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Domingo 29 de marzo de 2015

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Cultural El Duende

Todo un caso

29 mar 2015

Benjamín Chávez

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Don Pistón Maravilla, chofer profesional a Yungas, 1,47 de estatura, 75 kilos de peso, as del volante, tenía su carro en propiedad. El Rayo Volador, un minibús con motor a diesel, 6 en V, 8 cilindros y un solo pistón: él. Quince asientos pullman, más 2 centrales de madera. Bendecido en Urkupiña, tres piedritas, imitación de las del cerro de Quillacollo, hechas en Taiwán, colgaban de una red y se bamboleaban de un lado a otro de la palanca de la caja.

Nunca hubo mejor chofer. Jamás tuvo un accidente, hasta el nefasto día en que El Rayo Volador despareció para siempre en lo más profundo de la selva a millones de metros por debajo del camino. Nunca encontraron su cuerpo ni el de nadie, tal vez porque no buscaron. Tampoco apareció ni un solo fierro volador del Rayo, aunque tiempo después, alguien vio el chasis reparado a combazo limpio en la feria 16 de julio.

Por algún testigo se supo que don Pistón se mantuvo firme al volante hasta el final, y con mano segura y mirada imperturbable se salió del camino derechito hacia el abismo. De esto, obviamente, no puede colegirse que se haya tratado de un suicidio; todo lo contrario, es decir, que no pueden sacarse conclusiones apresuradas.

La desolada viuda lloraba incansable bajo un velo de tul negro y, entre inconsolables gritos y alaridos lastimeros, aceptaba los pésames de conocidos, desconocidos y las solícitas consolaciones de los transportistas afiliados a Yungas.

Expresando su incredulidad ante los hechos, argumentaba que todo eso era increíble. Increíble que El Rayo Volador haya volado. Increíble que el Pistón Maravilla que era una auténtica Maravilla, mejor dicho, maravilla, al volante, haya muerto al volante, por la sencilla razón de que eso nunca antes había ocurrido.

Tal, el informe recogido por el destacado investigador, cabo Segundo Pánfilo Arredondo en su vieja libretita de apuntes, donde apuntaba los misterios por resolver.

Como aquí no había ningún misterio que resolver, a pesar de lo sostenido por la viuda, el cabo segundo elevó su informe diciendo que se trataba de un accidente de tránsito común y corriente, donde se descarta la falla humana y sí se toma en cuenta la falla mecánica. Por algo el chofer era una maravilla y el carro un volador.

Sin embargo, la viuda se había dirigido repentina y repetidas veces a la sección de delitos contra la propiedad, a hacer la denuncia, pues, decía, se trataba de SU marido. Luego a la sección de homicidios y finalmente a la de adivinación, a la vuelta de la esquina donde un yatiri veía en coca, sin obtener mayor resultado que ser enviada de nuevo al escritorio del cabo segundo Pánfilo Arredondo. Entonces, por segunda vez, el cabo segundo fue asignado al caso, y fue así como, en su libretita, fue reconstruyendo la historia de son Pistón Maravilla.

El caso es que desde la noche misma del accidente, o quizá un poco después, la viuda empezó a escuchar voces que nada le decían y a recibir mensajes en papelitos que aparecían debajo de la puerta. El primero decía: En este valle de lágrimas, grave es el peso de la propia conciencia. Lo decía en latín: In hac lacrymarum valle, grave ipsius conscientiae pondus. Inmediatamente interpretado como: Aquí todos estamos jodidos.

El segundo, que llegó poco después: coquita, lejía, k’uyunitas y traguito mándame, mándame. No ponía dirección.

El tercero era escueto, aunque tenía pinta de anuncio de diario: Necesito espiedero y brostisero. Sin precisar nunca, si se refería a un operario (o dos), o a un artilugio. Y así sucesivamente.

Consternada, la viuda se había paseado por las oficinas de la policía con los papelitos en mano y ni un pinche grafólogo se dignó nunca hacerle caso, a ella, que a golpes de fortuna y tambor se había forjado un sólido prestigio de comerciante en el rubro de las herramientas de construcción y de demolición, así como de topos, aretes y demás joyas para ocasiones como la fiesta del Señor del Gran Poder, amén de su tambo con más de 100 variedades de papa a la vista.

La hipótesis era que, o don Pistón no había muerto y estaba secuestrado por mal vivientes, o desde el más allá enviaba esos papelitos de alma en pena reclamando atención, habida cuenta de que no estaba sepultado.

La viuda se inclinaba por la primera de las hipótesis, aunque el cabo segundo, más racional, por la segunda. A fin de desechar ya sea la una o la otra, el oficial Arredondo hizo un exhaustivo acopio de información que incluía la revisión minuciosa de la casa y las pertenencias de don Pistón. Así encontró el cuerno de toro lleno de mixtura, el traje de moreno sin estrenar, el arcón de monedas de la época de la devaluación y mil chucherías inclasificables entre las que destacaban docenas de casetes grabados con su voz.

Don Pistón, en sus ratos muertos, o sea, cuando aún vivía, ya en La Paz, en su casa de Villa Ingenio, ya en los Yungas, a la sombra de algún árbol, mientras digería algún picante de chancho, choclo y chicha, se consagraba a la infinita tarea de tramar un diccionario de aimara castellano y castellano aimara con énfasis en el latín, en dos volúmenes respectivamente, para que, según sus propias palabras, de una buena vez, gran parte de la población boliviana pudiera entenderse de una buena vez, acotaba.

Su ambición era hacer el diccionario más grande del mundo, donde todas las palabras existentes o no habientes tuvieran cabida ¡y de qué manera!, ¿y de qué manera? Pues trabajando en eso por varios años, mientras se decidía por una escuela nocturna dónde ingresar para aprender a escribir y poder poner su diccionario por escrito, como debe de ser, cuando el accidental accidente lo privó de toda posibilidad de continuar y truncó aquella loable empresa frustrando futuras generaciones (de diccionario).

Puesto que nunca había escrito una sola línea y, ya se sabe, no por falta de papel, aquel gigantesco diccionario tuvo que ser escrito íntegramente por su hijo aquí presente, el joven Filisteo Maravilla.

Filisteo lo escribió desde el principio, pasando por el medio y terminando al final: la publicación del mismo, en un número de 150.000 ejemplares que el número de pasajeros que cruzan por aquel camino en un año redondo, según sus propios cálculos, nada optimistas, sino todo lo contrario, sólo realista.

Fue así que una tarde cualquiera (la del 6 de agosto), nadie sabe cómo, Filisteo subió a una flota en movimiento y empezó a ofrecer el mentado diccionario. Sabido es, decía, que una mano lava la otra y las dos lavan la cara y la cara tiene ojos, que son para leer, y qué mejor que este diccionario hecho por alguien que conocía como nadie ese camino. Y ponía ejemplos: Te voy a poner un ejemplo, hasta dos ejemplos. Primer ejemplo, por ejemplo: Jaqhstäña mästäña quiere decir: hablar dobladamente, dando a entender una cosa, queriendo otra. Segundo ejemplo, por ejemplo, como muchos están aquí: ikikataña, que quiere decir: dormir reclinando la cabeza o arrimándola; o ikikipa ikiruruña, que quiere decir: dormir a un lado y otro como uno que le rempujan y vuelve a dormir, o k’aywaxtaña, que quiere decir: dar vaivenes con la cabeza a un lado y otro.

Así fue conociendo a quienes habían sido pasajeros de su padre. Primero los dos gringos que le compraron el diccionario diciéndole: Tou padre ser ou estar un buen choufer. Una señora del Alto que iba a los Yungas a ver a su marido y conversaba con don Pistón mientras tejía: Tan bueno era tu papá, a todos recogía en el camino y paraba donde querían bajarse. Maestrito, me vas a dejar donde me quede ¿ya? Y él les hacía caso. Me lo vas a saludar hijito. ¡Pero señora, ya le he dicho que se ha muerto! Ay qué pena. Y seguía tejiendo.

También conoció al soldado de la patria Salustio Mamani, ya licenciado, que los domingos tomaba el minibús de don Pistón para volver al cuartel después del franco. Bien bueno era tu papá, cuando no tenía plata me llevaba nomás y a los otros pasajeros les decía: Soldadito es pues, largado anda.

Y hasta pudo conocer a don Desco Achata, el descomunal Achata, mecánico de profesión que había acudido en su auxilio tras el nefasto. No había nada que hacer Filisteo –le palmeó el hombro– cuando llegué ese auto ya era inmarcesible.

En esas andaba Filisteo Maravilla, o sea, lucrando con el esfuerzo de su padre, como le decía su madre, a lo que él contestaba recordándole quién en realidad había escrito el diccionario, cuando llegó un último papelito que vino a solucionar de una buena vez el misterio. Decía: ya se acerca noviembre hija, no te olvides de mí. De lo cual sí pudieron colegir que don Pistón Maravilla estaba bien muerto y reclamaba las justas celebraciones para el día de los difuntos.

Prontamente se dieron instrucciones y todos se pusieron manos a la obra. Había que hornear t’anta wawas, hacer panales, comprar chicha, amasar masitas de todas las formas, trenzar coronas, decorar mesas y edificar una tumba memorable, faraónica con un letrero de neón en lo alto: P.M. Feliz día.

Llegado el día abrieron la casa a multitud de niños rezadores, cuando la viuda cayó en cuenta de que habían mal interpretado el mensaje y por ende la celebración. En realidad, don Pistón no era un muerto cualquiera, sino lo contrario, todo un personaje; entonces, la fiesta que en realidad se merecía era la de las ñatitas, o sea, una semana después, no por nada en vida había sido un auténtico calavera que había esperado a estar muerto para poder escribir.

Se desbarató la tumba, se puso en fuga a coreadores y suplicantes y el Filisteo contrató a toda prisa los servicios de un renombrado bordador de la calle Los Andes para que confeccionara sin dilación un estandarte negro de letras plateadas. A devoción de la Ñatita Maravilla.

La viuda en persona supervisó los preparativos de la sonada fiesta y, el viernes por la noche, salió a ocuparse, por último, de lo más importante. Cuatro días antes le había telegrafiado por internet a su comadre en Coroico, para que contrate al negro Juárez Bosco, conocido ritualista yungueño para que mediante sus oscuros oficios dé de una buena vez con el paradero del difunto y proceda a rescatar su calavera de las profundidades de la selva. Dicho y hecho, a las 12 de la noche, en un apartado paraje de Pampahasi le fue entregado un bulto que contenía la huesuda de don Pistón.

Y fue así como esa soleada mañana de noviembre la viuda, el Filisteo, el cabo Segundo Arredondo y un largo etcétera de parientes, amigos y conocidos salieron del Cementerio General enarbolando un flamante estandarte y portando una pulida calavera en urna de plata, decorada con palabras en aimara y su correspondiente traducción al castellano, rumbo al local de fiestas “La Roma Inmortal”, recibiendo una lluvia de pétalos de flores arrojados con fe y entusiasmo por la multitud de luto que colmaba las avenidas. Un verdadero final feliz pensó el cabo Arredondo. ¿Verdad que sí?, le respondió la viuda como si lo hubiese oído.

Benjamín Chávez Camacho.

Santa Cruz, 1971

Miembro del Consejo Editor de

“El Duende”.

D.H. Lawrence

[El poder evocador]

El poder evocador de las llamadas palabras obscenas tiene que haber sido muy peligroso para las naturalezas oscuras, de mente embotada, violentas, de la Edad Media, y tal vez todavía hoy demasiado fuerte apara las naturalezas de corta mente, medio despiertas. […] En el pasado, el hombre era de mente demasiado débil, o demasiado cruda, para contemplar su propio cuerpo físico o sus funciones físicas sin verse completamente turbado por reacciones físicas que le superaban. Ya no ocurre así. La cultura y la civilización nos han enseñado a separar las reacciones. Actualmente sabemos que al pensamiento no le sigue necesariamente el acto. En realidad, pensamiento y acción, palabra y hecho, son dos formas separadas de conciencias, dos vidas separadas que llevamos. Necesitamos profundamente mantener una conexión entre ellas. Pero mientras pensamos no actuamos, y mientras actuamos no pensamos […] Ambas condiciones, el pensamiento y la acción, son mutuamente excluyentes. Pero han de guardar armonía entre sí.

Y no es otra la cuestión planteada por este libro. Quiero que los hombres y las mujeres sean capaces de pensar el sexo plenamente, completamente, honestamente y limpiamente.

[Lejos de mí]

Lejos de mí querer sugerir que todas las mujeres tengan que ir corriendo a buscar pastores como amantes. Lejos de mí que van corriendo tras de nadie. Muchos hombres y mujeres son hoy más felices cuando se abstienen y mantienen al margen sexualmente, totalmente limpios; y al propio tiempo comprenden y aprecian el sexo más plenamente. Nuestros tiempos son más de comprensión que de acción. Ha habido en el pasado tanta acción, sobre todo acción sexual, repetición tediosa una y otra vez, sin ningún pensamiento que la acompañase, sin ninguna comprensión e identificación. Actualmente nuestra labor es recuperar el sexo. La plena aprehensión consciente del sexo es más importante todavía que el acto mismo. […] Porque nuestros antepasados han actuado sexualmente con tal asiduidad sin ni siquiera pensarlo o comprenderlo, que actualmente el acto tiene a ser mecánico, sin aliciente, decepcionante, y sólo una nueva comprensión mental renueva la experiencia.

* D.H. Lawrence. Inglaterra, 1885 - Francia, 1930.

Poeta y novelista.

De “Gajes del oficio”

seleccionado por Delia Juárez G.

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