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Domingo 01 de marzo de 2015

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Revista Dominical

Giovanna en 98 segundos

01 mar 2015

Carlos Decker-Molina

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La conocí a través de “Las Camaleonas” que, en un viaje a Bolivia, me la había recomendado Jimmy Iturri. Terminado el libro editado por La Mancha, me pareció haber obtenido un catálogo de consulta para hombres (“necios que acusáis a la mujer sin razón…”) en busca de entender el YO femenino oculto detrás de maquillaje y lápiz labial, además con un lenguaje excelente.

En otro viaje leí en una separata de 88 Grados y quedé prendado de un inicio: “Nadie vive en La Paz impunemente” y cuando seguí leyendo reconocí el idioma sin tapujos, rebelde y desenfado de Giovanna Rivero.

Probablemente han leído en estas mismas páginas reseñas del último libro de Giovanna, pero, permítanme meter mi cuchara en este plato literario porque “La memoria en 98 segundos” me recordó mi propia adolescencia en busca de la mujer de mi vida y, en ese trajinar, me encontré con Genovevas; siempre la menor de la que yo pretendía, pero más interesante que su hermana. Quizá es una impresión adrede por efecto de la lectura, pero hay otras similitudes entre la novela de Giovanna Rivero y la familia disfuncional propia del exilio; un padre extraviado en el recuerdo exultante de una revolución que es solo una sombra de la que él cuenta, una Genoveva que lo que quiere es huir de su nueva patria confundida con el hogar donde la madre ya no es más lo que era porque la liberación (sueca en mi caso) ha tocado sus puertas y porque nada condice con sus ilusiones de adolescente, que se confunde aún más porque en el caso de la novela de Giovanna la modernidad llega a través del tráfico de drogas y la moda, incluida la anorexia y la gordura.

Las historias que se van desgranando a lo largo de las páginas de “La memoria en 98 segundos” van desde el adoctrinamiento religioso, el aborto como realidad pero clandestina y la aparición de la punta de iceberg individualista que no condice con la tradición sobre todo del viejo trotskista que, antes que exguerrillero, es un jugador empedernido. Genoveva, la jovencita de 16 años, recibe el regalo de un muñeco humano que es su hermano disfuncional que se alimenta de su seno sin leche.

Intento separar el YO de la escritora con la YO de Genoveva, pero y luego de haber leído su cuento “Crónica de una gorda que descubrió la invisibilidad en los años de la tristeza” me atrevo a decir que esos dos YO se superponen en ciertos lugares como en la escuela religiosa sofocante y autoritaria, prueba de que Giovanna ha debido estudiar en algún colegio religioso, si no lo ha hecho, es además una buena investigadora.

Los títulos de los trabajos de Giovanna me recuerdan a Junot Díaz, igual que el lenguaje. Tanto el de Díaz como el de Giovanna están poblados de giros lugareños, voces tiernas y jóvenes y, en el caso de ella, con diminutivos que son el “certificadito” de la nacionalidad del texto.

La novela deja la impresión de que la enfermedad es una metáfora que trasciende todo el texto. La sociedad donde se desarrolla la vida de Genoveva está enferma como la abuela, la amiga anoréctica, el hermanito, la “trascendencia espiritual” de la madre y el narcotráfico como enfermedad social. Y ella decidida a irse a la estratósfera porque advierte que no puede quedarse en un lugar donde todos son unos perdedores porque los ganadores son todos tramposos.

Antes de dar las gracias a Giovanna Rivero por su novela le quiero preguntar por qué el uso de la K en lugar de la C, ¿es simplemente por J o por marcar la invasión de lo extranjero?

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