Sábado 21 de marzo de 2015
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“Predecir el futuro es siempre arriesgado, mucho más el de América Latina. De ella se ha dicho una y otra vez que se encontraba al borde de un desarrollo maravilloso, solo para defraudar a los optimistas” (Thomas E. Skidmore). Pese a esta advertencia, se percibe el fin de una época, que puede crear una renovada esperanza de mayor democracia en nuestra región.
En los pasados quince años, el Socialismo del Siglo XXI se expandía. Hugo Chávez Frías aumentaba su influencia. Para su beneplácito, se entronizaron gobiernos afines en Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras –el presidente hondureño fue destituido y el país se apartó de la órbita chavista– y en otros países insulares del Caribe; Lula da Silva proclamaba que Chávez era el mejor presidente que Venezuela tuvo en su historia, y el kirchnerismo no ocultaba su afinidad con el chavismo, lo que coincide con la reciente revelación de la revista brasileña Veja de que Irán, con la intermediación de Chávez, habría financiado la campaña electoral de la presidenta Cristina Fernández.
Sin pensar en que podían venir años de vacas flacas, el Gobierno de Venezuela, como es rasgo común de los populistas, derrochó y malgastó el producto de las exportaciones de petróleo a precios en ascenso. Su prioridad fue invertir en la exaltación del líder, en la expansión del populismo en el continente y en la perpetuación en el poder; no en el desarrollo ni en la diversificación productiva. Pero sobrevino la crisis; enorme e incontenible. En julio de 2008 el precio del barril de petróleo se cotizaba en 146,90 dólares. En una caída sin precedentes, la cotización bajó a mínimos catastróficos para los productores: el viernes el barril de crudo se cotizó en 45,85 dólares: ¡Menos de un tercio!