El estrés, la vida ajetreada en las ciudades lejos del contacto con la naturaleza, las dificultades y conflictos con los que nos confrontamos a diario, parecen habernos transportado lejos de nuestra verdadera existencia.
La naturaleza, los animales, los elementos son entonces explotados sin sentimiento alguno. Insensiblemente comemos la carne de animales que han vivido su corta vida en establos crueles, echamos pesticidas, herbicidas, fungicidas y semillas manipuladas a los campos para que nuestros bolsillos saquen el mayor beneficio posible, vaciamos los mares de peces con una pesca cruel, brutal y cada vez más sofisticada, cazamos en los campos los animales que en realidad necesitan nuestra ayuda, porque ellos también sufren sed, calor y las consecuencias de tanto desequilibrio ambiental, llenamos la atmósfera de antenas de comunicación que emiten ondas que afectan a la vida y todos contribuimos a ello, porque nos dejamos llevar por el tren de nuestra sociedad en gran parte orientada al consumo e influenciada por los medios de comunicación.
Casi pareciera que el hombre haya dejado de existir como ser individual capaz de pensar por sí mismo.
¿No es acaso esto el resultado del egoísmo y de la insensibilidad de nuestro corazón para con nuestro entorno? ¿Quién es pues el causante de lo que actualmente nos afecta? ¡Cuánto desearíamos poder controlar los elementos, por ejemplo el fuego, la lluvia, el viento!, algo que consideramos imposible.
Sin embargo Jesús de Nazaret caminó sobre las agua, condujo los vientos y convivía con los animales salvajes. Tal vez recordar un pasaje de Su vida, en base al libro Esta es Mi Palabra, nos ayude y muestre una perspectiva diferente, que cada uno puede aplicar si es que desea encontrar una solución veraz y duradera: “Y Jesús llegó junto a un árbol bajo el que permaneció varios días. Y llegaron también María Magdalena y otras mujeres, y Le servían con sus bienes, y enseñaba diariamente a todos los que iban a Él. Y los pájaros se agrupaban en torno a Él y Le saludaban con sus cantos, y otros animales se acercaban a Sus pies, y Él los alimentaba, y comían de Sus manos. Y cuando partió, bendijo a las mujeres que Le habían dado testimonio de su amor, y volviéndose hacia la higuera también la bendijo, diciendo: “Me has cobijado y dado sombra frente al calor sofocante, y además Me has dado alimento. Bendita seas, crece y fructifica y que todos los que se te aproximen encuentren reposo, sombra y alimento y que los pájaros del aire encuentren su alegría en tus ramas”. Y he aquí que el árbol creció y fructificó sobremanera, y sus ramas se extendieron poderosamente hacia arriba y hacia abajo, de modo que no se hallaba ningún árbol parecido de tal tamaño y belleza, ni ninguno de tal abundancia y de tal calidad de los frutos.
Quien incluye en su vida a los hombres y los reinos de la naturaleza, está en comunicación con la vida del universo. La vida en su multiplicidad se lo agradecerá regalándose en plenitud, y obsequiará a todos los que vayan al manantial de la vida. Quien respeta la vida, también conoce el Hogar eterno y ya en la Tierra está viviendo en medio del paraíso de Dios, pues le sirven los reinos de la naturaleza y los elementos le obedecen.
Los cuatro elementos forman el sistema de respiración de la Tierra. Si este ritmo es perturbado una y otra vez por el ser humano, con el correr del tiempo todo el organismo terrestre será alterado, y tanto los campos magnéticos como las corrientes magnéticas serán influenciados. Cada cambio dentro de la Tierra y sobre ella produce por su parte un cambio en y dentro del ser humano, en y dentro del mundo animal; provoca también una reacción correspondiente en el mundo vegetal y transforma incluso la irradiación de los minerales.
Quien interviene entonces en las leyes cósmicas y las altera, crea disonancias en todos los planos de vida de la Tierra. Debido a que cada pensamiento, cada palabra y cada acto es energía y como ninguna energía se pierde, tanto la positiva como la negativa, recae entonces sobre el causante, o sea sobre el hombre y sobre su alma.
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