La Semana Santa reducida especialmente al Viernes Santo, permite a miles de fieles renovar su fe cristiana, heredada de generación en generación y que alcanza su mayor demostración en el día de la Pasión de Cristo que luego de increíbles sufrimientos se entrega voluntariamente y con absoluto amor al Padre Eterno, con el convencimiento de que ese sacrificio servirá para liberarnos del pecado y del mal a todos los moradores en la tierra.
Lo que aconteció en un Viernes Santo es una enseñanza luminosa de grandeza y de amor que nos mueve a aceptar la vida con todas sus vicisitudes que siempre serán menores a las que sufrió nuestro salvador.
Para la comunidad cristiana tan fervorosa en su fe, este día que nos lleva a más de dos milenios en los hechos de la Historia Sagrada, se constituye en la parte más estremecedora de la Vía Crucis que pasó el Hijo de Dios, con máximo sufrimiento, para alcanzar después su gloriosa y espléndida resurrección para ascender al Reino de los Cielos y desde allí bendecirnos.
No por nada es universal el dicho que remarca “que la fe mueve montañas” y es que la nuestra aún siendo tocada por algunas flaquezas circunstanciales, se constituye en la mayor bendición que nos entrega piadosamente el Altísimo.
Esa es la fe que nos sostiene en los peores tiempos, haciendo frente a la adversidad, a las restricciones, a las enfermedades, a las maldades ajenas, es la fe que nos permite encontrar resignación frente al destino y la fatalidad, es un signo que nos proporciona el Todopoderoso como el mayor don que hace posible vivir al amparo de su manto sagrado y su inefable bendición.
La profundidad de la liturgia del Viernes Santo es la parte importante de la Pasión de Cristo, es así como lo entendemos los cristianos al sentir ese paso por doce instancias que voluntariamente aceptó Jesús para salvar la humanidad por decisión de su Padre. Frente a semejante hecho, en ésta vida terrena no podemos quejarnos, tampoco renegar de la suerte que nos corresponde vivir, pues los designios del Altísimo siempre tienen su razón de ser, lo que nos debe hacer comprender que el sólo hecho de vivir es un don al que no podemos ponerle precio alguno.
No hay dudas frente a las actuales enseñanzas que nos trasmite el sentido litúrgico de la Semana Santa, del Viernes Santo y la Pasión de Cristo. La fe nos hace parte del tortuoso calvario que vivió el Hijo de Dios y ese hecho alecciona incluso a los menos creyentes y los más vacilantes en una transformación de amor, de sentimientos de caridad y de piedad por los hermanos y hermanas en la fe cristiana.
Otro año que la llegada de la Semana Santa nos robustece y hace más fuerte nuestro compromiso y nuestras creencias en aquello que proviene de un Ser Superior que sacrificó la vida de su hijo para crear una conciencia de amor por el prójimo, empezando en este día por reencontrarnos con la Sagrada Historia que vivifica nuestro espíritu y nos muestra una realidad que elimina cualquier desorientación que profesan falsos profetas queriendo convertirnos en fáciles instrumentos del desquiciamiento y del caos.
La ocasión es propicia para reavivar nuestros principios espirituales que fortalecidos en la fe podremos aplicarlos para seguir luchando en una vida de entereza, solidaridad, justicia, amor y respeto entre todos. Es la fe sobre cualquier duda, es la firmeza de hacer más grande nuestra convicción cristiana.
Fuente: LA PATRIA
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