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Domingo 15 de marzo de 2015

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Cultural El Duende

Las monjas y los ladrones

15 mar 2015

Gaby Vallejo

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Sucesos de América Inspirado en un relato colonial de Concolorcorvo

Eran los tiempos de la Colonia en América. Para trasladarse de una población a otra, se tenía que alquilar cocheras o caballos.

Un comerciante de ganado que compraba vacas flacas en las praderas de Tucumán, las engordaba para venderlas a buen precio en La Plata y Potosí. Se encontró por su buena o mala estrella con un pícaro ladronzuelo que le cayó muy bien. En cuanto se vieron, se entendieron y con risotadas y tragos, festejaron el encuentro. Al comerciante le gustó la cara de “santo pálido” que tenía el recién llegado y le puso el sobrenombre de “Angelillo” y él, a su vez, viendo el conjunto de granos que tenía el nuevo amigo en medio de la rala barba, le puso el sobrenombre de “Mocho Peludo”.

El viaje les salió divertidísimo. Comenzaron a contarse cuentos de curas pícaros y terminaron contando sus propios amores y pillerías. Cuando llegaron a La Plata, estaban molidos de cansancio y muertos de hambre. Se les había agotado la comida. Angelillo que tenía muchas luces en la cabeza cuando se trataba de hacer burlas, derramó en el oído de Mocho Peludo la siguiente proposición:

–Engañemos a las monjitas del convento. Es fácil. Les dices que por una promesa a la Virgen, estás trayendo tu ganado para regalárselo. Yo te ayudo con mi cara de penitente. Ya vas a ver cómo nos van a creer y hacer comer y beber y luego…

Los dos festejaron la segunda parte con risotadas, imaginando los resultados.

La monja que les oyó a la puerta comunicó el recado a la Superiora y ésta, haciéndoles pasar, les llenó de atenciones: huevos cocidos, panes olorosos a canela, dulces higos. Anunció que para la hora de la cena matarían unas gallinas y habría abundantes postres y buen vino.

–Tan honestos y caritativos hombres, no pueden irse del monasterio sin la bendición de una buena comida –dijo la Superiora, mirándoles como se mira a los santos de los altares. En ese momento, Angelillo tenía la cara más angelical todavía y a Mocho Peludo, parecía crecerle más los pelos de los mochos, de puro orgullo.

Después de haber comido el mismo tope de las tripas, los viajeros pidieron la bendición para retirarse a dormir. Mocho Peludo, con gran arte dijo: –Reverenda Madre, como mañana debemos partir muy temprano le pedimos su bendición para partir con Dios.

Muy ligero Angelillo, con voz de santo señaló: –Hoy mi amigo dormirá el mejor sueño, libre ya de su promesa y en compañía de su santa bendición.

Se fueron a dormir a la habitación que las monjas les habían preparado, lejos de sus celdas y muy cerca de la puerta de entrada al convento. Allí festejaron mucho tiempo la aventura pasada y la por pasar.

Realmente al día siguiente, partieron muy temprano, pero no solos. Se llevaron todos sus animales.

Cuando las monjas despertaron, los burladores estaban muy lejos festejando la idea y los deliciosos resultados. Angelillo se había robado dos botellas de vino y le mostró a Mocho Peludo con una sonrisa descarada.

Después de un tiempo, decidieron repetir la burla en el convento de Potosí. Y con la misma cara de inocentes, tocaron respetuosamente la puerta. Todo salió igual, a las mil maravillas. Las monjas se admiraron de tanta santidad y sacrificio. Pero, entre las monjas novicias estaba una que había cambiado del convento anterior por un problema de salud. Reconoció a los viajeros. Con mucho miedo contó a la madre Superiora la historia de la promesa. Entonces la madre pensó, pensó hasta que cuajó una idea. Invitó a los visitantes a sentarse delante de sabrosos manjares. A medida que comían les decía:

–Beban el vino, es de misa. Pocas veces se bebe un vino sano. Salud. Deben estar cansados. Es un vinito que sólo servimos al señor Obispo. Pero tratándose de ustedes, tan santos...

Así les incitaba a beber. Agradecidos por el trato tan amable, bebieron el vino en grandes tragos. Pero no terminaron la cena. Les habían puesto un adormecedor. Pronto estaban roncando en un dúo desigual de ronquidos.

Maniatados y dormidos los encontró la autoridad del lugar. Y no menos sorprendido al ver allí al tan buscado ladrón apodado “Rata Blanca” con su cara sonriente de santo feliz.

Angelillo fue a parar a la cárcel de Potosí. Mocho Peludo tuvo que pagar los gastos de la comida y la bebida realizados en los dos conventos, dejando una res en cada uno, en calidad de pago.

Cuando Mocho Peludo iba fatigado por los caminos de la vida, a veces, reía. En el fondo, recordaba con ganas y mucha alegría las aventuras con Angelillo.

* Gaby Vallejo Canedo.

Escritora cochabambina.

Académica de la Lengua.

De su libro “Detrás de los sueños” 1988

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