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Domingo 15 de marzo de 2015

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15 mar 2015

Un loco goza de fama tardía en todo el mundo… salvo en Alemania. Una visita al director de cine Werner Herzog en Hollywood Hills • Jörg Häntzschel

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Primera de dos partes

Los Ángeles, Werner Herzog quiere explicarme previamente por teléfono cómo se llega desde el Sunset Boulevard hasta su casa en Hollywood Hills. Después, antes de ponerse en marcha, hay que respirar hondo. Por su descripción se puede pensar que se trata de una misión delicada: “Tiene que adentrarse profundamente en el cañón por la carretera en serpentina. Luego busque la Lookout Mountain. ¡En la bifurcación todo el mundo se pierde! ¡No hay cobertura para el móvil!”.

Herzog sale de su hermosa villa para abrir la puerta blanca del jardín y empieza a hablar en seguida del torrente en que se convirtió hace poco la calle debido a una incesante lluvia. En el salón continúa hablando: “Mire, éste es nuestro gato. Mi mujer lo ha rescatado recientemente. Un coyote lo quería matar. A veces doce coyotes se sientan en el tejado y nos observan.” Señala la ventana de cristal en el techo, sobre la que se están secando ahora unas hojas mojadas bajo el sol californiano.

Aquí, en las empinadas pendientes que rodean el Laurel Canyon, vivían hace tiempo conocidos ciudadanos contestatarios como Neil Young o Fran Zappa. Hoy este lugar atrae a gente como George Clooney, hastiado de Beverly Hills. Werner Herzog creció en la región bávara de Chiemgau, y el Laurel Canyon le gusta por su encanto alpino. Hay que decir que Herzog vive en realidad como nos gustaría vivir a nosotros cuando nos acerquemos a los setenta: una bella casa, piscina en el jardín, unos cuantos DVD escogidos en la estantería, sobre la mesilla del sofá un volumen bilingüe de la Biblioteca de la Historia de Diodoro Sículo, del siglo I antes de Cristo: “Para refrescar mi griego antiguo”. Trae zumo de naranja de la cocina.

Todo transmite una sensación de armonía californiana, como si Herzog estuviera aquí de vacaciones. Pero tan pronto como comienza a hablar, con su acento con ecos de la Alta Baviera, todo se vuelve lucha, conflicto, guerra. En primera línea de combate de esta guerra está naturalmente él.

¿Y qué tipo de soldado es él? “Un buen soldado del cine”.

Rainer Werner Fassbinder, todavía hoy idolatrado en Hollywood, hace tiempo que murió. Wim Wender vive sólo de su antigua fama. Werner Herzog forma parte de esa generación de anarquistas y hoy es el director de cine alemán más importante en el extranjero. Tres mil personas acudieron en 2009 al Royal Festival Halla londinense para verlo sobre el escenario. Cuando la revista Time publicó en diciembre de ese mismo año su lista con las cien personas más importantes del mundo, sólo aparecían en ella dos alemanes: Werner Gerzog y la canciller federal Angela Merkel.

En Alemania, donde no vive ya desde hace dieciséis años, todo esto apenas interesa. Después de Fitzcarraldo y Cobra Verde, desapareció prácticamente de la conciencia pública. En 1992, cuando presentó su película sobre Kuwait Lecciones en la oscuridad, hizo una de sus últimas grandes apariciones en público. Se le acusó de estetizar la Guerra del Golfo, algo que, vista la película ahora, apenas se puede entender. El público lo echó del escenario con sus abucheos. En la calle escupían a su paso. Herzog dice: “Una experiencia de la que no me arrepiento”.

Los Ángeles: ¿No es éste el último lugar en el que se lo hubiera imaginado? “Fue volver a empezar radicalmente. Y me ha venido muy bien. Nueva gente, nuevos temas. Los ángeles es la ciudad con más sustancia de Estados Unidos. Todo lo que ha movido al mundo en el último medio siglo ha tenido su comienzo en California. El movimiento de los derechos del ciudadano, el movimiento homosexual, la computadora y los sueños que ha producido Hollywood. También, por supuesto, las estupideces: pseudofilosofía, new age. Vivir en un ambiente así es estimulante.”

A los catorce años Herzog extrajo de una enciclopedia todo lo que necesitaba saber para hacer películas. A los diecinueve, con una cámara que había robado en la Escuela Superior de Cine y Televisión de Múnich y con el dinero que ganaba como soldador, empezó a rodar.

Con Signos de vida, su primera película, ganó el Oso de Oro a los veinticinco años. La fama mundial le llegó con Aguirre, la cólera de Dios, la primera de las cinco películas con el gigante de la interpretación y “mi íntimo enemigo” Klaus Kinski. Pero la película que mejor define a Herzog es Fitzcarraldo (1982), la espectacular epopeya sobre el aventurero y fanático de la ópera Brian Sweeney Fitzgerald, que pasa una montaña en la selva arrastrando un barco. “Mis tareas y las del personaje se han vuelto idénticas”, escribe Herzog en su diario La conquista de lo inútil. Pero la cosa no acaba ahí: para la percepción pública, él mismo se funda finalmente con su héroe megalómano.

Como Fitzcarraldo, Herzog se abre paso sin parar: dos accidentes de avión, la guerra en la frontera de Perú y Ecuador, donde hizo construir un gran campamento para la gente de su equipo y los extras, más tarde la leyenda de que Herzog había dirigido a Kinski arma en mano, siempre sin parar, adelante, adelante. El rumor de que Claudia Cardinale había sido atropellada por un camión cuando se dirigía al lugar del rodaje se propagaba como el pánico. Werner Herzog lo atajó, tal y como corresponde a un artista de la exageración, exclamando ante su equipo de rodaje que Claudia Cardinale no sólo había sido atropellada sino además violada después por el conductor del camión.

Toda esta locura verdadera e inventada en torno a Fitzcarraldo recuerda de manera fatal lo que vivió Herzog con tantas otras películas. Con Signos de vida se vio envuelto en las turbulencias del golpe militar griego. Cuando rodó Fata Morgana en Camerún, metieron al equipo en prisión, y Herzog enfermó de malaria. El incidente más grotesco ocurrió en 2006: mientras le concedía una entrevista a la BBC cerca de su casa aquí en Laurel Canyon, un loco le disparó en la barriga con una escopeta de aire comprimido. Herzog hizo un gesto quitándole importancia, afirmó lapidario: “No ha sido un proyectil digno de tomarse en cuenta”, y prosiguió con la entrevista. Pero poco más tarde desabrochó los pantalones ante la cámara y sus calzoncillos estaban empapados en sangre.

Ahora Herzog se yergue en el sofá y la charla adquiere un tono tragicómico: “¡Pero si yo hago todo lo posible para evitar las catástrofes! ¡Nunca he puesto en peligro la vida de nadie!” Y después, bajando un poco el tono: “A lo sumo una vez. En 1976, cuando rodé en el volcán La Soufriére, en Guadalupe, aunque sabía que entraría en erupción en cualquier momento. Pero no subí por la montaña sino por el hombre que no quería ser evacuado: ¿Qué clase de hombre es? ¿Qué relación tiene con la muerte?”

Continuará

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