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Domingo 01 de marzo de 2015

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Cultural El Duende

El corazón pensante

01 mar 2015

H. C. F. Mansilla

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Segunda de tres partes

En su artículo-homenaje por los ochenta años de Heidegger (1969) –es uno de los testimonios más brillantes y breves de la creación intelectual en Occidente–, Hannah Arendt describió el “pensamiento apasionado” de su maestro, el cual no conoce ni debe conocer límites, reservas, consideraciones de ningún tipo, pues se asemeja a una tempestad con rasgos tiránicos, que sería la misma que sopla aún hoy desde la obra del divino Platón. Todo gran pensador tendría algo de tiránico. Y esta tormenta deja a su paso algo perfecto y acabado, que como todo lo perfecto, afirma Arendt, regresa a lo muy antiguo, a lo arcaico y remoto. Aquí Hannah ensalza a Heidegger como el filósofo que ha dado –o que ha devuelto– un nuevo significado al pensar mismo, aquel que se ha atrevido a revelar y expresar la profundidad misteriosa y secreta de la filosofía.

En este mismo homenaje dice Hannah: “[…] hay una persona que llega realmente a las cosas que había proclamado [Edmund] Husserl, que sabe que estas no son un asunto académico, sino que son lo que le importa al hombre porque piensa, y no desde ayer u hoy, sino desde siempre; hay una persona que descubre de nuevo el pasado, precisamente porque para esta persona se ha roto la continuidad de la tradición. […] Probablemente esto no nos suena hoy en día completamente extraño porque ahora lo hacen tantos; pero antes de Heidegger nadie lo había hecho”. Acerca de esta persona se expandía alrededor de 1924, según Arendt, un rumor que proclamaba: “El pensamiento ha vuelto a vivir, los tesoros culturales del pasado, que se creían muertos, son puestos en lenguaje de modo que resulta que dicen otras cosas completamente diferentes a las que de manera desconfiada se había supuesto. Hay un maestro; quizá el pensamiento se pueda aprender. Hay, pues, un rey oculto en el reino del pensamiento […]”. Sólo Heidegger podía ser ese rey oculto. Y, como deja entrever Steiner, lo que anhelaba Hannah era coronar a ese rey secreto y así coronarse ella misma. Desde joven Hannah no cultivaba la virtud de la modestia. En este punto hay unanimidad de pareceres entre los admiradores y los detractores de Arendt. Pero: ¿Puede un genio ser modesto?

En comparación con Heidegger, Hannah Arendt representa un tipo muy diferente de intelectual. Su estilo es claro y luminoso; da cuenta exhaustiva de sus fuentes y cita con respeto y admiración a pensadores y escritores de muy distinta procedencia. Sus temas son casi siempre políticos y centrados en los acontecimientos decisivos de su época. Se la puede considerar como uno de los espíritus más lúcidos y críticos de la tradición racionalista y democrática. Reflexionando a partir del legado de la Ilustración, Arendt, gran admiradora de Montesquieu, creyó que la función más noble del Estado era irradiar luz sobre los asuntos humanos mediante un buen sistema educativo. Como toda persona inteligente, Hannah tenía una opinión escéptica acerca de la política y la historia. En ¿Qué es la política? (1993), su libro póstumo y el de prosa más elegante, la autora cree que una renovación de los asuntos públicos hacia lo positivo constituye algo cercano a un milagro; al mismo tiempo afirma que los milagros son muy raros en la esfera política, pero que ocurren junto con cada nuevo comienzo en la existencia colectiva. La política, para nuestra autora, es un medio para fines más elevados, es decir para hacer la vida más segura en todo sentido. Y siguiendo la tradición aristotélica, sostiene que el ser humano no es totalmente autónomo, sino que depende de los otros para realizarse plenamente. Esta constelación de acción colectiva, decidida mediante deliberaciones racionales, es la que da un sentido positivo a la actividad política. Se trata, claramente, de temas y proposiciones muy alejadas de la filosofía heideggeriana.

Algunos libros de Hannah Arendt se han convertido en clásicos de la filosofía política, como Orígenes del totalitarismo (1951), Vita activa (1958),Eichmann en Jerusalén. Sobre la banalidad del mal (1963) y Hombres en tiempos oscuros (1968). Su estudio sobre las causas y las consecuencias de los regímenes totalitarios es simplemente una obra maestra sobre el tema, llena de datos empíricos y documentales y con una interpretación muy plausible sobre la histeria y el fanatismo de las masas, lo que debería llevarnos a examinar con más cautela la calidad de muchos gobiernos surgidos de elecciones formalmente libres. Orígenes del totalitarismo fue, además, uno de los primeros análisis exhaustivos de esos regímenes, cuando la filosofía política no tenía aún modelos para tratar este terrible fenómeno asociado a Lenin y Stalin, Mussolini y Hitler. Ella estudió detalladamente los vínculos entre ética y política –el gran tema ajeno a Heidegger–, mostrando la complejidad de esos nexos en la actualidad, pero sin renegar de la idea clásica de Aristóteles, quien concebía la política como la continuación de la ética. En su libro sobre la banalidad del mal, nuestra autora muestra que la falta principal de Eichmann y de funcionarios afines del Tercer Reich fue dejar de pensar, es decir: abandonar lo característico y lo más noble del ser humano, que es discernir entre el bien y el mal, entre lo lícito y lo ilícito, justamente en situaciones de guerra y emergencias. Y con esta obra Arendt postuló la idea, que hoy parece anacrónica e ingenua, de que comprender no es perdonar y menos justificar.

Hannah Arendt era consciente de la necesaria posición marginal de los espíritus críticos en la sociedad moderna. El no conformismo social, afirmó más tarde, es la conditio sine qua non de grandes logros intelectuales: una expresión impensable para el gran maestro. Y, sin embargo, esta notable pensadora, una de las glorias de la cultura occidental de todos los tiempos, fue discípula, amante y admiradora de Heidegger. El primer encuentro entre ambos ocurrió en 1924, en las clases y seminarios de Heidegger en la universidad de Marburgo. En los medios literarios alemanes esta curiosa liaison amoureuse se ha convertido en un acontecimiento legendario. Como cuenta la biógrafa de Arendt, Elisabeth Young-Bruehl, Hannah percibió a Heidegger como el héroe de una novela: un hombre muy apuesto, con rasgos poéticos, vital, enérgico, deportista, muy audaz y original en el pensar. Llevaba a menudo la vestimenta típica de los campesinos meridionales alemanes y cultivaba simultáneamente una actitud distanciada, cuando no desdeñosa, hacia estudiantes, catedráticos e intelectuales en general.

En lo personal y en lo intelectual Heidegger dejó profundas huellas en su alumna, pues representaba una tempestad, como la entendieron los románticos alemanes del siglo XIX. Arendt había crecido en Königsberg, en aquel tiempo la capital de la provincia de Prusia Oriental, que se hallaba en plena declinación económica y política y en la que la actividad filosófica de su hijo más ilustre, Immanuel Kant, era un mero recuerdo literario. Cuando ella apareció en Marburgo en 1924, ciudad gris, tediosa y provinciana, su elegancia sensual y su inteligencia inocultable llamaron la atención de docentes y estudiantes. Dice Steiner sobre ese ambiente: “La calculada rusticidad de Heidegger, su hipnótico sistema de enseñanza, aquellos famosos silencios que reducían a los alumnos más inteligentes a un fascinado terror, hechizaron a la señoritaArendt”. De acuerdo a Steiner, aunque hay algunas dudas, fue Hannah quien solicitó la primera entrevista al señor profesor: “una jugada audaz que evidentemente hizo que él se sintiera halagado y excitado”. El encabezamiento de las muchas cartas y notas de Heidegger a ella lo dice todo: la primera va dirigida a la “Estimada señorita Arendt”. A los pocos días se transforma en “Querida Hannah”, e inmediatamente después en “Amada” y “Amadísima”. No hay duda de que Heidegger fue tocado por un espíritu superior – por un fuego filosófico que recuerda los primeros tiempos del pensamiento griego – que inspiró desde entonces toda su obra. Él mismo reconoció posteriormente que el periodo entre 1924 y 1928 –precisamente los años de la relación con Hannah– fue “en extremo excitante, concentrado y productivo”. El maestro admitió también que Hannah fue “la pasión” de su vida. Me atrevo a decir que estamos ante uno de los ejemplos más hermosos de la constelación clásica: la vinculación entre eros y logos. Y hasta podríamos afirmar que ideas centrales de Ser y tiempo nacieron de aquella etapa de concentración y creación, generada por el amor tempestuoso entre el maestro ya maduro y la joven alumna.

Continuará

* Hugo Celso Felipe Mansilla

Doctor en Filosofía.

Académico de la lengua

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