Todos sabemos que las vías de circulación de nuestras ciudades están designadas como calles o avenidas. Pero, ¿conocemos el origen y el significado de esa división?
Históricamente, las ciudades se organizaron en torno a lo que había: ríos, fortificaciones, barrios y el centro de la vida social y política. Cuando se empezaron a habilitar las áreas de crecida de los ríos para la circulación de coches se las llamó lo que eran: “avenidas”, término que significa “crecientes de río”. Debido a su origen, las avenidas se situaban en zonas anchas y húmedas y, por tanto, susceptibles de tener vegetaciones o arboledas inclusive en el medio de las dos vías de circulación. Piensen en la Avenida Ballivián en Calacoto y tendrán un resultado de ese proceso urbanístico.
Asimismo, las vías de circulación que rodeaban las fortificaciones se denominan “bulevar” con base en un término holandés que significa fortificación. Al desaparecer las murallas, los bulevares se volvieron anchas vías de circulación, como los “boulevard” de París o, en lo nuestro, los “anillos” de Santa Cruz.
Mientras los bulevares rodeaban la ciudad, las avenidas la cruzaban conectando la periferia con el centro o diferentes barrios. Eran decididamente las arterias principales de la ciudad, interceptadas por arterias secundarias, las calles. De ese modo, una ciudad bien planificada resultaba ser un damero con avenidas en una dirección y calles en la dirección perpendicular. Es lo que se observa en Calacoto, donde las vías paralelas a la avenida principal fueron denominadas por la alcaldía avenidas y las transversales, calles.
Esa división jerárquica entre avenidas y calles es asumida también por el Código de Tránsito: los coches que circulan en una avenida tienen preferencia en las bocacalles ante los que circulan por una calle.
Sin embargo la realidad es diferente. Las ciudades son cuerpos vivos, dinámicos, donde las estructuras diseñadas en el mapa cambian por la evolución social y económica de la ciudad. Simples calles de ayer se han vuelto hoy más importantes que otras avenidas, (un ejemplo es la calle 21 de Calacoto), como también hay avenidas venidas a menos.
Además, en el lenguaje coloquial, las calles (tal vez por ser más comunes) tienen preferencia sobre las avenidas. Hay calle, mas no avenida, de la amargura; calles peatonales y nunca avenidas peatonales; los manifestantes toman la calle y se echa alguien a la calle y no a la avenida; los políticos escuchan a la calle y normalmente un miserable no se queda en la avenida. Hasta los perros son callejeros y no “avenideros”. Sin contar que hay callejuelas y callejones, mas no aveniditas ni avenidones.
A este punto, mis 25 lectores se preguntarán: “¿a qué viene tanta erudición urbanística?”.
Todo se debe a un incruento hecho de tránsito, una colisión entre un coche que circulaba en una calle de gran flujo vehicular y otro que venía de una “avenida” estrecha y de menor circulación. Tránsito, apegado a su Código, sigue asignando la responsabilidad de los accidentes con base en la jerarquía de las calles. Esa jerarquía se mantiene a pesar de los diferentes reordenamientos vehiculares y urbanísticos de la ciudad realizados por la alcaldía.
Por tanto, los candidatos a alcalde tienen un reto: revisar la denominación de calles y avenidas, a costa de rebajar a “callejeros” ilustres ciudadanos “avenideros”, para luego reordenar la aún más caótica numeración de las puertas de calle. Mientras tanto, allá donde las avenidas se han vuelto secundarias a las calles, que se coloque la correcta señalización de prioridad para así evitar costosas (en tiempo, paciencia, bilis y dinero) colisiones.
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