Jesús explica que el Reino de Dios en la tierra comienza con la derrota del Demonio. Así testifica Mateo Evangelista: “Jesús les dijo todo reino dividido en dos bandos está perdido, si fuera Satanás el que echa a Satanás se haría la guerra a sí mismo, y si yo echo a los demonios con el poder de Belzebú ¿los amigos de ustedes con qué poder los echan? Si echo los demonios con el soplo del Espíritu de Dios, comprendan que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (cf.: S. Mateo 12, 22-28).
Si en el Antiguo Testamento toda enfermedad o todo mal físico se explicaba por la existencia y posesión del espíritu del mal, en el Nuevo, dicho espíritu es claramente determinado. Es impresionante por su dramatismo el caso concreto de la curación del endemoniado de Gerasa que vivía entre sepulcros y nadie podía sujetarlo ya que rompía las cadenas.
Se presenta Jesús a quien dice “¿Qué tienes que ver tú conmigo Jesús Hijo del Altísimo? Me llamo multitud porque somos muchos”, y ellos pidieron a Jesús que los echara a una piara de cerdos, condición aceptada por Cristo, y añade el Evangelista: “Entonces los espíritus malos salieron del hombre y entraron a los cerdos, en ese mismo instante dichas manadas se arrojaron al lago desde lo alto del precipicio y allí se ahogaron” (cf.: S. Marcos, 5).
Abundan los casos de enfrentamiento de Jesús con los demonios, por ejemplo cuando cita a María Magdalena que acompañaba en sus viajes apostólicos a Jesús. Lucas afirma que de ella habían salido 7 demonios, en todos estos casos se trata de una posesión corporal, no se habla de la posesión espiritual verdadera que se verifica cuando por el pecado mortal la persona admite a Satanás como rey y expulsa de su interior a la Santísima Trinidad.
En la mayoría de los casos se dan ambas posesiones, del cuerpo y del alma. Lo que el Evangelio desea demostrar es que existe el Demonio que posee un gran poder, que trata de hacer daño a las personas, y si pudiera llevarlas hasta la condenación. Así el demonio realiza el trabajo contrario que el de Jesús.
De ahí que Jesús considere parte importante de su misión personal, destruir el poder formidable del Demonio, no sólo por su propia persona, sino también por medio de los elegidos para completar su misión. Así Mateo que es uno de los Doce Apóstoles testifica: “Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder para expulsar a los demonios y para curar toda clase de enfermedades y dolencias” (S. Mateo, 10,1). Doble poder que distingue bien la curación espiritual de la material. Por eso los católicos llamamos a los sacerdotes “curas”, médicos que curan el alma.
Y los apóstoles usaron ampliamente de la doble potestad como lo clarifica el libro sagrado de los Hechos de los Apóstoles cuando manifiesta que “acudía mucha gente aún de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y espíritus atormentados por espíritus malos y todos quedaban sanos merced a la actuación de los Apóstoles” (Hechos 5, 16).
Las adicciones y la depresión son el distintivo de muchos de nuestros jóvenes. ¿Cuál es la causa de estos males que oprimen de diversas maneras a las personas, las degradan, las sacuden y aniquilan?
La causa de las desgracias del mundo, radica en que Dios ha sido expulsado de los corazones de las personas, del mundo que las rodea y de la sociedad. Expulsión que creó un vacío, desierto y sin sentido. Este vacío es el caldo de cultivo ideal para incontables sueños e ilusiones, así por ejemplo, las sectas atacan de manera más o menos hábil, las auténticas aspiraciones y sentimientos religiosos de las personas, que por diversos motivos –subjetivos y objetivos- no encuentran el camino correcto a Dios y caen en la trampa de fanáticos, gitanos de lo divino y garantes de una salvación sin esfuerzos.
En la búsqueda por llenar ese vacío de Dios, es posible caer en trampas maléficas. Con el correr del tiempo han surgido sectas cuanto más estrafalarias y oscuras, atrayendo a más y más adeptos. El surgimiento de sectas e ideologías, que sustituyen la verdadera espiritualidad, son un síntoma de que algo anda mal en la Iglesia del lugar, ya sea en la enseñanza, en la estructura, o en su labor, pero sobre todo en su vida de fe.
Las continuas noticias de posesiones diabólicas especialmente entre los jóvenes, es otro de los signos de la decadencia espiritual de nuestra sociedad moderna, es que las familias ya no rezan juntas, ya no acuden el Domingo a la Casa de Dios, no reciben los sacramentos sanadores y santificadores, y también porque muchos de los conductores de los fieles no creen en la existencia del Demonio, de ahí que en cada Iglesia particular sea imperiosa la organización de un ministerio de exorcismo dirigido a curar almas poseídas por el Malo. Si la Iglesia no está para eso, ¿para qué está?
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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