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Domingo 12 de abril de 2015

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Cultural El Duende

Sobre el mundo donde habito

12 abr 2015

Jorge Teillier

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He oído decir que poesía es lo que hace el poeta. La tarea es partir desde ese lugar y tratar de establecer qué es poesía para quien ejerce ese “monótono oficio o arte”.

En un principio poesía eran para mí los extraños trozos de pareja tipografía medida y rimada que aparecían en los libros de lectura, esos versos que hay que aprender de memoria, de donde surge el caballo blanco que nos va a llevar de aquí, las loas a los padres de la patria, los versos a la madre que el mejor alumno declama en el proscenio.

Para empezar, entonces, la poesía es lo distinto al lenguaje convencional, por una parte, y por otra, lo “ bello” , lo idealizado como las cuatro estaciones en los cuadros donde se aprende idioma.

Dos son las poesías escolares que más recuerdo: una me atrajo por la anécdota: “La canción del pirata” de Espronceda: “ La luna en el mar riela / y en la lona gime el viento”, y la otra de García Lorca: “ Naranjita de oro / de oro y de sol”, porque las palabras me sonaban con un encantamiento análogo al de las rondas entonadas por las vecinas al atardecer.

Para mí lo importante en poesía no es el lado puramente estético, sino la poesía como creación del mito, de un espacio y tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando lo cotidiano.

La poesía es para mí una forma de ser y actuar, aun cuando tampoco pueda desarticularla del fenómeno que le es propio: el utilizar para su fin el lenguaje justo para este objeto.

Mi instrumento contra el mundo es otra visión del mundo, que debo expresar a través de la palabra justa, tan difícil de hallar.

Porque el poema no debe (como dice Archibald McLeish) “significar sino ser”. Y de nada vale escribir poemas si somos personajes antipoéticos, si la poesía no sirve para comenzar a transformarnos nosotros mismos, si vivimos sometidos a los valores convencionales. Ante el “no universal” del oscuro resentido, el poeta responde con su afirmación universal.

Yo adscribí a un sentido de la poesía que llamé “lárico” (ver Boletín de la Universidad de Chile, n° 56. 1965), y en donde están, entre otros, Efraín Barquero y Rolando Cárdenas, para citar solo a mis coetáneos. A través de la poesía de los lares yo sostenía una postulación por un “tiempo de arraigo” en contraposición a la moda imperante e impuesta por ese tiempo por el grupo de la llamada Generación del 50, compuesto por algunos escritores más o menos talentosos, representantes de una pequeña burguesía o burguesía venida a menos. Ellos postulaban el éxodo y el cosmopolitismo, llevados por su desarraigo, su falta de sentido histórico, su egoísmo pequeño burgués. De allí ha nacido una literatura que tuvo su momento de auge por la propaganda y autopropaganda, pero que por falta de contacto con la tierra, por pertenecer al mundo de la desesperanza tal vez, caducará en pocos años. La pretendida crisis de la novela chilena no es, pienso, sino crisis de la autenticidad, de renuncia a las raíces, incluso a la tradición de nuestra tradición literaria, por pobre que sea. En cambio la mayor parte de nuestros poetas se mantienen fieles a la tierra, o vuelven a ella, como es el caso desde Neruda y Pablo de Rokha a Teófilo Cid y Braulio Arenas, ex surrealistas; o como en los más destacados poetas de la expresión de una auténtica lucha por esclarecerse a sí misma, o por poner en claro la vida que la rodea. Pero mejor que yo lo dice Rilke: “Para nuestros abuelos una torre familiar, una morada, una fuente, hasta su propia vestimenta, su manto, eran aun infinitamente más familiares; cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano y agregaban su ahorro de humano. He aquí que hacia nosotros se precipitan llegadas de EE.UU. cosas vacías, indiferentes, apariencias de cosas, trampas de vida… Una morada en la acepción americana, o una viña americana nada tienen de común con la morada, el fruto, el racimo en los cuales habían penetrado la esperanza y la meditación de nuestros abuelos… Las cosas dotadas de vida, las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en su declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo (lo que sería poco y no de fiar), sino su valor humano y lárico”.

Hasta aquí Rilke (1929). Y no se debe añadir nada más.

Dentro del mismo Estados Unidos los movimientos de los beatniks y los hippies recuperan también ese mundo del “lar”.

Lo he dicho entre líneas, pero ahora quiero hacerlo explícito: el personaje que escribe no soy necesariamente yo mismo, en un punto estoy yo como un ser consciente, en otro la creación que nace del choque mío contra mi Doble, ese personaje es quien yo quisiera ser tal vez. Por eso el poeta es quizá uno de los menos indicados para decir cómo crea.

Cuando el poeta quiere encontrar algo se echa a dormir, ¿no es verdad, León Felipe? Habitualmente el poema nace en mí como un vago ruido que debe organizarse alrededor de la palabra o la frase clave o una imagen visual que es mismo ruido o ritmo suscita. No puedo concebir luego el poema en la memoria, sino que debo escribir la palabra o frase clave en un papel, y ver cómo se van organizando alrededor de ella las demás. Rara vez corrijo, prefiero escribir varias versiones, para elegir una, en la cual trabajo. A veces queda limpia de toda intervención posterior, otras veces empiezo a podar y corregir en exceso, quitando espontaneidad. Creo que algo de eso me ocurrió en la Crónica del forastero”. Pero en realidad nunca sé en verdad lo que voy a decir hasta que ya lo he dicho.

* Jorge Teillier. Chile, 1935-1996. Creador y exponente

de la poesía lárica.

Tomado de “Diario de poesía”, 1968

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