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Domingo 29 de marzo de 2015

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Cultural El Duende

El lance de honor

29 mar 2015

Man Césped

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Ascendí a la más alta cumbre. La montaña se coronó de mi inteligencia, y yo me incorporé en su grandeza.

La eminencia con su altura y mi alma con su conciencia, hicieron un gigante que tenía los pies en el Océano y la cabeza en las nubes.

Mi grandeza fue enorme; mas, se advertía que sólo era la grandeza ilusoria de un coleóptero posado en la cabeza de un saurio –detalle de prolijas sutilezas que no amenguaba la magnitud de mis pensamientos–. Yo me encontraba realmente admirable y en mi encumbramiento, con arrebato olímpico, sentí el vértigo de las alturas artificiales.

En mi fatiga y en mi esfuerzo dejé en el camino la bondad de mi ser, y la cima, gélido ambiente de vanidad y soberbia endureció mi corazón.

La luz de mi buen espíritu se difundió en la mole como el radium en las escorias y las acritudes de las inmensas rocas y las profundas oquedades del abismo infundieron a mi alma sus sombras y deformidades.

El sol, poniéndose tras de mí, con majestuosa lentitud cubrió mis espaldas con un sutil manto de resplandores. Como un rizado perro de aguas, el mar lamía mis calzas de granito, y el cielo convertía las nubes en flores para esparcirlas sobre mi cabeza.

Beodo de terrena grandeza, me sentí supremo, único capaz de hacer eternamente mía la hembra luminosa: la Gloria.

Esta ideología de mente insana, trocó mi alegría de criatura plácida de su gracia verdadera, en saña de bestia insensata, celosa de su poderío imaginario.

Me olvidé de los hombres, ya que no alcanzaban a la dignidad de mi memoria, y me acordé de Dios; pero no con la timidez de los creyentes, sino con la bravura de los poderosos. Me enfadaba la rivalidad de su grandeza, y retándolo por el honor de los cielos, le dije con la voz de trueno de las lóbregas tempestades: ¿Dónde me esperas?

En el lenguaje del símbolo, en el habla inarticulada del verbo sin lengua, mi provocado me contestó: Aquí…

La voz salió debajo de mis plantas. Bajé los ojos, busqué, y sólo vi una brizna de carne pálida y traslúcida, una miseria viviente, la más débil e inofensiva de las criaturas.

El otro, mi rival, me había citado al terreno del gusano. Me estremecí.

Yo no seré quién vaya; pero, cualquier día, un cortejo doliente me llevará encajonado a ese macabro lance de honor.

* Man Césped (seudónimo de Manuel Céspedes). Chuquisaca, 1874-1932.

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