peninsulares a diferencia del gozque? Estaba en la agresividad y fiereza de los primeros, quienes fueron utilizados para aterrorizar a los nativos, cuya variación de caninos desde los alanos hasta lebrel español (galgo) o el mastín, que eran empleados para acompañar y vigilar. Fueron utilizados como instrumento de ataque y defensa. “se convirtieron en verdaderos centinelas de las huestes, avisando de cualquier emboscada que se pudiese producir, o para dar alcance de aquellos indígenas que habían huido durante la noche” (Machuca: 1993:80).

Vargas Machuca, detalla un aspecto importante durante el uso de los perros por los Ibéricos en contra de los nativos en el periodo de conquista, fue que los perros sirvieron para advertir a través del ladrido, quien relata que “aparte de morderlos hacían de ladradle hasta que llega [ba] el soldado” (1993:81).

El uso del perro fue importantísimo, para la conquista de América por parte de los españoles, que una vez cumplido tal objetivo muchos de los canes traídos, fueron disueltos de aquellos trabajos de arreamiento humano de – indios y negros-, establecido desde la corona de Carlos V, el fin instrumental de estos caninos, fue la de matarlos, porque ya no había la necesidad de los mismos en tal empresa, así en 1549 por orden de Cedula Real, se obligó a matar a perros bravos o adiestrados para ser carniceros. Como el Virrey del Perú don Francisco de Toledo, mandó hacer matar a perros que habían en la Villa Imperial de Potosí.

Dos contradicciones que nos relata la historia de la importancia del perro, para ciertos fines tanto para aquellos perros mudos, que ofrecieron de alimento y para actos rituales como de aquellos que sirvieron para atormentar a los nativos americanos.

Pero el fondo es más traslúcido, ya que la mudez del perro en la novela de Juan Gil Blas, corrobora de la mudez de los conquistados, de aquella voz perdida, para someterse en obediencia y ser adiestrados para los fines de una empresa en emancipación económica y arrebatar del todo autonomía del hombre nativo y pobre de aquel que se atrevía levantar la voz, tanto como de aquellas subversivas rebeliones indígenas, a la par de un perro que ladra, es sometido a su inoperancia social y acallarlos con la muerte. Cuyas obras de Silvia Rivera Cusicanqui, Fausto Reinaga o Zabaleta Mercado y otros, nos relatan de tales condiciones de la clase indígena. Tal vez el poema de Jaime Carrasquilla, “patas mojadas”, sea un pensamiento real cuando se asemeja con la mirada de un perro y admite su parecido con aquel.

La relación tan parecida de nuestra historia indígena con aquellos perros mudos y con aquellos que se sienten con capacidad de someter, aquellos libres de ladrar, son las diferencias que nos marcan y sea tal vez que ¿dañamos porque también nos sentimos dañados y actuamos a la par de ello? Tal vez no es cuestión de ladrar tampoco de ser mudo.

Referencia Bibliográfica

COLÓN, Hernando, Historia del Almirante, Madrid, 2000, cap. XXV, p. 115

COBO, Bernabé, Historia del Nuevo Mundo, Madrid, 1943, t. I, cap. XI, p. 54

FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo, Sumario de la Natural Historia de las Indias, Madrid, 2002, cap. XXIII, pp. 119-120.

HARRIS, Marvin. “Perros, gatos, dingos y demás mascotas” En: Bueno para comer. Enigmas de la alimentación y cultura. Alianza, Madrid. 1989

PIQUERAS, Ricardo, “Los perros de la guerra o el “canibalismo canino” en la Conquista”, Boletín americanista, núm. 56, Barcelona, 2006, p. 188

VALADEZ, R. y G. MESTRE. Historia del xoloitzcuintle en México. Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM- México. 1999

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