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Domingo 12 de abril de 2015

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Cultural El Duende

Graciela Ferrari

12 abr 2015

Graciela Ferrari. Escritora argentina (1945). Perteneció al Libre Teatro Libre, grupo emblemático de los ’70 (El asesinato de X, Contratanto, Alto por el estilo, etc.). Fue coautora y actriz de Falso encaje. Fundó el Teatro Avevals (Aradem; Ágava, la playa; Doble es bueno). Sus poemas están publicados en antologías de los ’60. Es autora del libro de cuentos Feliz a lo largo del día. Los textos que aparecen a continuación forman parte de su obra Una docena de pájaros (2008).

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Otros dos pájaros

Un juguete con forma de pájaro trina como un pájaro, basta oprimir un botón que se esconde bajo una de sus alas, camuflado en su mismo color.

Los niños lo asientan sobre una mesa en la terraza, lo ponen a cantar y esperan. Otro pájaro invisible, de los que vuelan, responde desde alguna parte.

Al día siguiente, al cabo de la noche de tormenta, los niños encuentran un pájaro muerto sobre el césped. Buscan en su cuerpo el botón que lo hará cantar, no lo encuentran, lo abandonan.

Buscan el pájaro de juguete que la lluvia ha empapado, oprimen el botón del trino, no responde.

El sol descompone el cuerpo del pájaro, seca el juguete.

Días después el mecanismo, recompuesto, comienza a trinar.

Un pájaro responde.

Los niños no escuchan a ninguno de los dos, juegan ahora a encontrar senderos de hormigas, se comunican los hallazgos mediante teléfonos celulares.

La gota que horada la piedra

Nunca adherí a aquella creencia referida a la gota que horada la piedra.

Bien por el contrario es la piedra, en su versión más insignificante, la que horada el agua. Veamos si no cuando, al ser arrojada, forma sobre la superficie esas ondas concéntricas e incontrolables que, se sabe, son una de las puertas por las que se accede a los nueve círculos del infierno.

El lugar de los insectos

Platos, cubiertos, manteles, camas, mesas, almohadones, frutas, zapatos, leche derramada, leche que hierve sobre una hornalla de gas.

Todo tiene un nombre, todo tiene un número.

Pan quemado, agua fresca, libros, papeles, lápices de colores, periódicos, cigarrillos, toallas húmedas que se secan al sol, toallas secas que envuelven cuerpos húmedos, ropas, jabones, anteojos, servilletas.

Todo debe quedar en su sitio: los platos sobre las camas, los libros hirviendo con la leche, los lápices dentro de los zapatos, las frutas apiladas con los almohadones, los almohadones dentro de los cigarrillos, los cigarrillos envueltos por las toallas y las toallas ardiendo en el centro mismo del cristal de los anteojos.

No olvidar a los insectos: las moscas se llaman moscas y llevan el número cinco; y en cuento a las mariposas nocturnas no son d cuidado, se suicidan arrojándose contra los focos de luz.

Dos pájaros

Los pájaros cruzan el cielo con vehemencia. Son dos. Uno baja en picada y se asienta en la cerca de hierro. Poco después el otro, luego de efectuar arcos y círculos que completan un diseño sin vacilaciones ni fallas, se apoya en equilibrio sobre una rama que escapa a la integridad oscura de un ciprés.

Permanecen quietos por poco tiempo, el de la cerca pasa a la rama y este a la cerca.

Otro momento, y cambian de nuevo de lugar.

Después del tercer o cuarto cambio controlo con un reloj: los desplazamientos son simétricos y se producen a un ritmo parejo.

Cuando llega la noche los pájaros se van.

Al día siguiente, a la misma hora, no regresan.

Resulta claro para mí que se trata de pájaros poco dispuestos a manifestar sus habilidades durante dos días consecutivos ante un solo espectador que, por lo demás, es siempre el mismo.

Una docena de pájaros

Sobre un cable de la luz que se diría tendido para manifestar su condición de filo del horizonte, luce, posada, una bandada de pájaros.

Llegaron de a dos, de a tres, y se fueron asentando con ese temblor indeciso que precede a la conclusión de una ópera magna: pájaros en formación perfecta sobre su borde áureo.

Están ahí, no muestras intención de partida o dispersión, oscuros, contra rojo claro, anochece.

Los cuento, son once. Alarma. Sobra uno, o falta uno.

¿Es que no hay manera de cerrar números redondos con la naturaleza.

Pausa.

Pasa un pájaro solo, su cercanía alerta a los encolumnados, se agitan, abandonan sus lugares con exhibiciones de gran guiñol, se reúnen con el recién llegado, se van.

No me hace falta contarlos. La bandada se pierde rumbo a la lejanía amparada en su perfección de docena.

La hora del ángelus ya puede respirar en paz.

También yo.

El loco

Lo único que iluminan los relámpagos nocturnos es el terror a la oscuridad.

Esa luz repentina que precede a la descarga pedregosa del trueno se consume en sí misma, no sirve para cortar la durísima pared de las sombras, solo la revela.

Ha de ser por eso que las tormentas eléctricas ponen los pelos de punta, como los fantasmas.

Una vez conocí un loco que retaba a duelo a la tormenta. Se paraba de frente al borde de las sierras donde cunden los mayores y más osados relámpagos, afincaba sobre el suelo las piernas abiertas, sacaba pecho y gritaba:

–Vení y peleá si sos tan gallito.

Y daba golpes al aire sin moverse de su lugar, ni un solo paso, temblando como un valiente.

Yo le vi bien los ojos, le lloraban de odio y desencanto.

Quién sabe qué estaría recordando.

Se ríen

Traspasando una barrera invisible las personas se convierten en otras. Los simpáticos se tornan hoscos, los corpulentos alfeñiques, los reflexivos atolondrados.

No se han podido hallar explicaciones que den razón de la mudanza, tomando en cuenta que, además, los de cada lado se ríen a carcajadas de los del lado contrario.

Un observador imparcial atina a acercar algunos argumentos: habla de espejos, de simetrías, de desdoblamientos, de estados de conciencia (alterados).

Sin embargo ninguno toma en cuenta sus reflexiones, ocupados como están en burlarse con esmero los uno de los otros.

Para tus amigos: