Viernes 19 de marzo de 2010
ver hoy
Perdóname papá, pero es importante que usted lea mi desahogo. Siempre dije que cuando creciera quería ser igual a usted, pero infelizmente cambie de idea.
No se imagina lo que sufrimos cuando al anochecer usted no viene a cenar, pues sólo llega a casa de madrugada y siempre embriagado.
Mire, en realidad no importa que patee mis juguetes, que los pise, que tire contra la pared o que me golpee rabiosamente sin motivo o cuando yo le pregunto por qué no deja de beber. Papá no me importa usar ropas viejas, zapatos agujerados y tampoco me incomodo con la poca comida que como. En verdad nada de eso tendría importancia si usted no bebiera. Yo sólo quería tenerlo en casa para decirle piense papá: "Mire, no se quede parado en los bares perdiendo su tiempo, bebiendo y farreando al lado de aquellos que dicen ser sus amigos; si, sé que usted se gasta su dinero sobre todo para su trago; acuérdese, nosotros lo necesitamos a usted."
Yo sentí mucha pena de verlo un día de esos, tirado en la calle como perro, sus bolsillos volcados, sus cigarrillos desparramados por el suelo y allí había una botella de trago quebrantada en medio de sus píes. Los muchachos que pasaban le tiraban piedras, yo les pedí que "no lo hicieran", y ellos me preguntaron: ¿conoces acaso a ese borracho? ¡Pucha papá! Tuve ganas de decirles que no, pero me acorde que cierta vez usted dijo "Hijo mío, el verdadero hombre no dice mentiras." Entonces tome valor y les respondí: ´´Si lo conozco es mi padre." Los muchachos se rieron de mí y me dijeron; "Si fuéramos tú, tendríamos vergüenza de decirle papá a ese borrachín" Baje la cabeza humillado, mis ojos se llenaron de lágrimas y llore.