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Domingo 29 de marzo de 2015

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Revista Dominical

Fabrizio Prada, un cineasta del exilio

29 mar 2015

Claudio Sánchez

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Con un sombrero de ala ancha que lo identifica y lo hace reconocible, detrás de unos lentes de aumento que ocultan su mirada de creador, Fabrizio Prada vuelve a Bolivia para reencontrarse con un país que le pertenece. Hijo del escritor boliviano Renato Prada Oropeza, nació en Lovaina, Bélgica el año 1972, como consecuencia del exilio de su padre, quien durante la dictadura de Banzer se vio obligado a dejar su tierra natal.

Fue el exilio el que condicionó que la vida de la familia Prada se desarrollará en México, donde Fabrizio estudió y disfrutó su primera juventud, por supuesto que los ojos estaban siempre puestos en Bolivia. Su sensibilidad lo llevó a inclinarse por el cine, esto significó una búsqueda personal por su formación profesional, fue así que viajó a Cuba para ser parte de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. “En Bolivia me decían que no era boliviano y en México que no era mexicano, eso hizo que no pudiera ser seleccionado para ser parte de la Escuela. Entonces me fui a Cuba y ese año abrieron tres cupos para hijos de exiliados, estaba un argentino, un uruguayo y yo”. Así recuerda Prada su pequeña batalla librada en los años noventa.

En Cuba Fabrizio tuvo como compañeros bolivianos de su misma generación a Verónica Córdova (guionista de Di buen día a papá) y Miguel Valverde (protagonista de Quién mató a la llamita blanca). Sus amigos compartieron con él la Bolivia que Prada no había vivido por encontrarse lejos físicamente de su patria. “Yo me críe entre sopas de maní y silpanchos, añorando siempre el país de mis padres. En México mi casa era un rinconcito boliviano, y por eso queremos que ahora se llame Villa Totora”.

Luego de haber cursado estudios en San Antonio de los Baños, el ahora director de cine volvió a México para empezar su carrera profesional. No sin complicaciones que evitaron que un proyecto sobre un sacerdote jesuita se realice. El cineasta encontró en su padre un gran cómplice para su actividad creativa. Renato y Fabrizio Prada formaron una dupla ejemplar, el primero como guionista y el segundo como realizador. El oficio de escritor que tenía el padre, quién ganó el Premio Casa de las Américas en 1969 por la novela Los fundadores del alba. “La novela es sobre todo simbólica; quise en determinado momento hacer una especie de elegía al guerrillero, y luego pensé en la situación del soldado y acabé redimiéndolo en el momento mismo de la muerte del guerrillero.” Así sintetizaba Renato su novela más famosa y reconocida.

Como sostiene Alfonso Gumucio Dagron: “Renato Prada es el escritor consciente del oficio de escribir, del rol y la responsabilidad del escritor en América Latina, en Bolivia, de su relación con la realidad y la historia. Es también, el escritor que se caracteriza por su rechazo de toda actitud impulsiva en literatura.” Algo de esta apreciación sobre el oficio de escritor en Renato también está presente en Fabrizio y el cine. Y es que la obra del cineasta tiene un alto contenido social, de crítica a un sistema de violencia en sus más diversos niveles, aunque esto no lo haga representante de un género cinematográfico específico, sino un buscador constante que se ha sabido mover entre la comedia y el drama con tintes de película policial.

El recuerdo de su padre es constante en la vida de Fabrizio, y a pesar de que Renato falleciera en la ciudad de Puebla, México en septiembre de 2011, su presencia sigue siendo importante para su hijo quien trabajó con él a lo largo de la última década.

A Fabrizio lo conocí sin conocerlo en Oruro, lo conocí por referencias, por el cariño de sus familiares que lo esperan siempre en Bolivia. Corría noviembre de 2014 y se me presentaba entonces el nombre de un cineasta boliviano del cual no había escuchado hablar antes. Claro está, la condición de hijo del exilio también colaboraba a su cierto anonimato, a su encubrimiento en las listas oficiales. México entonces era su patria adoptiva.

Hace algunas semanas tuve la oportunidad de saludarlo en persona, el cineasta del exilio estaba en Cochabamba presentando una exposición de fotos y volvía después de 11 años para encontrarse con algunos amigos y familiares. Si bien hay muchas razones para que Fabrizio hubiera llegado a Bolivia –de nuevo– algunas de ellas sí tienen directa relación con el cine. “He comenzado a hacer entrevistas a gente que conoció a mi padre, a amigos suyos como Adolfo Cáceres o Alfonso Gumucio”. Así explica el realizador su intención de producir un documental testimonial sobre su padre. También tiene en mente llevar a la pantalla grande la mítica novela Los fundadores del alba. “Es una obra muy cinematográfica, muy descriptiva, te permite desde su escritura imaginar cómo serán las acciones y locaciones”.

El pasado 21 de marzo se celebró el Día del Cine Boliviano, la Fundación Cinemateca Boliviana en La Paz organizó una serie de proyecciones extraordinarias de materiales nacionales, en esta oportunidad Fabrizio presentó su opera prima Tiempo real (México, 2002), primer largometraje hecho en un solo plano sin cortes. “La cinta de video duraba 83 minutos, y eso es lo que dura la película. Fue un trabajo que mereció mucho esfuerzo, hicimos once tomas en total, y al final nos quedamos con la última”. Este filme mereció ser inscrito en el libro Guiness como un hito en la historia.

La doble o triple condición de Fabrizio Prada, que gira en torno a su nacionalidad marcan su vida. Ser boliviano sin serlo, y no ser mexicano siéndolo. El exilio, por supuesto, es algo más que no poder compartir con los tuyos, es por sobre todo un castigo insufrible. El cineasta por esto tiene un sentido urgente de retornar a reconstruir su historia, aquella que fue transmitida por sus padres, y sin embargo todavía no encuentra las condiciones ideales para poder volver a Bolivia. Conocí a Elda Rojas, su madre, ella también quisiera retornar a este país que le pertenece y la llama. ¿Será el cine que los convoque de vuelta aquí? El caso de este cineasta nos da la pauta de una generación que por diversos motivos vive “exilios” diferentes. Estos creadores están marcados por una coyuntura adversa, pero tienen los ojos siempre puestos en el país, o en el caso de Fabrizio tiene puesta su cámara Digital Bolex sobre Bolivia.

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