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Domingo 29 de marzo de 2015

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Cultural El Duende

Por tus palabras serás absuelto como justo, y por tus palabras serás condenado

29 mar 2015

Georgette de Camacho

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7El instrumento más poderoso de la comunicación humana es el lenguaje, resultado de la cooperación y la herencia continua que nos ofrece la especie.

A través de los tiempos, el hombre ha desarrollado, además de un perfeccionado sistema articulado de voces, señales expresivas que, de diferentes modos, le han permitido comunicarse con otros semejantes a quienes no llega directamente el eco de su voz, ni en el tiempo, ni en el espacio. Por eso, son válidas –nos dice S. I. Hayakawa– todas las marcas significativas, aun las más primitivas, tales como árboles señalizados, grutas con pinturas rupestres, tablas y papiros heredados del pasado. Los seres que saben leer y escribir son beneficiarios de esa inmensa tradición y están en condiciones de acumular vastos depósitos de saber, resultado de toda una experiencia colectiva que, en los tiempos modernos, se difunde ampliamente gracias a la imprenta y los actuales medios de comunicación masiva.

La capacidad simbolizadora

Una característica esencial en el ser humano, desde el más primario hasta el completamente contemporáneo, en relación no solamente al lenguaje, sino a su configuración significativa del mundo, radica en la capacidad simbolizadora. Dice Susan Langer al respecto: “Esta necesidad básica que sólo se observa en el hombre… la función simbólica, es una de las actividades primarias, como comer, mirar o moverse”. Es el discurrir fundamental de la mente que se prolonga perpetuamente. Y así ocurre. En efecto, nos desenvolvemos hasta en las cosas más prosaicas a través de símbolos. El dinero, las acciones o los títulos de propiedad no son más que papeles que simbolizan riqueza. Donde volvamos la mirada observaremos procesos simbólicos: las insignias, los anillos, recordatorios, los emblemas cívicos o religiosos; la forma de peinarse; el tipo de automóvil; el barrio en que se vive; el lugar de vacaciones; la vestimenta que usa el elegante ejecutivo o las enfermeras, los policías, los militares, los obreros, los médicos y los cardenales, expresa simbólicamente determinado oficio, la valoración y posición social u otros datos esenciales de la vida colectiva.

Puede, por consiguiente, denominarse proceso simbólico el que siguen los seres humanos para hacer que “unas cosas representen caprichosamente a otras”. Esta complicación que únicamente se da en el género humano produce muchas veces comportamientos absurdos, pero hace también posible el lenguaje y, por tanto, las enormes realizaciones que de él dependen.

El lenguaje es la forma más complicada, desarrollada y sutil del fenómeno simbolizador, ya que no hay relación necesaria entre el símbolo (la palabra) y la cosa que designa. Así, la mesa, bien pudo llamarse silla; el sol, luna; o la casa, monte. Es gracias a una larguísima transformación de carácter convencional que arribamos a la representación del lenguaje, el que, a su vez, interpreta las experiencias vivenciales y mentales, así como la cosmovisión humana.

El poder secreto de la palabra

Merced a importantes y rigurosos estudios lingüísticos, se conocen hoy en día infinidad de funciones, aplicaciones, intenciones, fines, proyecciones o manipulaciones del lenguaje. Uno de los aspectos más interesantes es saber reconocer “no sólo el poder directo, sino el poder secreto de la palabra”. Tan minucioso y revelador trabajo se consuma magistralmente en la literatura y es ella la que nos introduce en la experiencia de la sensación y la intensidad de vivir a través del amor, la amistad, la comunión entre los hombres, condición que surge básicamente de los numerosos usos afectivos de las lenguas. Por ejemplo, en la elocuencia, en las frases musicales que encantan y hechizan, o en la repetición de palabras análogas:

Primero en la guerra

primero en la paz

primero en el corazón de sus connacionales

Formas éstas que mueven los estereotipos emocionales capaces de extender su influencia en la dirección buscada.

También mediante las metáforas, comparaciones o alusiones que forman parte de la creatividad simbolizadora, expresamos la porción afectiva de nuestro hablar. Decimos: la falda de la montaña; la cola del piano; las entrañas del volcán; la cortina de humo de un discurso. Pero es justamente en la actividad poética donde la capacidad metafórica surge desde el ángulo objetivamente disparatado, aunque emocionalmente lleno de expresividad:

Albor. El horizonte

entreabre sus pestañas

y empieza a ver

(Jorge Guillén)

Así, es en la literatura donde la función afectiva del lenguaje surge con extraordinaria riqueza, a plenitud, y en cuyo específico campo la expresión de los sentimientos personales resulta fundamental.

Vigor social de la literatura

En el terreno que une armónicamente creación artística verbal con la atribución afectiva de las palabras, se producen infinidad de fenómenos. Uno de los más interesantes es aquel que califica a las grandes obras clásicas de científicamente comprobables, es, es decir, que les reconoce un valor para la sobrevivencia.

Tal ocurre con las obras de Virgilio, Dante, Lope de Vega, o con los poemas de Homero, Donne, Whitman, Machado o Baudelaire. Esto nos induce a comprender que las creaciones de los escritores valen como efecto de una actividad organizada históricamente, en cooperación, y que son capaces de provocar en los lectores actitudes de profunda comprensión, no sólo respecto de ellos mismos, sino de sus semejantes, hecho que redunda en la humanidad entera.

Es por ello que quienes leyeron buena literatura han vivido y se han enriquecido espiritualmente en mayor grado que aquellos que no lo han hecho.

Gracias a Cervantes, por ejemplo, sentimos los más nobles ideales enfrentados a la ordinariez de la existencia. Con Faulkner penetramos en la oscura y compleja realidad del sureño norteamericano y, por ende, del hombre en general. Borges nos sumerge en profundos viajes intelectuales. A su vez, Alejandro Carpentier obliga a navegar en aguas densamente barrocas y Byron nos transporta en “alas de rebeldía neurótica” contra una sociedad decadente. Felizmente son muy numerosas las oportunidades de compenetrarnos con extraordinarios y, a la vez, únicos mundos literarios que nos permiten sentir a plenitud, para mejorar la existencia.

Khalil Gibran

La justicia

En la casa de Emir se festejaba, cierta noche, una boda. Cuando la gente entraba y salía, en grupos, súbitamente se divisó a un hombre abrirse paso y adelantarse hacia el Emir. Saludó con humildad y veneración. Los concurrentes lo miraron con estupor porque llevaba un ojo reventado, de cuya cuenca manaba sangre en abundancia.

–¿Qué te ha ocurrido, amigo? –le preguntó el Emir.

–Yo soy un ladrón, mi Emir –respondió el hombre–. Anoche, aprovechando la oscuridad como de costumbre, me dirigí a la casa de uno de tus banqueros para robarle, y mientras me encaramaba en el muro para entrar en la casa del cambista, sufrí un error, y entré, sin saber cómo, en la casa del tejedor. Lo advertí y salí huyendo en aquella temible oscuridad. Como nada distinguía, dado lo oscuro que estaba el cielo, tropecé con el telar del tejedor y me reventé un ojo. Ahora vengo, mi Emir, a pedirte justicia contra el dueño del telar.

Mandó el Emir en busca del tejedor y una vez en su presencia ordenó que se le arrancara un ojo. El tejedor habló así:

–Es muy justa tu sentencia, mi Emir, porque comprendo que la justicia prescribe que me sea arrancado uno de mis dos ojos; pero tú no ignoras, Emir mío, que yo necesito en mi oficio los dos ojos para ver los dos lados de la pieza que yo tejo. Ahora bien; tengo un vecino zapatero con dos ojos, como yo, el cual en su oficio puede prescindir de uno, sin perjudicarse en nada. Llámalo y arráncale un ojo, y así habrás defendido la ley.

Ordenó entonces el Emir que fuera conducido el zapatero a su diván y en el acto mandó que le vaciaran un ojo.

Y así se defendió la justicia.

Vía Crucis

Siete veces he reprochado a mi alma.

La primera vez cuando intentó llegar a los altos cargos por vía de la humillación.

La segunda vez cuando cojeó hasta los inválidos.

La tercera vez cuando al someter a su elección entre lo difícil y lo fácil eligió esto último.

La cuarta vez cuando erró y se consoló con los yerros de otros.

La quinta vez cuando se armó de paciencia por debilidad y atribuyó su paciencia a la firmeza.

La sexta vez cuando levantó su falda del lodo de la vida.

La séptima vez cuando salmodió ante Dios y creyó que el canto de los salmos era una virtud en ella.

* Khalil Gibran. Líbano 1883-1931. Poeta, pintor, novelista

y ensayista.

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