Se dice que los quechuas utilizaban como saludo la trilogía ética: ama súa no robar), ama llulla (no mentir) y ama k’ella (no ser perezoso). Jinallataj campis, Tatay (lo mismo también tú), como respuesta. Y porque se hizo frecuente el defecto, se ha añadido el ama lluk’u (no seas adulón). No es que las conductas eran el resultado de dicha fórmula, pero algunas referencias parecen corroborar su vigencia: “Si el trabajo era el deber de los deberes, la ociosidad importaba la comisión de un delito”. “Que si desde adelante hurtare, ha de morir”. (Los Inkas, A. Capdevila).
Lo que está fuera de duda es que Morales ascendió al poder arropado con todas las prendas del mito y la leyenda. Uno de los pilares donde se sostiene a prueba de cualquier estigma como la corrupción, es justamente la simbología cargada de valores ancestrales del pasado. Hay figuras inexpugnables: pasan por todo fango y no se manchan. En un momento de eufórico entusiasmo hasta se dijo que los indígenas eran la reserva moral del país.
En nuestros días, el robar como mentir es para los políticos, sean o no indígenas, un concepto laxo y permisivo. “Roben, pero no mucho”, ¿quién dijo eso? Un conocido personaje político de Santa Cruz. Las cosas se ven ahora por la inversa: el no robar y el no mentir, parecen más bien defectos. El caudillo “inteligente”, el político audaz y el “honorable” astuto, son los personajes que sobrenadan admirablemente en la fangosa burocracia estatal. Los suplentes perciben sueldo en la Asamblea sin suplir a nadie. ¡Ganar sin trabajar!
¡La corrupción! ¿Quién le pone el cascabel a ese gato? Hay una larga historia de desengaños y frustraciones. Ningún gobierno tuvo el valor civil de enfrentarla. En 2003 el poder irrevocable del vicepresidente Mesa cayó ante el primer desafío, y fue el origen de la ruptura con el presidente Sánchez de Lozada. En diferentes épocas, aduciendo que es un mal estructural, se soslaya el compromiso de combatirla. En lugar de fortalecer los mecanismos institucionales de control, se habilitan otras vías que fomentan su proliferación.
De varios factores, la circunstancia que facilita es uno de ellos. “En arca abierta hasta el santo peca”, dice una sentencia. La plata de los petrodólares venezolanos corrió sin control por todo lado, pero principalmente por los municipios: los cheques, como volantes. Bajo esas condiciones la tentación de robar debió de ser muy grande. Del misterioso Fondo Indígena salieron los millones con destino incierto y hasta para destinatarios fantasmas. Lo grave es que no todos los presuntos responsables están sometidos a la investigación. Eso de “caiga quien caiga” es sólo un decir o una broma.
En Dichos y hechos de Melgarejo, O’connor D’arlach cuenta que el “tirano del sexenio”, al enterarse de que uno de sus más próximos colaboradores le había traicionado, ordenó que tres rifleros disparen sobre su camisa (del general) en señal de que ni esa prenda íntima merecía su confianza. Los gobernantes de hoy, si quisieran imitar a Melgarejo, ¿qué es lo que mandarían a fusilar?
(*) El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia
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