No puedo evitar sentir que esta campaña electoral es tan aburrida como la anterior. Aunque la cantidad de cargos en disputa es mayor, en la mayoría de los municipios existe una idea sobre quién o quiénes serán los ganadores. Las encuestas —que no llegan a las poblaciones pequeñas— son innecesarias frente a la conciencia popular.
Pero el problema está precisamente en la conciencia. Hasta hace nueve años, cuando el MAS se adueñó del poder tras una contundente victoria electoral, las reglas de la democracia parecían claras, incluso a nivel de la conciencia: la gente sabía qué era bueno y qué era malo y actuaba en consecuencia. Hoy, las cosas no están tan claras.
Los sucesivos gobiernos del Presidente Evo Morales han soportado no pocos escándalos de corrupción. Algunos, como el de YPFB, incluso con el saldo de asesinatos, pero sin causar estragos en el masismo. Santos Ramírez fue enviado a la cárcel y parece que ahí quedó la cosa.
La última atrocidad es la del Fondo de Desarrollo Indígena Originario Campesino. Ahí hubo una danza de millones en la que muchos bailaron y se enriquecieron. En el periodo de los gobiernos neoliberales, una noticia como esa hubiera sido suficiente para tumbar al presidente pero en Bolivia las cosas siguen inamovibles, incluso en plena campaña electoral. Hubo mal manejo de dinero y hasta el mismo gobierno lo admite pero ese hecho no parece influir en las preferencias electorales. ¿Tanto cambió la conciencia popular?
De lo mucho que se ha escrito sobre el actual régimen, nada explica la inamovilidad de la preferencia electoral en el sector rural del país. No importa que se haya desvalijado su fondo, los “indígena originario campesinos” seguirán votando por el MAS dándole no solo legalidad sino legitimidad en su permanencia en el poder. Eso explica que haya regiones, como Potosí, donde no importa quién sea el candidato porque la que gana las elecciones es la papeleta. Y en esta, como en las anteriores, esa papeleta será azul.
Las encuestas demuestran que no hay hegemonía. En algunos departamentos ganará un candidato opositor y en algunos municipios capitalinos, incluido El Alto, la Alcaldía quedará en manos de un agrupación política que no es el MAS. Muchos ven en eso una señal de debilitamiento del partido gobernante pero la verdad es que no es más que el reflejo del carácter doméstico que tienen las elecciones subnacionales.
Algo hay en el MAS que convoca a esos bolsones de votantes y no es la conciencia popular. Al parecer, los “indígena originario campesinos” se sienten cómodos con un gobierno que les venga de las afrentas del pasado y, para seguir en ese estado de cosas, no les importa que se les robe, se les amenace con fusilar o, en algunos casos, se les mate.
Entonces, la explicación al fenómeno masista no surgirá de una encuesta, ni siquiera de sesudas tesis políticas. Aquí la cuestión es idiosincrática, quizás hasta sociológica o antropológica.
Eso sí… tampoco es la revolución pacífica que proclama el MAS porque hasta en un alzamiento armado subsiste el respeto a la vida y a las personas del que tanto carece este gobierno.
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