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Domingo 22 de marzo de 2015

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Revista Dominical

La poesía infantil

22 mar 2015

Víctor Montoya - Escritor

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Si tuviéramos que preguntarle a Óscar Alfaro: ¿Qué es la poesía para niños? Seguro que nos contestaría que es el alimento indispensable para el alma de los pequeños lectores; es más, el poeta es un individuo que debe sumergirse en el fuero interno de los niños para interpretar sus necesidades y fantasías a través de sus versos, utilizando las palabras como los poros de la piel por medio de los cuales puedan respirar sus lectores.

Escribir poesía infantil es un oficio que, además de ser una dedicación sublime de la condición humana, exige entrega y pasión. No bastan los instantes de fervor ni inspiración. Es necesario despegarse del mundo circundante y encerrarse junto a las ideas y palabras para entender cuáles son las adecuadas para escribir lo que se desea, pero sin dejar de considerar los aspectos concernientes al desarrollo integral del infante.

A la pregunta: ¿Quién escribe o debe escribir para los niños? La respuesta es concreta: aquel escritor que tenga la sensibilidad de acercarse al mundo infantil y sea capaz de interpretarlo desde su interior como si fuese un niño más, o como decía Alfonso Reyes: “Poesía para niños no es ni puede ser una poesía que meramente trata temas infantiles, sino una poesía que sea limpia y sencillamente poesía infantil; en la que no hay un adulto que canta el mundo infantil, sino un poeta que mira el mundo desde la propia alma del niño”.

Los escritores de poesía infantil, de manera consciente o inconsciente, manipulan la información adquirida para crear, a partir de esa base, obras que no corresponden necesariamente al contexto concreto o real, sino a un mundo lleno de magia y fantasía, como son las poesías que pasan por alto las leyes de la naturaleza, en un afán por conducir al pequeño lector hacia ámbitos imaginarios construidos a partir de elementos abstractos y ficticios.

Los niños y las niñas, como es natural, tienden a crear un mundo a su imagen y semejanza, habitándolo con seres de su preferencia, a quienes les conceden palabras nacidas de su propio léxico, sin importarle mucho las normativas de la gramática, las connotaciones semánticas ni la prosodia. Se entiende que en ese mundo, creado al margen del razonamiento lógico de los adultos, las niñas y los niños son los únicos artífices de un escenario poblado de personajes tanto reales como ficticios, donde es posible incluso lo imposible. La imaginación infantil juega un rol esencial en el desarrollo de su fantasía, no solo porque les ayuda a imaginar objetos inexistentes y a modificar la realidad concreta, sino también porque les permite manipular la información adquirida con la finalidad de crear una representación percibida por los sentidos de la mente. De ahí que la imaginación, incluso para los adultos, resulta ser un mecanismo capaz de generar elementos que no han sido previamente concebidos en el entorno inmediato por el sentido de la visión y otras áreas sensoriales del organismo.

El pensamiento mágico de los niños es un raciocinio causal y no científico, exactamente como la superstición que, aun no teniendo una base científica ni una explicación lógica, es un pensamiento que nace de la percepción subjetiva de un determinado fenómeno físico o psicológico. Este tipo de raciocinio es muy típico entre los niños, quienes conciben pensamientos que rompen con las normas de la lógica formal.

No cabe duda de que la poesía sirve para estimular la imaginación de los niños, siempre y cuando reúna las condiciones requeridas por ellos. Es decir, en la poesía infantil es necesario considerar, entre otras cosas, la claridad sintáctica y semántica, para evitar ambigüedades o anfibologías; por ejemplo, si se escribe: “El niño pensaba en el tren”, podría entenderse de dos maneras: que él pensaba estando dentro del tren o que él pensaba en el tren que estaba por llegar a la estación.

Aunque algunos pedagogos sostienen la peregrina opinión de que los niños no están capacitados para comprender el lenguaje poético, lo cierto es que los pequeños lectores tienen la capacidad de entender e interpretar los versos que tocan sus pensamientos y sentimientos como varitas mágicas. Lo único que suelen rechazar son las poesías extensas, abstractas y llenas de metáforas complicadas.

Aun así, como señalaba Juan Ramón Jiménez: “No importa que en el poema el niño no entienda todo; bastará que se llene del sonido y el sentido. Ya llegará otro momento en el que versos y estrofas prendidas en la memoria lo impulsen a la lectura y a la comprensión personal. Los poemas aprendidos, las estructuras rítmicas, las imágenes, le invitarán a expresarse, uniendo su voz a su memoria, transformando e inventando palabras y coplas de su propia creación”.

LA POESÍA COMO INSTRUMENTO DIDÁCTICO

Por todos es sabido que las poesías didácticas, de un modo general, tienen el propósito de enseñar, a través de los poemas aplicados en el sistema educativo, aspectos relacionados con la buena conducta de los niños, el aseo personal o los emblemas patrios. Muchas de las poesías dedicadas al “Día de la Madre”, “al profesor” y “la bandera”, pueden resultarles tan engorrosos como los mismos libros de texto, o tan abstractos como los versos del Himno Nacional, cuyo lenguaje rebuscado, en el peor de los casos, es incomprensible para los niños en edad escolar.

El objetivo de la poesía infantil debe trascender más allá de la simple didáctica, del afán de impartir conocimientos a través de los versos. La poesía, como toda literatura fantástica, es una fuente donde los niños beben historias de encantos capaces de estimular su hábito de la lectura; un hábito que les abrirá muchas otras puertas hacia la adquisición de conocimientos que más tarde les serán útiles en su vida social, familiar y profesional.

Las poesías enteramente didácticas no siempre cumplen con la función de estimular la fantasía de los niños y menos aún con la intención de crear en ellos un hábito de la lectura; por el contrario, les dejan una sensación de que la poesía es aburrida y acaban por alejarlos del mundo de la literatura por el resto de su vida. Para evitar este desencanto, los poemas para los alumnos del ciclo básico deben tener, más que un mensaje moralista y didáctico, un sentido lúdico y un ritmo que retengan y atesoren de inmediato. Los versos, en el mejor de los casos, deben adaptarse a su imaginación, desarrollo intelectual y lingüístico. Solo así se logrará que la poesía sea una experiencia placentera y logre incitar a los niños y niñas a leer y escribir versos de su propia inspiración, pero no como una aburrida tarea escolar, sino como una inquietud que les impulse a penetrar en el mundo mágico de las ideas y palabras.

A pesar de estas consideraciones, valga aclarar que no se trata de desterrar la poesía de la escuela, sino de aplicarla al nivel de los niños. Nadie desconoce el poder educativo de la poesía, pero tiene que adaptarse al niño, quien, por su propia naturaleza, es esencialmente creador y explaya una fantasía a raudales; más todavía, la poesía debe ocupar siempre un lugar de preferencia en el sistema educativo, ya que su aprendizaje y ejecución despierta la sensibilidad y creatividad de los pequeños lectores, quienes, al margen de todo precepto didáctico, tienen alma de poetas. No en vano Hugo Molina Viaña sostenía: “La poesía formará el alma del niño en su educación ética y estética, contribuyendo al desarrollo de una personalidad. La poesía nutre su vida espiritual y de relación. La creación en el niño está a flor de piel. Crea en sus sueños. Crea en sus juegos. Crea en su propio lenguaje, maneja la sílaba y la palabra con su interés lúdico”.

Los pensamientos transmitidos con un lenguaje rítmico, coadyuvado por la rima, son más fáciles de asimilar; y el niño, mediante el verso, experimenta el placer de aprender un conocimiento mejor que en las lecciones impartidas por el libro de texto que, en la mayoría de los casos, están escritos en un lenguaje técnico pero casi nunca en un lenguaje lúdico. Ésta es una de las razones del porqué los alumnos rechazan más los libros de texto que los libros en los cuales recrean sus fantasías, como en los cuentos, fábulas y poemas que estimulan su imaginación y rescatan las expresiones propias de su vocabulario.

El poeta César Atahuallpa Rodríguez dice: “Los niños son como pájaros. Por eso el mejor maestro para el niño es el poeta, porque el poeta también es un niño que se pasa jugando con el arco iris de su voz, para que todos los niños del mundo se acerquen hasta el fondo de su aliento a beber música”. Esta afirmación implica que los niños, como los músicos y poetas, juegan con las palabras, cambian algún verso de un poema conocido y reconstruyen la poesía, intentando encontrar una cadencia o armonía que les permita familiarizarse con las rimas.

Sin embargo, cualquier esfuerzo por encajar, donde no corresponde, un diminutivo o una repetición exagerada de superlativos, resultará artificioso y hasta sonara fuera de contexto, como un falsete en un coro musical, sobre todo, si se considera que el ritmo en la poesía nace de la misma elección de las palabras que engranan melódicamente en una composición poética; un recurso literario que aprecian mucho los infantes que se sienten atraídos por la musicalidad de la poesía.

Por último, y a modo de modesta recomendación, sugiero que en las escuelas se lea mucha más poesía, pero una poesía que de veras despierte el interés de los pequeños lectores y los acerque, sin intenciones didácticas ni moralizantes, a la magia de la palabra escrita, capaz de estimular su fantasía, mejor su destreza lingüística y sentar las bases de su hábito de la lectura.

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