De un tiempo a esta parte el Presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma se encuentra encerrado en una suerte de laberinto mitológico del que no puede salir porque la tozuda realidad se le ha puesto al frente. Es cierto que en palabras y en el papel se puede hasta transformar el Mundo y hacerlo completamente diferente al actual, pero en política y en toda obra humana son los hechos los que determinan los cauces de las vertientes y ríos históricos, y no podría ser de otra manera. Solamente con querer o con buenos o malos deseos resulta imposible hacer todo lo que uno quiere, existe un límite para la acción, el que está centrado en posibilidades concretas. Los sueños, aún de despierta o despierto, pueden ser agradables y quién no quisiera materializarlos, pero se debe entender que el “homo sapiens” no es un ser todopoderoso.
¿Y a qué vienen las afirmaciones anteriores? A que el Presidente del llamado Estado Plurinacional, a partir de su carisma y dotes excepcionales para seducir y convencer a gente poco formada, como la mayoría del pueblo boliviano, especialmente la del campo y los cinturones periféricos de las grandes ciudades de Bolivia, piensa que puede lograr el apoyo de todas y todos. Ya para él fueron un desastre los resultados, aunque amañados, de las últimas elecciones generales, cuando logró un 61% de votos, suficiente para continuar como Primer Mandatario del país, pero inservible para satisfacer su ego totalitario. Esperaba sacar más del 80% de votos.
Cierto es que al actual gobierno se lo ha calificado de totalitario por su práctica antidemocrática de copar todo el poder (Ejecutivo, Legislativo, Judicial y Electoral), pero no es un proceso acabado, para serlo de manera absoluta no tendría que haber oposición, como sucedió con Hitler y Stalin que eliminaron, encarcelaron o enviaron a campos de concentración a todos los que cuestionaban su liderazgo. En las actuales condiciones históricas Evo Morales Ayma y su colaborador más eficiente, Álvaro García Linera, no pueden hacerlo por la coyuntura histórica internacional, especialmente la de Latinoamérica, que imposibilita la materialización de procesos claramente antidemocráticos. En la práctica ya se dan, pero con la venia de gran parte de los electores adormecidos por el populismo demagógico e irresponsable.
Un Presidente con suficiente sentido común podría tranquilamente entender que es imposible tener contento a todo el pueblo, más aún si la clase media urbana está sufriendo los rigores de un modelo económico y social que se quiere hacer ver como socialista cuando se trata de una nueva versión del neoliberalismo, cosa que se pudo ocultar durante 9 años gracias a los elevados precios de las materias primas y, por consiguiente, un excedente monetario que nunca se tuvo en toda la historia de Bolivia. Los únicos beneficiados fueron los movimientos sociales afines al régimen, como cocaleros, cooperativistas e intermediarios comerciales, además de los ineficientes funcionarios públicos.
Y ahora, cuando se aproximan las elecciones subnacionales para alcaldes, concejales, gobernadores y asambleístas departamentales; las tendencias de voto son desfavorables en muchos lugares a los candidatos del MAS, en parte por animadversión al Presidente, pero fundamentalmente por la mala gestión de autoridades que representaron a ese partido en los últimos años. Y para colmar el vaso de la repulsa popular, se ha destapado la olla de una serie de gravísimos hechos de corrupción en el Fondo Indígena con un robo de 320 millones de Bs. en proyectos que no se ejecutaron, a pesar de haberse desembolsado los fondos correspondientes. Otro factor negativo para el Presidente es la mala selección de candidatos que grandes mayorías de la población rechazan porque no representan sus intereses.
Y lo último, sumamente alterado por esta situación, en una grave violación de la Ley Electoral, el Presidente amenazó con bloquear los proyectos de los candidatos opositores que triunfen el próximo 29 de marzo, urgiendo a los ciudadanos para que voten por sus seleccionados si quieren obras. Esta es una forma vergonzosa de chantaje y amedrentamiento que merece la intervención de la Fiscalía y el Tribunal Supremo Electoral, por más que sean aliados del Gobierno.
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