Un principio democrático es entender que el Gobierno de una nación gobierna o administra para todos los componentes de la misma, habida cuenta que todos tienen los mismos derechos y obligaciones que señalan las leyes y, sobre todo, los principios morales. En otras palabras, no puede haber gobierno – que es el arte de dirigir, administrar, conducir los destinos de un país – si sus actos no están enmarcados en los intereses y conveniencias de todo el pueblo.
Muchas veces, como ha ocurrido hace poco, en el ejercicio del poder político se hacen declaraciones y anuncios que están muy fuera de la realidad y más alejados todavía de los intereses generales; se llega a ofender los sentimientos de la población y se expresan criterios que, bien se sabe, no pueden ser práctica y menos parte de propósitos y políticas de gobierno de un partido o de un conjunto de autoridades.
El país requiere el manejo de políticas armoniosas, uniformes y concordantes con el bien general sin prescindencia de nadie por contrarios o diferentes que sean en sentimientos, programas o intenciones. La política, al ser un arte y una forma democrática de servicio, debe tener en cuenta que es concebida, al convertir sus intenciones en partido, que su esencia y razón de ser es servir.
La política partidista, con muchos adherentes en su entorno, no puede negar la existencia de otros grupos partidarios, de personas que disienten, con los objetivos que persiguen aunque sean idénticos pero con diferentes métodos. La política partidista es derecho de todos conforme al libre discernimiento de la libertad de quienes la conforman.
Cuando la política partidista está imbuida solo de objetivos que buscan perseguir fines egoístas, deja de ser servicio y entrega, abandona los cauces de convivencia y entendimiento, destruye principios que ha sustentado su propia creación. Todo partido político es entidad o institución que se funda o crea con vocación de servicio y conciencia de país; de otro modo, si abandona ese principio se convierte simplemente en una organización sindical, laboral, deportiva, cívica o de cualquier índole donde el grupo de sus componentes tiene limitaciones.
Contradecir principios de sana convivencia y unidad cuando se está al servicio de un país, no corresponde porque se convierte en amenaza y ofensa; porque la práctica ciudadana permite el libre albedrío, el voluntario y consciente ejercicio o criterio en política; la decisión personal de elegir a quien se considere digno de confianza, la libertad de escoger lineamientos, políticas, programas o criterios que no siempre pueden ser similares con los que tiene un grupo que posee el poder de la nación. Por todo ello, es importante creer y sentir que se puede administrar y conducir los destinos nacionales con intervención de todos porque se entiende que todos son parte importante del país, en otros términos tener un gobierno de unidad nacional con intervención de todos a través de las organizaciones políticas y cívicas del país porque también los que se considera contrarios tienen valores y condiciones para contribuir al desarrollo y progreso del país.
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