Visibilizar la realidad de cientos de niños y niñas que atraviesan difíciles situaciones a causa de diferentes factores como la pobreza de sus familias, el hacinamiento en el que viven, el consumo de alcohol de sus padres, la violencia intrafamiliar o el precario estado de salud de los mismos, se convierte en una lucha diaria, donde la sobrevivencia es una forma de vida obligada.
Hablar de sus derechos, de los accesos negados a una educación de calidad, a servicios de salud y, sobre todo, a contar con un sistema de protección que les permita simplemente ser niños y niñas, crecer con sus familias, y que éstas los amen y protejan se ha convertido también en la batalla cotidiana de organizaciones como Aldeas Infantiles SOS que extrema sus esfuerzos por hacer eco de sus voces, visibilizar sin exponer su situación y, fundamentalmente, dar una respuesta a cada situación particular de las familias, de los niños y niñas, y de las comunidades que aprendieron la vital importancia de un desarrollo humano centrado en la infancia.
Una encuesta realizada a niños y niñas de diferentes edades para conocer sus percepciones del entorno en el que viven y de las dificultades que atraviesan refería la necesidad de repensar las soluciones a la problemática de la infancia desde un enfoque familiar, donde cada familia, sea cual sea su composición, requiere del apoyo necesario para el desarrollo de sus capacidades protectivas, laborales y personales de quienes las lideran.
En una situación común, una madre o un padre que ha quedado solo a cargo de sus hijos e hijas, requiere de la contención para que la crisis que puede estar atravesando no derive en la desintegración de su familia o en convertir a ésta en el lugar donde la agresión, el abuso o la negligencia sea lo único que puedan ofrecer a sus niños o niñas.
Pero para que ese cambio ocurra se requiere entender la particularidad de cada situación y combinar competencias y experticias, entre todos los actores sociales a los que corresponde, la respuesta adecuada para que esa familia se convierta en el entorno protector y afectivo que debiera ser siempre.
Y es que no es posible hablar de los derechos de los niños y niñas sin referirnos a las familias de las que provienen, sin revertir los factores que provocan las crisis o una situación de permanentes riesgos. Un niño o una niña no pueden ni deben crecer alejados de sus familias, de su historia, de sus hermanos o hermanas, de sus raíces, de sus padres o madres. Cuando eso ocurre algo se quiebra en su mente y corazón, algo que marcará su vida entera.
No hay futuro sin una infancia feliz. Esa premisa nos debe guiar en una conciencia colectiva que entienda que la inseguridad, la violencia, la desprotección, la delincuencia son sólo los efectos de nuestra indiferencia y la estigmatización de situaciones como la orfandad o el abandono.
Desde la inversión en los presupuestos de los gobiernos municipales, departamentales y la existencia de políticas públicas que prioricen la solución a la situación de la infancia en riesgo, hasta la conversión del enfoque de beneficencia de algunas personas o empresas hacia una que promueva los derechos humanos, debieran ser una lucha conjunta diaria, permanente y convencida de que una sociedad desarrollada se mide por las oportunidades que brinda a miles de niños, niñas y familias que tienen voces y rostros que de tanto escucharlos y verlos, se han invisibles y silentes por nuestra indiferencia.
Ojalá las celebraciones y homenajes por el Día del Niño, dejen de ser un momento fugaz de atenciones y caridad, para empezar a convertirse en una demanda continua que promueva el respeto a sus derechos y la priorización de sus necesidades, sólo así tendremos razones para celebrar.
(*) Coordinador de los programas de Aldeas Infantiles SOS en la ciudad de Oruro
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