Domingo 15 de marzo de 2015
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En primer lugar, amar la soledad y hacerla fecunda. Ni la menor pretensión de retener a los demás a mi lado. Gozar viendo que uno no es un freno para sus vidas. La soledad de los postreros años o quizás días, puede ser fecunda… Son tantas las riquezas que a lo largo de los años vividos se pueden reunir, que es lo justo y lo bueno hacerlas rendir todo lo que puedan dar de sí y hacerlo en silencio y en la paz… Hay tanto también que purificar y rectificar… ¡Tarea maravillosa!
Y, ¿por qué no? Goethe acabó su segundo “Fausto” a los 83 años; Verdi compuso el “Te Deum” a los 85; Tiziano pintó la batalla de Lepanto a los 95. Pero no es esto lo que importa, es privilegio de hombres insignes y yo no soy uno de ellos. Hay algo mucho más importante y trascendental: la difícil dignidad que se dimana de las obras, sino del ser. Esta es la que tengo que cuidar y cultivar en la vida que me resta vivir. Cultivaré con ahínco lo que en mí –poco, creo–, pueda ser sabiduría, que no es tanto ciencia y brillo, sino profundidad y buen sentido, que es incluso reconocimiento documentado de la propia ignorancia, que es también olvido sabio de derechos y consideraciones.