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Domingo 12 de abril de 2015

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Revista Dominical

Luchando contra La Nada

12 abr 2015

Juan Carlos Treviño Meneses - Periodista

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¡Apura, levántate o llegarás tarde a la escuela!… ¡ay mamita cinco minutitos más!, es una frase que seguro nos hace recuerdo a nuestra niñez, cuando apenas abríamos nuestros ojos para empezar esas jornadas llenas de aventuras en las que al igual que Bastián Baltasar Bux, el niño protagonista de la película Historia Sin Fin, descubríamos que la infancia gira en torno a las maravillosas construcciones que habitan en la imaginación y podíamos destrozar con la inocencia y fantasía a La Nada.

Las aulas y el patio de la escuela se convertían en lienzos en blanco, espacios donde conseguíamos tocar las estrellas con nuestras manos y jugar con los números y letras, para derrotarlos en francas batallas, esperando el recreo para jugar un interminable partido de Mundial de fútbol o protagonizar épicas riñas con canicas, para ganar las demandadas lecheras y coleccionarlas.

El guardapolvo como capa, la corbata de vincha, una regla cual si fuera una espada de samurái y un pingüino en la otra mano para refrescar la garganta, eran los elementos infaltables a la conclusión de cada extenuante recreo.

Ya en casa por la tarde y luego de un delicioso almuerzo en el que la familia se reunía para compartir momentos imborrables y preciosos, pues en esa dimensión no existían celulares, ni tabletas y más que una obligación era un placer escuchar a papá contar cómo le fue en su trabajo y a mamá preguntarnos con ternura qué habíamos hecho en la escuela; nos esperaban las tareas que el profe nos enviaba y las terminábamos en un santiamén, a pesar que para investigar recurríamos a libros y no a internet.

Sin embargo, teníamos un secreto, había una motivación para tal apuro, pues ya escuchaban silbidos de otros niños convocando a un campeonato relámpago en una cancha de fútbol que en nuestra imaginación tenía inmensas graderías colmadas de espectadores, pero que de arcos tenía simples piedras, el balón era de trapo y resaltaban los “arquero – jugadores”, se escuchaba por ahí ¡pelotita por favor!, cuando el balón pasaba los límites de nuestro ficticio estadio.

La aventura no concluía ahí, pues el tiempo es un aliado de los niños, que corre tan lento que parece perenne, entonces había momento para deleitarnos de nuestras series y dibujos animados preferidos.

Nos refugiábamos en la Casa de la Pradera, con los Picapiedras, el Correcaminos y Bugs Bunny, luego ingresábamos a las fábulas del Verde Bosque, también visitábamos Plaza Sésamo, la vecindad del Chavo del 8 y acompañábamos de los Apeninos a los Andes a Marco y su mono Amedio a buscar a su mamá, mientras nos transformábamos en Decepticons o Autobots, además de ver en el cielo la señal de los Thundercats.

El sol se ponía y nuestro día terminaba, extenuados nos disponíamos a descansar, pensando ya en el mañana, y las utopías que crearíamos como en una especie de remolino que producía el viejo trompo, o quizás el pata pata.

Parece que toda esta vorágine de recuerdos se produjo apenas ayer, pero en realidad no es así, ahora nos cuesta cerrar este ampuloso libro de nuestra infancia…quién no quisiera volver a esos Años Maravillosos, para seguir luchando contra La Nada, con la única arma que poseíamos, nuestra imaginación, para perdernos en un mundo fantástico al margen de lo tangible, pues sin niños no hay presente, ni futuro y es en ellos que radica el cambio que anhela el planeta, en esto que llamamos realidad.

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